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domingo, 27 de febrero de 2011

LUZ DEL DOMINGO IV

El nacimiento prodigioso de Jesús: un relato
mítico que la mayor parte del Nuevo
Testamento niega abiertamente


Según el Evangelio de Mateo, el nacimiento de Jesús estuvo precedido de uno de los prodigios biológicos más notables que ha visto este planeta desde que, hace unos 3.600 millones de años, la vida comenzara a evolucionar en su seno a partir, según creen los científicos, de un accidente químico que dio lugar al antepasado universal de las arqueobacterias y las bacterias, nuestros auténticos abuelos primigenios (con permiso de Adán y Eva y de la bella metáfora que es el Libro del Génesis, claro está).

«La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta, que dice: "He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y que se le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros." Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa, la cual, sin que él antes la conociese [eso es sin haber mantenido todavía relaciones sexuales con ella], dio a luz un hijo y le puso por nombre Jesús» (Mt 1,18-25).

En el Evangelio de Lucas, que no cuenta nada acerca de las posibles cavilaciones de José, sí encontramos la versión principal, la de María, que incomprensiblemente falta en Mateo. El episodio de la anunciación de Jesús se relata de la manera siguiente: «En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podía significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin. Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. (...) Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel» (Lc 1,26-38).

Contra toda lógica y pronóstico, en los evangelios de Marcos y de Juan no se cita ni una sola línea de este fundamental acontecimiento sobrenatural que, para los católicos, viene a ser como la madre del cordero de su creencia religiosa. De hecho, Marcos y Juan no se interesan por otra cosa que no sea la vida pública de Jesús asumiendo ya, a sus treinta y más años, el papel mesiánico. Resulta totalmente absurdo; ¿cómo iban a dejar de mencionar el relato del nacimiento divino de Jesús dos evangelistas que no pierden ocasión de referir sus hechos milagrosos? Sólo hay una posible explicación para tal olvido: no creían que fuese cierto. Otro autor neotestamentario fundamental, Pablo, fue aún mucho más descreído que ellos a propósito de la supuesta encarnación divina en Jesús. Más adelante volveremos sobre el asunto.

Por otra parte, leyendo a Mateo y Lucas, en especial a este último, no puede dejar de asomar en nuestra mente una duda terrible: o bien Dios —como ya hemos visto en otros apartados de este libro— tiene que repetir a cada tanto sus mejores episodios, o es que la misma historia mítica va renovándose a sí misma plagio tras plagio. Sin salimos del Antiguo Testamento, veremos que el relato de la concepción por intervención divina no era ninguna novedad.

En el libro de Jueces, al relatar el nacimiento de Sansón (fue 13), se presenta a su madre, que era estéril, en el siguiente trance: «Fue la mujer y dijo a su marido: "Ha venido a mí un hombre de Dios. Tenía el aspecto de un ángel de Dios muy temible. Yo no le pregunté de dónde venía ni me dio a conocer su nombre, pero me dijo: Vas a concebir y a parir un hijo. No bebas, pues, vino ni otro licor inebriante y no comas nada inmundo, porque el niño será nazareo de Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte." Entonces Manué [el marido] oró a Yavé, diciendo: "De gracia, Señor: que el hombre de Dios que enviaste venga otra vez a nosotros para que nos enseñe lo que hemos de hacer con el niño que ha de nacer."». Con algunas diferencias, las circunstancias básicas de este relato se repiten también en el nacimiento de Samuel, el último juez de Israel, hijo de Ana, la esposa estéril del efraimita Elcana (I Sam 1). Y antes que en ellos, Dios había intervenido también en la concepción de Isaac, hijo de Abraham (Gén 2l,l-4).

La madre de Sansón —como Ana, la madre de Samuel, e Isabel, la de Juan el Bautista (Lc 1,5-25)— dejaron de ser estériles por la gracia de Dios, la misma que se «derramó» sobre María para fecundarla siendo aún virgen o, con el mismo signi-ficado práctico, siendo aún estéril para los planes de Dios (que son la idea nuclear de toda la Biblia). Además, Sansón, como Jesús, murió para salvar a su pueblo —de los filisteos— y también lo hizo con los brazos en cruz, forzando las dos columnas centrales del templo de Dagón en Gaza (Jue 16,27-31).        

Resulta obvio que los dos evangelistas se inspiraron en estos relatos —y en otros similares de origen pagano— para apoyar la grandeza que debía tener la figura de Jesús, ya que éste, como todos los personajes muy relevantes de la historia antigua, debía llevar el sello diferencial e inconfundible de un nacimiento prodigioso.        
                                          
Sin embargo, tal como ya observó con agudeza el erudito Alfred Loisy, especialista en estudios bíblicos e historiador de la religiones, «para descartar los relatos del nacimiento? milagroso y de la concepción virginal, basta con comprobar que fueron ignorados por Marcos y Pablo, y que el de Mateo y el de Lucas no concuerdan entre sí, presentando ambos todos los caracteres de una pura invención».                    

2 comentarios:

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