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domingo, 25 de septiembre de 2011

LUZ DEL DOMINGO XXXIV

ROBAR EN FAMILIA NO ES PECADO: JACOB SE ENRIQUECIÓ DESVALIJANDO AL TRAMPOSO DE SU TÍO Y SUEGRO LABÁN

Después de la canallada que le hizo Jacob a su hermano Esaú, Rebeca le aconsejó a su estafador retoño que pusiese tierra de por medio para salvar su pescuezo de la navaja justiciera de Esaú. Le sugirió huir a Jarán y buscar refugio en la casa de su hermano Labán.
Pero antes de emprender viaje, Isaac, su padre, que ya se había olvidado del tremendo disgusto que tenía apenas unos versículos antes —mostrando con ello que daba por buena la estafa que hizo Jacob a su familia y a la historia de su pueblo—, le bendijo de nuevo y le dio algunos consejos:
No te cases con ninguna mujer cananea. Ponte en camino y vete a Padán-Aram, a la casa de Batuel, el padre de tu madre, y elige allí una mujer para ti de entre las hijas de Labán, hermano de tu madre. Que el Dios de las Alturas te bendiga, te multiplique y de ti salgan muchas naciones (...) (Gn 28 1-2).
Llegado ya Jacob a las tierras de su tío Labán, éste salió a su encuentro:
Apenas supo Labán que Jacob era el hijo de su hermana, corrió a su encuentro, lo abrazó, lo besó, y lo llevó a su casa.
Jacob contó a Labán todo lo ocurrido, y Labán le dijo: «En verdad tú eres carne y hueso míos». Y Jacob se quedó allí con él durante un mes.
Entonces Labán le dijo: «¿Acaso porque eres hermano mío vas a trabajar para mí de balde? Dime cuál va a ser tu salario».
Labán tenía dos hijas: la mayor se llamaba Lía, y la menor Raquel. Lía no tenía brillo en sus ojos, mientras Raquel tenía buena presencia y era linda. Jacob se había enamorado de Raquel, así que le contestó: «Te serviré siete años por Raquel, tu hija menor».
Labán dijo: «Mejor te la doy a ti y no a cualquier otro hombre. Quédate, pues, conmigo».
Jacob trabajó siete años por Raquel, pero la amaba tanto, que los años le parecieron días. Entonces Jacob dijo a Labán: «Dame a mi esposa, pues se ha cumplido el plazo y ahora quiero vivir con ella».
Labán invitó a todos los del lugar y dio un banquete, y por la tarde, tomó a su hija Lía y se la llevó a Jacob, que se acostó con ella. Labán dio a Lía su propia esclava Zilpá, para que fuera sirvienta de ella.
A la mañana siguiente: ¡Caramba! ¡Lía! Jacob dijo a Labán: «¿Qué me has hecho? Yo te he servido por Raquel. ¿Por qué me has engañado?». Labán le respondió: «No se acostumbra por aquí dar la menor antes que la mayor. Deja que se termine la semana de bodas, y te daré también a mi hija menor, pero tendrás que prestarme servicios por otros siete años más».
Jacob lo aceptó, y al terminar la semana de bodas con Lía, Labán le entregó a su hija Raquel. Labán le dio a Raquel a su esclava Bilá como sierva.
Jacob se unió también a Raquel, y amó a Raquel más que a Lía. Y se quedó con Labán al que prestó servicios siete años más.
Al ver Yavé que Lía no era querida, le concedió ser fecunda, mientras que Raquel era estéril (Gn 29 15-31).
De nuevo tenemos a Dios metiendo baza para poder desencadenar conflictos familiares que podrían haberse ahorrado todos. Lía parió cuatro hijos, Rubén, Simeón, Leví y Judá, pero Jacob seguía prefiriendo a Raquel, aunque, eso sí, administraba su virilidad llegándose a ambas... pero no solamente a ellas, ya que la tremenda envidia que Raquel sentía por su hermana Lía llevó a que la cama de Jacob estuviese muy concurrida:
Raquel, viendo que no daba hijos a Jacob, se puso envidiosa de su hermana y dijo a Jacob: «Dame hijos, porque si no, me muero».
Entonces Jacob se enojó con Raquel y le dijo: «Si Dios te ha negado los hijos, ¿qué puedo hacer yo?». Ella le contestó: «Aquí tienes a mi esclava Bilá. Únete a ella y que dé a luz sobre mis rodillas. Así tendré yo también un hijo por medio de ella». Le dio, pues, a su esclava Bilá, y Jacob se unió a ella (Gn 30,1-8).
Pero, tras dos partos de la esclava Bilá en funciones de madre sustituta de Raquel, ésta andaba ya muy envalentonada frente a su hermana y la forzó a mover ficha:
Viendo Lía que había dejado de tener hijos, tomó a su sierva Zelfa y se la dio por mujer a Jacob. Y Zelfa, esclava de Lía, dio un hijo a Jacob [y luego un segundo, claro] (Gn 30,9-12).
Sin embargo, los líos, peleas y partos estaban lejos de acabar. Rubén, hijo de Lía, se encontró unas manzanas silvestres y Raquel le pidió algunas a su madre.
Le respondió Lía: «¿No te basta con haberme quitado el marido, que ahora quieres llevarte también las manzanas de mi hijo?». Raquel le dijo: «Muy bien, que duerma contigo esta noche, a cambio de las manzanas de tu hijo».
Cuando por la tarde llegaba Jacob del campo, Lía salió a su encuentro y le dijo: «Esta noche dormirás conmigo, pues te he alquilado por unas manzanas de mi hijo». Aquella noche, pues, durmió Jacob con ella [bonito ejemplo para leer en familia los domingos, sí, señor]. Dios escuchó las oraciones de Lía, la que concibió y le dio a Jacob el quinto hijo [y luego dos más], aunque, claro, «entonces Dios se acordó de Raquel, oyó sus ruegos y le concedió ser fecunda» (Gn 30:14-22).
Tras perder la cuenta de tanto parto, once varones y una mujer, Jacob optó por independizarse y le pidió libertad y finiquito a su tío y suegro Labán; pero, fiel a su personalidad tramposa, Jacob le hará una sucia (y rentable) jugarreta al no menos marrullero padre de sus antes primas y ahora esposas.
Después de que Raquel hubo dado a luz a José, Jacob dijo a Labán: «Déjame regresar a mi patria y mi tierra. Dame mis esposas y mis hijos, por quienes te he servido, y déjame partir, pues bien sabes con qué fidelidad te he servido».
Labán le contestó: «Hazme un favor. El cielo me hizo ver que Yavé me bendecía gracias a ti». Y agregó: «Dime cuánto te debo y te lo pagaré».
Jacob respondió: «Tú sabes cómo te he servido, y cómo le fue a tu rebaño conmigo. Poco era lo que tenías antes de que yo llegara aquí; pero después creció enormemente y Yavé te ha bendecido. ¿Cuándo, pues, podré trabajar para mi propia casa?».
Dijo Labán: «¿Qué te puedo dar?». Jacob respondió: «No me des nada, pero si haces por mí lo que voy a pedirte, seguiré cuidando tus rebaños. Hoy voy a revisar tus rebaños y pondré aparte todos los corderos negros, y también todos los cabritos manchados y rayados, y éste será mi salario. Comprobarás mi honradez el día de mañana cuando quieras verificar personalmente lo que me llevo. Todo lo que no sea manchado o rayado entre las cabras, ni negro entre los corderos, será considerado como un robo de mi parte».
Dijo Labán: «Está bien, sea como tú dices». Ese mismo día Labán puso aparte todos los cabritos rayados o con manchas, y a cuanto cordero había con color negro, y se los dio a sus hijos, y los mandó lejos de Jacob, a una distancia de tres días. Y Jacob se quedó cuidando el resto del rebaño de Labán.
Jacob se buscó entonces unas ramas verdes de chopo, almendro y plátano. Peló la corteza de las ramas haciendo franjas que dejaban al descubierto el blanco de la madera. Después las colocó ante las pilas y abrevaderos, justo delante de esas que al beber entraban en celo. Y las que se apareaban frente a las varas parían después crías rayadas, moteadas y manchadas. Entonces Jacob separaba los corderos. En una palabra, hacía que las ovejas del rebaño de Labán miraran todo lo que tenía rayas o era negro. Así se formó rebaños que le pertenecían y que apartaba de los de Labán.
Cada vez que entraban en celo las ovejas más robustas, Jacob volvía a poner en las pilas y abrevaderos las varas, a la vista de las ovejas, para que se aparearan ante ellas. Pero si las ovejas eran débiles, no ponía las varas. Así las débiles quedaban para Labán, y las robustas eran para Jacob.
Y el hombre se hizo muy rico, pues tenía grandes rebaños, muchos servidores y sirvientas, camellos y burros (Gn 30,25-43).
En el caso, harto probable, de que algún lector no hubiese captado la sutileza del engaño perpetrado por Jacob para saquear el rebaño de su tío Labán, le remitiremos al siempre autorizado criterio exegético de la muy católica versión bíblica de Nácar-Colunga, que anota este versículo, en su página 63, diciendo:
«La industria de Jacob es fácil de entender. Puesto que en los abrevaderos donde los machos suelen cubrir a las hembras, pone en los canales esas varas parcialmente descortezadas, para que, impresionando a los animales, venga el feto a tener el color variado de las mismas varas. El resultado correspondió a sus propósitos. San Crisóstomo y Teodoreto lo atribuyen a milagro. San Jerónimo, San Agustín y San Isidoro lo tienen por natural y lo confirman con varios ejemplos. Lo que no ofrece duda es que el autor sagrado ve en esto un efecto de la providencia especial de Dios sobre el patriarca».
Dado que la biología de los mamíferos artiodáctilos patihendidos no permite lograr lo que Dios afirmó con su palabra (y con total desconocimiento de las leyes genéticas que, según dicen, creó y todavía gestiona), sólo resta pensar que, efectivamente, hubo milagro y que Dios ayudó a Jacob a jugar con trampa para poder robarle la mejor y mayor parte de su ganado a Labán.
Por si quedaba alguna duda respecto a la complicidad e intervención directa de Dios en el expolio de los bienes de Labán, un poco más adelante se dice:
Y el Ángel de Dios me dijo en sueños: «¡Jacob!». Yo respondí: «Aquí estoy».
Y añadió: «Fíjate bien cómo los machos que cubren a las hembras son rayados, manchados y moteados. Esto es así porque he visto todas las cosas que Labán ha hecho contigo.
»Yo soy el Dios de Betel, en donde derramaste aceite sobre una piedra y me hiciste un juramento. Ahora, levántate y vuélvete a la tierra en que naciste».
Respondieron Raquel y Lía: «¿Acaso tenemos que ver algo todavía con la casa de nuestro padre, o somos aún sus herederas?
»¿No hemos sido tratadas como extrañas después que nos vendió y se comió nuestra plata?
»Pero Dios ha tomado las riquezas de nuestro padre y nos las ha dado a nosotras y a nuestros hijos. Haz, pues, todo lo que Dios te ha dicho».
Se levantó Jacob e hizo montar en camellos a sus mujeres e hijos.
Y se llevó todos sus rebaños y todos los bienes que había adquirido en Padán-Aram, volviendo donde su padre Isaac, a Canaán.
Aprovechando que Labán había salido a esquilar su rebaño, Ra
quel robó los ídolos familiares que su padre tenía en casa.
Jacob actuó a escondidas de Labán, y no le avisó nada sobre
su partida.
Tomó, pues, todo lo que poseía, y emprendió la huida. Atravesó el río Éufrates y se dirigió a las montañas de Galaad (Gn 31,11-21).
Tenemos aquí otro hermoso ejemplo de la conducta divina, que favorece activamente al sinvergüenza en perjuicio de terceros, que en el caso de Jacob eran de su propia familia, a la que roba con engaño y traición, huyendo con el botín aprovechando la ausencia de Labán, el legítimo propietario de todo lo expoliado.
El pésimo ejemplo se completa con una reprochable conducta familiar, al huir impidiendo que Labán se despida de sus hijas y nietos, y con un nuevo engaño de Rebeca para esconderle a su padre los dioses familiares que había robado.
Labán dijo a Jacob: «¿Qué me has hecho? Me has engañado, y te has llevado a mis hijas como si fueran prisioneras de guerra.
»¿Por qué has huido en secreto engañándome? ¿Por qué no me avisaste? Yo habría hecho una fiesta para despedirte, con canciones, tambores y guitarra.
»Ni siquiera me has dejado besar a mis hijos y a mis hijas. Te has portado como un tonto.
»Yo podría hacerte mal, pero el Dios de tu padre me dijo anoche: "Cuídate de no discutir con Jacob, bien sea con amenazas o sin violencia" [de nuevo toma Dios partido por el delincuente y obliga a la víctima a acatar sus fechorías].
»Pero si te has ido porque echabas de menos a la casa de tu padre, ¿por qué me has robado mis dioses?».
Respondió Jacob a Labán: «Yo tuve miedo a que me quitaras tus hijas. Pero eso sí, al que descubras que tiene en su poder tus dioses, ése morirá». En presencia de nuestros hermanos, revisa todo lo que yo tengo, y si reconoces algo tuyo, llévatelo. Pero Jacob ignoraba que Raquel había robado los ídolos.
Entró Labán en la tienda de Jacob, después en la de Lía y en las de las dos criadas, pero no encontró nada. A continuación, entró en la tienda de Raquel, pero Raquel había tomado los ídolos familiares y colocándolos debajo de la montura del camello se sentó encima mientras Labán registraba toda su tienda y no encontraba nada.
Entonces ella, dirigiéndose a su padre, le dijo: «Perdone, mi señor, si no me pongo de pie ante su presencia, pero me sucede lo que le pasa a las mujeres». Registró, pues, y no encontró los ídolos (Gn 31,26-35).
El currículo de este gran patriarca comenzó a labrarse abusando de la simpleza de su hermano, al que robó los derechos de primogenitura engañando a su padre, y se fortaleció gracias a la riqueza que le robó con trampas (divinas, en este caso) a su tío y suegro Labán, no menos tramposo que él.
A pesar de su muy reprobable y vergonzoso proceder, Jacob mereció todos los parabienes y bendiciones de Dios, que le encumbró hasta la gloria en el organigrama del pueblo elegido:
Dios se apareció de nuevo a Jacob cuando regresaba de PadánAram y lo bendijo, diciendo: «Tu nombre es Jacob, pero desde ahora no te llamarás más Jacob, sino que tu nombre será Israel». Así, pues, le puso por nombre Israel.
Y agregó: «Yo soy el Dios de las Alturas; sé fecundo y multiplícate. Una nación, o mejor, un grupo de naciones nacerá de ti, y reyes saldrán de tu linaje. Te daré la tierra que di a Abraham e Isaac, y la daré a tus descendientes después de ti» (Gn 35,9-12).
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: robarle a la familia no es punible y, en cualquier caso, bueno y acertado es el refrán popular que asevera que quien le roba a un ladrón se merece cien años de perdón.

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