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domingo, 31 de julio de 2011

LUZ DEL DOMINGO XXVI

La «Santísima Trinidad»: el misterio que nos vino de Oriente

Cuando el teólogo católico Hans Küng se cuestiona la razón por la que la Trinidad no aparece como artículo de fe en el Credo, se responde a sí mismo: «La investigación histórica aporta, en efecto, un resultado curioso: la palabra griega trias aparece por primera vez en el siglo II (en el apologista Teófilo), el término latino trinitas, en el siglo III (en el africano Tertuliano), la doctrina clásica trinitaria de "una naturaleza divina en tres personas" no antes de finales del siglo IV (formulada por los tres padres capadocios Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa). La festividad de la Trinidad —que tuvo su origen en Galia y que en un principio fue rechazada por Roma como "celebración de un dogma"— no fue declarada de obligatoriedad general hasta 1334, en la época del destierro de Aviñón, por el papa Juan XXII.
»Ahora bien —prosigue el teólogo—, nadie que lea el Nuevo Testamento puede negar que en él se habla siempre de Padre, Hijo y Espíritu; no en vano reza la fórmula litúrgica bautismal del evangelio de Mateo: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Pero la totalidad de la cuestión es saber cómo están relacionados entre sí el Padre, el Hijo y el Espíritu. Y, curiosamente, en todo el Nuevo Testamento no hay un solo pasaje donde se diga que Padre, Hijo y Espíritu son "de la misma esencia", o sea, que poseen una sola naturaleza común (pbysis, sustancia). Por lo tanto no hay que extrañarse de que el Símbolo de los Apóstoles no contenga ninguna afirmación en ese sentido.
«Tenemos que hacer el esfuerzo de pasar revista al Nuevo Testamento —añade Küng—, que aún está arraigado en el judaismo y que, en muchos aspectos, se halla más cerca de nosotros. Entonces nos daremos cuenta en seguida de que, en el Nuevo Testamento, Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres magnitudes muy diferentes que no aparecen meramente identificadas, de modo esquemático-ontológico, a una naturaleza divina. Y de un "misterio central" o de un "dogma fundamental", según el cual" tres personas divinas " (hipóstasis, relaciones, formas de ser...), es decir, Padre, Hijo y Espíritu, tienen en común "una naturaleza divina", Jesús no dice absolutamente nada.»
Ni Jesús, ni los apóstoles ni la Iglesia cristiana de los primeros siglos tuvieron la más mínima idea de que Dios fuese trino; cosa normal, por lo demás, ya que ninguno de ellos vivió los siglos suficientes como para poder asistir a las calenturientas deliberaciones de los concilios en los que se fabricó el dogma trinitario.
Según el Catecismo católico vigente, «la Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consustancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten en la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo es lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la sustancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804)».
La doctrina católica aún vigente, por tanto, mantiene que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas que comparten la misma sustancia (ousia) y la misma energía (energeia), pero antes —al igual que ya vimos en el capítulo 6, al tratar la cuestión de la consustancialidad—, los defensores de esta tesis tuvieron que luchar violentamente contra quienes mantenían posiciones teológicas contrarias. El problema fundamental, que era establecer el tipo de jerarquía que definía las relaciones entre las tres personas, tuvo enfoques muy diversos; así, por ejemplo, el subordinacionismo postuló que Cristo era inferior al Padre; el pneumatomaquismo que el Espíritu Santo era inferior al Padre y al Hijo; el modalismo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran una sola persona con tres nombres distintos; el patripasianismo que, dado que Cristo era Dios, el Padre también había sufrido y muerto en la cruz con él, etc.
En el concilio de Nicea (325) se presentaron más de veinte evangelios que sugerían planteos trinitarios, pero todos fueron declarados falsos excepto el de Juan. La mayoría de obispos votó en favor de la doctrina de la Trinidad, pero otros muchos se opusieron a ese escándalo y en el concilio de Antioquía (341) la inspiración divina se rectificó a sí misma y negó lo proclamado en Nicea, aunque luego otro concilio mantuvo lo contrario y así sucesivamente hasta que se impuso el dogma actual.
La Trinidad es definida por los teólogos como el misterio fundamental de la fe cristiana y es presentada como ejemplo del verdadero misterio en su forma absoluta, es decir, de una verdad de la que el hombre no puede tener certeza sin la fe en una revelación divina y cuyo contenido él no puede comprender directamente, sino sólo indirectamente mediante un procedimiento analógico, pero lo que resulta altamente misterioso y, sobre todo, revelador, es que el testimonio principal de la triple personalidad de Dios sea un solo versículo —Mt 28,19—, absolutamente sospechoso, del fantasioso y manipulado Evangelio de Mateo.
Cuando en Mateo se hizo aparecer al Jesús resucitado en Galilea —pasaje que también figura en Mc 16,15-18, aunque relatado en unas circunstancias y con un mensaje absolutamente diferentes—, se le hizo decir: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Resulta obvio que se menciona a tres personas diferentes, pero también salta a la vista que no hay el menor indicio de que puedan ser la expresión de una sola, ni de cómo se relacionan entre sí, ¿dónde está, pues, la Trinidad del dogma católico?
En cualquier caso, y suponiendo que se trate de tres dioses, lo único que dice la frase de Mateo es que se debe bautizar en nombre de esas tres divinidades, una afirmación absurda ya que sería terriblemente blasfema en labios de un judío monoteísta como Jesús. Por otra parte, ¿cómo es posi ble que una revelación tan fundamental no tuviese más cabida en los sinópticos que este escueto versículo de Mateo? ¿Es razonable pensar que la inspiración de Dios le negase tamaña revelación a Marcos, que escribió su evangelio según los recuerdos de Pedro, nada menos?
El quid del misterio no es difícil de desentrañar, puesto que, a juzgar por su estructura y naturaleza, resulta obvio que el texto de marras fue un añadido posterior; la mayoría de los especialistas independientes sostienen que el evangelio de Mateo original termina en Mt 28,15 y que los cinco versículos que conforman su capitulito final son una interpolación.
Cabe preguntarse, por ejemplo, la razón por la que la base trinitaria se añadió a Mateo, pero no a Marcos o Lucas, y respuesta es una mera cuestión de geografía y de mitos locales, veamos: el texto de Mateo —año 90— se escribió (y se reelaboró con posterioridad) en Egipto, zona influenciada por la misma cultura oriental en la que, no por casualidad, vivieron los artífices del dogma trinitario —Teófilo, Tertuliano, Basilio, Gregorio de Nisa (hermano de Basilio) y el compañero de ambos Gregorio de Nacianzo—, pero, en cambio, los evangelios de Marcos —año 75-80— y Lucas —final siglo I— se redactaron en Italia, dominada por un impulso cultural occidental diferente y una mentalidad religiosa menos florida que la oriental (ya mencionamos que la fiesta de la Trinidad fue rechazada por Roma hasta el siglo XIV). Las sociedades orientales eran ricas en antiguas tradiciones religiosas trinitarias y el cristianismo, como ya hemos visto, elaboró buena parte de sus mitos fundamentales en sus Iglesias de Oriente.
Si repasamos la historia de las religiones precristianas veremos que en casi todas ellas era absolutamente corriente la idea de la trinidad divina. Los panteones trinitarios fueron ya una de las características de la religión del Antiguo Egipto desde unos tres mil años antes de la aparición del cristianismo, así, el sistema cosmogónico menfita se componía de la tríada Pta (creador de dioses y hombres), Sejmet (esposa) y Nefertem (hijo); la tríada tebana, de Amón, Mut (esposa, diosa del cielo) y Jonsu (hijo); la tríada osiríaca de Osiris, Isis (esposa) y Horus (hijo); contando también con otras trinidades menos influyentes como Knef, Fre y Ftah, o Jnum, Anukis y Satis, etc.
El antiguo dios egipcio Amón, por ejemplo, era venerado bajo el aspecto de Nouf (Noum o Chnoufis, en griego), que personificaba su poder generador in actu, y como Knef (o Chnoumis), personificación del mismo poder inpotentia. En ambos casos era representado como un dios con cabeza de carnero, y si como Knef simbolizaba el Espíritu de Dios (equivalente en alguna medida al Espíritu Santo cristiano) con la ideación creadora que incuba en él, como Nouf era el ángel que entraba en la carne de la Virgen para nacer como divinidad. En un antiquísimo papiro egipcio —traducido por el egiptólogo Chabas— se encuentra una plegaria que resulta todo un adelanto ideológico del modelo de Trinidad cristiana que lo imitará muchos siglos después: «¡Oh Sepui, Causa de existencia, que has formado tu propio cuerpo! ¡Oh Señor único, procedente de Noum! ¡Oh sustancia divina, creada de ti mismo! ¡Oh Dios, que has hecho la sustancia que está en él! ¡Oh Dios, que has hecho a su propio padre y fecundado a su propia madre!»
Los babilonios y caldeos (c. 2100 a.C.) veneraban los cuatro grandes dioses o Arbail, formados por tres divinidades masculinas y una femenina que era virgen, aunque reproductora. Esta primitiva trinidad estaba integrada por Bel («Señor del Mundo», Padre de los dioses, Creador), Hea (forjador del Destino, Señor del Abismo, Dios de la Sabiduría y del Conocimiento) y Anu («Rey de Angeles y Espíritus", Gobernador de los cielos y la tierra). La esposa de Bel, o su aspecto femenino era Belat o Beltis («Madre de los grandes dioses»).
Según la Teogonia de Hesíodo (siglo VIII a.C.), la primitiva trinidad helénica estaba compuesta por Ouranos (Urano), Gaea y Eros. Ouranos, equivalía a Coelus (Cielo), el más antiguo de todos los dioses y el padre de los titanes divinos. Gaea era la Materia primordial, la Tierra, la esposa de Ouranos (el firmamento o cielo). Eros era el dios que personificaba la fuerza procreadora de la Naturaleza en su sentido abstracto, el impulsor de la creación y la procreación.
La Trimürti o trinidad hindú está compuesta por Brahmá, Vishnú y Shiva; y la sílaba más sagrada del hinduismo AUM — la A y U se combinan para formar una O, por lo que también se la conoce como OM — , es el emblema de la Divinidad o más bien de la Trinidad en la Unidad, ya que representa a Brahma, el Ser supremo, en su triple condición de Creador (Brahma, A), Conservador (Vishnú, U) y Renovador (Shiva, M). Una tríada más antigua, de origen persa, fue la de Varuna, Indra y Naatya.
En fin, podríamos seguir referenciando otras muchas trinidades divinas paganas, pero lo sustancial del hecho de su cotidianeidad precristiana es que, al igual que sucedió cuando hubo que conformar los atributos míticos del Jesús-Cristo, el poso cultural que habían dejado más de dos milenios de creencias trinitarias influyó decisivamente a la hora de construir un misterio central para la entonces aún joven religión cristiana.
Cuando la idea del dogma trinitario, desconocido como tal para los cristianos de los primeros siglos, fue ganando terreno y posibilidades, alguien — según era inveterada costumbre en la época — añadió unas pocas líneas al texto egipcio de Mateo; así debió aparecer, con mucha probabilidad, el versículo de Mt 28,19, pedestal sobre el que aún se sostiene uno de los «misterios escondidos de Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto». Mientras, en Italia, los documentos de Marcos y Lucas permanecieron a salvo de lo que sin duda fue una modernez teológica oriental, por eso no hay en ellos ni rastro del fundamental misterio de la Trinidad. En el concilio de Nicea —donde se aprobó la consustancialidad de Jesús con Dios— Mateo fue declarado texto auténtico e inspirado, junto al de Marcos y Lucas... y el de Juan.
El Evangelio de Juan había sido escrito, a finales de la primera década del siglo II, por Juan el Anciano, un griego que tuvo la desfachatez de hacer que el Jesús de su evangelio se expresase como si fuese un heleno antijudío, que le hizo identificarse con el Padre (una presunción que horrorizaría al propio Jesús de los sinópticos) y que, en consecuencia, a partir de algunas afirmaciones inspiradas y supuestos dichos atribuidos a Jesús, dejó plantada una semilla que ayudaría a decantar la teología posterior hacia planteos progresivamente trinitarios.
El Jesús de Juan se caracteriza por hacer manifestaciones que son obviamente apócrifas, puesto que en los tres evangelios sinópticos —que, a pesar de todo, estaban más próximos al nazareno en tiempo y vivencias históricas— se le muestra con una personalidad y un mensaje diametralmente opuesto al que tiene en este texto. Así, en el cuarto evangelio se afirma sin ambages que Jesús es el «Hijo de Dios» o «Verbo encarnado» (Jn 1,14-18; 3,16), se le hace asumir mediante sus propias palabras la consustancialidad con Dios (Jn 10,30) y la continuidad de su obra por parte del Espíritu Santo (Jn 14,26), etc. El Jesús del Evangelio de Juan es, sin lugar a dudas, infinitamente más místico, hermoso y complejo como elaboración milico-religiosa— que el de los otros tres evangelios, pero también es infinitamente menos histórico o, lo que es lo mismo, resulta infinitamente más falso.
No será ninguna sorpresa si recordamos que Juan el Anciano vivió y escribió su Evangelio de Juan en Asia Menor. La Santísima Trinidad, sin duda alguna, fue un misterio que nos vino de Oriente.

sábado, 30 de julio de 2011

PARA CUANDO TE ROBEN EN UN CAJERO

Leyendo un poco esta mañana me tope con un articulo interesante sobre que hacer en caso de sufrir un robo en un cajero automático, y reza:
En el cajero automático, si se está produciendo un robo, se debe notificar a la Policía sin alertar al delincuente marcando la clave al revés: por ejemplo, si el número clave es 1234, se tiene que marcar al revés, o sea 4321.

El cajero reconoce que el número clave está marcado al revés del que corresponde a la tarjeta colocada en la máquina. La máquina hará la entrega del dinero, pero la
Policía ya tendrá conocimiento.
 Me parece muy interesante el tip, solo que en mi caso primero debería pedirle al delincuente que me deposite algo en la cuenta pues ando chiro, segundo: cuando me pongo nervioso no puedo ingresar bien los números así que si intento ingresar mi clave al revés mas seguro es que me equivoco y el cajero se traga mi tarjeta y el ladrón me va sacando la pucta, tercero: ¿y qué si los chapas se enteran de que te estan robando?!!! si lo mas seguro es que el robo es de noche en uno de esos cajeros bien solitarios cerca de los chongos (..me han contado) y hasta que lleguen los cerdos ya te medio mataron o los pacos mierdas se perdieron y para cuando lleguen ya el choro se habra ido con tu dinero ha pegarse un punto en lugar de vos (moraleja: no dejes para mañana lo que puedes culear hoy...), y cuarto: aunque es un tecnicismo, pero mi espiritu ingenieril que no deja de lado ninguna variable me obliga a pensarlo, qué pasa con las claves que son iguales al revés? ej: 4334,1221, 2552 etc.. o un caso más patetico 1111 (verga ya me toco cambiar mi clave), ¿qué chucha pasa ahí? el cajero como sabe que tu clave esta bien o al revés?, lo más seguro es que en ese caso si vienen los chapas y te van sacando la pucta y al menos a mí que tengo cara de ladrón.
                            a esta pelada yo si le robaría todo....
 
Me cago en este sistema, ya me hizo emputar y no me canso de mentarle la madre al que se lo ingenió , que de seguro es otro ingeniero, mejor pongan unas cámaras para que alguien monitoree esas huevadas de cajeros que además a veces no dan bien el dinero, y aunque las cámaras tampoco resuelvan nada, al menos los videos servirían para que te hagas famoso en esos programas vergas de "Sorprendente" o "eCUADOR iNSÓLITO" y el páis vea como te vieron la cara de pendejo....

Bueno, ya me saque este molesto sentimiento al ver este sistema de solución ante la delincuencia, no me hagan empezar con el caso de robo de celulares.....en fin mejor voy al cajero a poner mi clave simétrica a ver qué pasa y luego les cuento.....

LOS ESCUPIO: JUAN 

viernes, 29 de julio de 2011

VIERNES CUCHILLERO: UN MAR DE ESTRELLAS

UN MAR DE ESTRELLAS : WARCRY



Amanece y sentado junto al mar
la mirada fija en la inmensidad
esbozando una sonrisa
imaginando no despertar
hubo un tiempo en le que el hombre fue feliz
disfrutando cada día su existir
ella era toda su vida
su principio y su fin

Y aunque el mar se la llevo, el aun oye su voz

susurrándole frases de amor
cada día se le ve, sentado al amanecer
esperando verla volver

Un deseo cada amanecer

y un lamento cada atardecer
esperando, deseando que la muerte
venga pronto a por él



Mas un día, ya no apareció

en la playa ya no se le vio
ya por fin esta contento
la muerte se lo llevo

Y en el cielo se les ve

casi hasta el amanecer
por fin juntos otra vez
se reflejan sobre el mar
al llegar la oscuridad
y as lagrimas ya no volverán

lunes, 25 de julio de 2011

PARA LA REFLEXIONAR "II"

"Tener menos, para tenerme más" Facundo Cabral


:P@nChO:

domingo, 24 de julio de 2011

LUZ DEL DOMINGO XXV

El Credo, una profesión de fe que el propio Jesús rechazaría

El Credo, profesión de fe básica del cristianismo, no fue elaborado por Jesús ni tampoco por sus discípulos. La fórmula más antigua conocida, el Symbolum breve, procede de los años 150-180 y decía: «[Creo] en el Padre omnipotente; y en Jesús Cristo, Salvador nuestro; y en el Espíritu Santo Protector, en la santa Iglesia, y en la remisión de los pecados»; estas cinco creencias básicas le eran expuestas a todo candidato al bautismo para que las aceptara formalmente.
Será oportuno hacer una consideración previa acerca del propio concepto que subyace detrás de la palabra «credo». Tal como lo conocemos, el Credo es una profesión de fe que implica creer en los artículos que proclama sin razonarlos, pero, en su origen, el contenido básico del texto estaba recogido bajo el concepto de pisteyo, que significa «formarse una opinión acerca de», es decir, todo lo contrario de lo que promueve la fe. Mientras pisteyo implicaba formarse una opinión mediante la razón (el trabajo intelectual de comprensión) y la comunicación experiencial que se derivaba de los símbolos enunciados en un contexto cultural y cultual determinado, credo —su «traducción» latina— fuerza a creer acrí-ticamente y al pie de la letra (eso es sin comunicación experiencial) el texto ofertado.
Con el paso del tiempo y la intervención de diferentes teólogos, el símbolo inicial fue ampliándose progresivamente con la inclusión de nuevos artículos (hasta los doce actuales). En este proceso fueron clave las luchas teológicas previas a la definición y proclamación de la divinidad de Jesús —un cuadro que ya dibujamos en el capítulo 6—, puesto que este texto acabó siendo, precisamente, el resumen de la ortodoxia doctrinal que resultó ganadora, por votación mayoritaria de los obispos, en el concilio de Nicea (325).
De hecho, el nombre de Symbolum Apostolorum (Símbolo de los Apóstoles) no apareció hasta alrededor del año 400, no se confeccionó una versión completa del Credo hasta el siglo V, y no fue hasta el siglo X cuando, por mandato del emperador Otón el Grande, se introdujo en Roma como símbolo del bautismo, sustituyendo entonces al credo niceno-constantinopolitano.
El Credo aprobado en el concilio de Nicea y luego reformado en el de Constantinopla (381) había incluido elementos específicos que le hacían distinto de los textos que le precedieron y, en aspectos importantes, también del que ha llegado hasta hoy. Después de grandes discusiones, en ambos concilios, el Symbolum Nicaeno-Constantinopolitanum quedó fijado en el texto que sigue:
«Creemos [Creo] en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Y en un solo Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, nacido del Padre [Hijo unigénito de Dios. Y nacido del Padre] antes de todos los siglos. [Dios de Dios, luz de luz], Dios verdadero de Dios verdadero. Nacido [Engendrado], no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho. Que por causa de los hombres y de nuestra salvación [por causa de nuestra salvación] descendió del cielo. Y fue encarnado por el Espíritu Santo en María Virgen y hecho hombre. Fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato [padeció] y fue sepultado. Y resucitó al tercer día [según las Escrituras], ascendió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y vendrá de nuevo con exaltación a juzgar a vivos y muertos: cuyo reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificador, que procede del Padre [que procede del Padre y del Hijo], que es adorado y glorificado juntamente con el Padre y el Hijo, el cual habló por los santos Profetas [por los Profetas]. Y en una Iglesia santa católica y apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos [Y espero] la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.»
La Iglesia católica defiende su Catecismo empleando una cita procedente de san Cirilo de Jerusalén: «Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones humanas, sino que de toda la Escritura ha sido recogido lo que hay en ella de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza de la fe. Y como el grano de mostaza contiene en un grano muy pequeño gran número de ramas, de igual modo este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento», pero lo cierto es que el Credo fuerza en muchos aspectos el sentido de las Escrituras y obliga a creer en algunos artículos de fe que no tienen la menor base neotestamen-taria.
Por otra parte, la afirmación anterior de que «esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones humanas», queda muy pronto en entredicho si nos tomamos el trabajo de comparar, por ejemplo, el texto inicial del Symbolum breve y el del primitivo Symboli Apostolici —que reproduciremos en la página siguiente—, con los artículos de fe que aparecen en el ya muy elaborado Symbolum Nicaeno-Constantinopoli-tanum, y con los del Credo de la Iglesia católica actual. Salta a la vista que los diferentes intereses personales y doctrinales que, durante los primeros siglos, lucharon por hacerse con el control de la Iglesia, fueron dejando su huella en las sucesivas elaboraciones del texto del Credo católico. A continuación señalaremos algunas de las notables diferencias que existen entre los diversos Symbolum.



 
       
Si confrontamos estos dos textos y el Symbolum Nicaeno-Constantinopolitanum, veremos que aparecen diferencias de concepto y añadidos de bulto en la versión del Credo reformado que está actualmente vigente en la Iglesia católica.
Hemos remarcado en cursiva los conceptos relevantes que han desaparecido de los textos más antiguos y/o que han sido añadidos con posterioridad.
Una primera traición al espíritu original del texto de la declaración tuvo lugar cuando se tradujo como omnipotens (todopoderoso) el atributo divino que en el texto griego original figuraba como pantokrátor (dominador de todo), que implica una diferencia abismal en la concepción de la figura de Dios.
Tal como afirma el gran teólogo católico Hans Küng, pantokrátor «no expresa ante todo el poder creador de Dios, sino su superioridad y su inmenso poder operativo, al que no se opone ningún principio, de género numinoso o político, ajeno a él. En la traducción griega de la Biblia hebrea se utiliza esta palabra para trasponer el término hebreo Sabaoth ("Dios de los ejércitos"), mas en el Nuevo Testamento —salvo en el Apocalipsis (y en un pasaje de Pablo)— esto llama la atención, se evita su empleo. Pero después, en la patrística, ese atributo divino pasó a ser expresión de la exigencia de universalidad del cristianismo en nombre del
Dios único, y en la Escolástica se convirtió en objeto de muchas especulaciones sobre lo que Dios puede y (por ser en sí imposible) no puede.
»Cuando se siguen proclamando constituciones de Estados modernos "en nombre de Dios todopoderoso", no sólo encuentra así una legitimación el poder político sino que al mismo tiempo se fija un límite a la absolutización del poder humano. Sólo una fe razonada en Dios es una respuesta, con fundamento último, al "complejo de Dios" (Horst Eberhard Richter), al delirio de omnipotencia del hombre. Por otra parte, en el credo (y en muchas plegarias oficiales) podrían anteponerse al predicado "todopoderoso", tomando como fuente el Nuevo Testamento, otros atributos más frecuentes y más "cristianos": Dios "sumamente bondadoso" o también (como en el Corán) "sumamente misericordioso". O simplemente "Dios amoroso", como expresión de lo que, desde un punto de vista cristiano, es seguramente la descripción más profunda de Dios: "Dios es amor" (I Jn 4,8-16)».
Según el Symboli Apostolici y Symbolum Nicaeno-Constantinopolitanum, el Señor «nació... en María Virgen» o fue «engendrado», «encarnado», «hecho hombre» en ella, por obra del Espíritu Santo, claro está, pero la Iglesia católica movió el agua hacia su molino de culto mariano cuando añadió al Credo términos nuevos como el de ser «concebido» —muy diferente al de encarnarse— y «gracia» (don de Dios), hizo «Santa» a la Virgen y eliminó la referencia a la humanidad de Jesús para connotar indirectamente su divinidad.
Tanto en el Symboli Apostolici como en el símbolo de Nicea/Constantinopla no se dijo más que Jesús fue «crucificado bajo Poncio Pilato y sepultado», resucitando «al tercer día [según las Escrituras]», pero la Iglesia católica posterior, consciente de las muchas contradicciones de las Escrituras en este episodio —como ya demostramos sobradamente en el capítulo-5—, quiso reforzar su presunción dogmática añadiendo las palabras «padeció» (para magnificar con la crueldad del dolor su sacrificio), «poder» (para magnificar la injusticia y la responsabilidad deicida de romanos y judíos asociados) y «muerto» (colocándola entre crucificado y sepultado, ¿para dar fe de su muerte real ante los escépticos?); sacándose de la manga un «descendió a los infiernos» que no se fundamenta absolutamente en nada, ni en las Escrituras ni en ningún Credo primitivo; y haciéndole resucitar «de entre los muertos», que era un matiz ausente del documento conciliar original.
Acerca del descenso a los infiernos de Jesús, el teólogo católico Hans Küng comenta que «la falta de una base bíblica clara es, sin duda alguna, la razón principal de la ambigüedad, que persiste hasta hoy, de este artículo de la fe. En núes-tros días esto se ha vuelto a ver claramente en el hecho de que las Iglesias católica y evangélica de Alemania, de manera oficial y sin dar mayor importancia a la cosa, han cambiado to-talmente la traducción del descendit ad inferos en la nueva versión ecuménica del credo. Antes se decía "descendió a los infiernos", y ahora, "descendió al reino de la muerte". ¿Una traducción mejor, y nada más? No, en absoluto. Antes bien, un oscurecimiento tácito del sentido. Pues mediante esta reinterpretación el artículo adquiere un doble sentido que, por otra parte, ya iba unido desde la Edad Media a esta fórmula de fe».
La afirmación del Symbolum Nicaeno-Constantinopolitanum —inspirada por el espíritu divino— acerca de que después del juicio final de Jesucristo llegará un tiempo «cuyo reino no tendrá fin», dejó de ser aceptada por la propia Iglesia católica —a pesar de ser una declaración que figura en el Nuevo Testamento—, con lo que nos privó para siempre de tan prometedora circunstancia.
De la misma manera —debido quizás a un inadvertido arranque de sinceridad— la Iglesia suprimió también del Credo niceno-constantinopolitano el adjetivo de «apostólica» y se quedó en «Santa Iglesia católica» cosa razonable ya que ésta no sigue a los apóstoles de Jesús y sus escritos sino a sí misma, eso es a la propia doctrina que han construido con el paso del tiempo los doctores católicos; por eso añade la exigencia de creer en la «comunión de los Santos», qué son sabios varones que han hecho decir a las Escrituras todo aquello que jamás constó en ellas.
En el Symbolum Nicaeno-Constantinopolitanum se dijo «Confesamos un bautismo para la remisión de los pecados», es decir, que sólo el bautismo es la vía para lograr el perdón, que es el sentido que se desprende con claridad del Nuevo Testamento, pero la Iglesia católica posterior, que impuso el sacramento —falaz, por no evangélico— de la confesión/penitencia como único camino para lograr el perdón divino, actuó de forma taimada al convertir la fórmula original en la obligación de creer en «el perdón de los pecados», que es tanto como garantizar la eficacia y necesidad de la penitencia católica (que no cristiana). Con un sencillo juego de palabras se pasó de la defensa de la función básica del sacramento evangélico fundamental, el bautismo, a la obligación de acatar un pseudosacramento malicioso y de configuración muy tardía.
Por último, lo que en el Symboli Apostolici fue resurrección de «la carne» a secas, sin promesa de «vida eterna», pasó a convertirse en resurrección de «los muertos» —que en el contexto cultural de esos días significaba algo muy distinto—, y la creencia que el Espíritu Santo inspiró en el Symbolum Nicaeno-Constantinopolitanum a propósito de estar abiertos a «la vida del mundo futuro», circunstancia que debía darse con el advenimiento del «reino de Dios» en la tierra —un futuro esperado como «inmediato» tanto por Jesús como por el cristianismo primitivo—, fue drásticamente modificada por la Iglesia católica, debido a su evidente falta de cumplimiento hasta el día de hoy, y convertida en esperanza de una «vida eterna», que no compromete plazo de cumplimiento, hace referencia a una resurrección mucho más etérea y anima a enfrentar la muerte con idéntico optimismo.
En resumen, que según lo que sabemos del pensamiento y de las obras de Jesús de Nazaret a través de los Evangelios, lo más destacable del Credo católico es que el propio Jesús no suscribiría más que el primer párrafo y rechazaría por apócrifo el resto; cosa normal, por otra parte, si tenemos en cuenta que el mesías judío nunca fue, ni quiso ser, católico.





sábado, 23 de julio de 2011

INDECISION (mejor hubiera seguido eléctrica)

La madre que lo reparió...desde hace unos meses me enfrento a una decision importante en mi Puta vida que tiene que ver con mi futuro y mi carrera en la "distinguida universidad en la que estudio" y es que estoy ya en el punto sin retorno de mis estudios y es cuando debo decidir si seguir o cambiarme a otra, pero voy aser más claro:

Cuando empecé mis estudios en esta universidad nunca tuve orientacion de que pinche carrera seguir, nunca en mi vida he dado un test de aptitud y ningun puto profesor se acero a conversar acerca de las posibilidades de las ingenieras en el país, así que pues chucha me toco usar mi sentido comun, escogi la carrera que "dizque" era la mas cagada y mas fregada pensando que si era tan dificil no habria competencia y seguramente pocos se graduarian y asi el mercado laboral seria mas amplio y mejor pagado: SHUNSHOOOOO . Ahora que ya estoy mas alla del medio camino me di cuenta de la dura realidad  mi carrera tiene una buena prspeccion para estar listos en una revolucion industrial en el pais, una que no ha de venir en años ya que en este pais donde todavia gustan de moler caña con trapiches movidos por mulas y vender esas puntas para que se muera la gente que van a querer un ingeniero en automatizacion, además tanto norio en esa carrera hace que haya bastante graduado añadiendo que esas otras universidades de medio pelo donde pagas tu luca y pico por estudiar te estan dando el mismo titulo por menos esfuerzo hacieno que el mercado se sature terriblemente y poniendome a pensar seriamente si en el futuro voy a camellar o solo seguire escribiendo huevadas....

Por  otro lado, la carrera "el patito feo" o sea Ingenieria Electrica en la U solia verse como la mas fresca y como una ultima opcion, ¿Qué produjo eso? que en esa carrera hayan muy pocos estudiantes, muy pocos graduados y el puto país que empieza a desarrollar megaproyectos eléctricos necesita de muchos de estos ingenieros y dado el caso de que estos son escasos estan disfrutando de ese sentimiento de ser la unica pelada en el baile, la demanda es altisima y la oferta poca que estan todos bien ubicados en el mundo laboral asi que me estoy comiendo mierda por no haber cogido esta carrera, ojo una observacion: la idea de que esa carrera es facil es pura apariencia, tiene materias muy fuertes de aprobar...

Y aquí el dilema:

Yo pensaba que podia seguir ambas carreras simultaneamente pero la pinche institucion no me lo permite, así que ahora debo decidir si cambiarme de mi carrera a Eléctrica o continuar y en tres semestrea terminarla, además la mierda de problema es que mi carrera si me gusta, así que ahora debo elegir como los nobles de antaño: Casarme por amor o por conveniencia!!!
Por un lado esta mi carrera que quizá no me de comer o cambiarme a Eléctrica y ganar mucho dinero....
Que hacer, ayuda!!!!

Más claro yo quiero ser cowboy:



LOS ESCUPIO: JUAN

viernes, 22 de julio de 2011

VIERNES CUCHILLERO: BELLA JULIETA

BELLA JULIETA: 037-LEO JIMENEZ



Nómbrame esta vez.. susurrándome
Bésame otra vez.. ¡embrujándote!
Cierra los ojos sin querer.. acaríciame
Reconociéndonos la piel.. ¡al amanecer!

Me roba su corazón
Jurándome eterno amor
Se va entre mis manos su calor
Los labios que condene
Princesa que siempre ame
Cruzare al otro lado en donde estés

Llora sin saber
Nos toco perder
Bésame otra vez... embrujándome
En mi memoria veo el ayer
Donde te encontré
Entre mis brazos te arrope.. ¡No te dejare!

Me roba su corazón
Jurándome eterno amor
Se va entre mis manos su calor
Los labios que condene
Princesa que siempre ame
Cruzare al otro lado en donde estés

Y el silencio una vez mas..
No te vayas, quédate
Siento frio, oscuridad
Tu sonrisa hará
Que vuelva a despertar una vez mas miedos!

Yo.. te esperare
Nooo.. te dejare
Cuando abras los ojos
Te prometo que estaré

Me roba su corazón
Jurándome eterno amor
Se va entre mis manos su calor
Los labios que condene
Princesa que siempre ame
Cruzare al otro lado espérame

Me roba su corazón
Jurándome eterno amor
Se va entre mis manos su calor
Los labios que condene
Princesa que siempre ame
Cruzare al otro lado en donde estés

martes, 19 de julio de 2011

PARA REFLEXIONAR "I"

Este será un espacio. Que nos permitirá tomarnos unos minutos para reflexionar.

"¿Es usted un demonio?
Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios."

Gilbert Keith Chesterton.


:P@nChO:

domingo, 17 de julio de 2011

LUZ DEL DOMINGO XXIV

El Dios de la Biblia no dijo «ve a misa los domingos»
sino «descansa los sábados»


Allí dónde el Decálogo bíblico ordena: «Guarda el sábado, para santificarlo, como te lo ha mandado Yavé, tu Dios. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo es sábado de Yavé, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno (...) y por eso Yavé, tu Dios, te manda guardar el sábado» (Dt 5,12-15), la Iglesia católica fijó: «Santificarás las fiestas.» ¿Son equivalentes ambos mandamientos, tal como la Iglesia fuerza a creer? Obviamente no; ni lo son en su forma, ni en su espíritu doctrinal, ni mucho menos en sus consecuencias prácticas y rituales.
En la Biblia se hace aparecer a Dios ordenando que el sábado fuese un día de descanso, de no trabajo, para santificarlo, eso es una jornada en la que no debía hacerse nada productivo bajo ninguna excusa. La implantación del descanso sabatino entre los hebreos fue un proceso histórico gradual que contó con diferentes hitos importantes. El profeta Ezequiel, que comenzó su labor hacia el año 593 a.C., cuando los hebreos ya llevaban cinco años de cautiverio, fue el primero que habló de la celebración del sábado mediante sacrificios especiales (Ez 46,l-5) y, en opinión de los historiadores, tal cosa «revela la importancia adquirida por la práctica del descanso semanal en la comunidad exiliada, que debió de encontrar en esta institución un medio de afirmar su originalidad entre los paganos».
Unos pocos años más tarde, acabado el exilio, Nehemías, gobernador de Judea, al emprender su reforma religiosa (c. 430 a.C.) prohibió la realización de transacciones comerciales los sábados. La importancia de esta institución —muy fortalecida durante el exilio— queda clara ante el hecho de que las infracciones al descanso semanal eran castigadas con la muerte y frente a la evidencia de que el redactor del texto sacerdotal acerca de la creación del mundo en siete días (Gén 1,2-4) persiguió, de modo obvio, justificar el día de descanso semanal mediante la interpolación de dicho relato. Esta norma de guardar el sábado y la legislación veterotestamentaria que se le añadió, fueron finalmente recogidos en el texto Sa-bat de la Misná judía.
A pesar de la ambigüedad con la que Jesús, según algunos pasajes de los Evangelios, se expresó respecto al descanso del sábado, las repetidas profesiones de fe judía hechas por el nazareno en los mismos textos, y el hecho de que sus discípulos sí aparezcan guardando claramente este precepto, indicarían que Jesús fue un fiel cumplidor del descanso obligado por la Ley, aunque seguramente lo hizo obviando el formalismo vacuo y rigorista de los fariseos.
La propia Iglesia católica, en su Catecismo actualmente vigente, proclama que: «Dios confió a Israel el sábado para que lo guardara como signo de la alianza inquebrantable (cf Ex31,16). El sábado es para el Señor, santamente reservado a la alabanza de Dios, de su obra de creación y de sus acciones salvíficas en favor de Israel. (...) El Evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día (cfr. Mc 1,21; Jn 9,16), sino que con autoridad da la interpretación auténtica de esta ley: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2,27). Con compasión, Cristo proclama que "es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla" (Mc 3,4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios (cfr. Mt 12,5; Jn 7,23). "El Hijo del hombre es Señor del sábado" (Mc 2,28).»                   
Si la Iglesia católica cree de verdad esto que afirma, ¿por qué eliminó el descanso semanal del sábado trasladándolo sin más al domingo? ¿Con qué autoridad puede violar el mandato de guardar el sábado —«signo de la alianza inquebrantable»— y faltar a la santidad de este día cuando Jesús, al que dice seguir, no lo hizo jamás?
Durante los cuatro primeros siglos de cristianismo no se santificó más descanso semanal que el del sábado, tal como había ordenado el Dios del Antiguo Testamento; pensar tan siquiera en celebrar este descanso en domingo hubiese significado un sacrilegio, una gravísima violación de la Ley divina.
El domingo era el día pagano por excelencia ya que era el día del Sol, dedicado al divino Sol Invictus, pero la situación cambió cuando el emperador Constantino, en el año 320-321, a principios de su estrategia política para cristianizar el Imperio según sus intereses, decretó que el domingo se convirtiese en día festivo, especialmente para los tribunales. De este modo, el domingo pasó a convertirse en el día de descanso y de celebración de la resurrección de Jesús.                   
Según el párrafo 2.190 del Catecismo actual de la Iglesia católica, «el sábado, que representaba la coronación de la primera creación, es sustituido por el domingo que recuerda la nueva creación, inaugurada por la resurrección de Cristo». El primitivo mandato de Dios —«descansa los sábados»— emprendió así el camino para convertirse en «ve a misa los domingos», una obligación carente de base y absolutamente antievangélica que finalmente quedó apuntalada al sacarse de la manga los famosos Mandamientos de la Santa Madre Iglesia que, en la práctica, fueron objeto de una demanda de cumplimiento más imperiosa y estricta que la que se hacía de los del Decálogo. De nuevo la Iglesia católica se había puesto por encima de Dios.
El texto de los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, según mi viejo catecismo escolar, es el que sigue: «Los Mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco: El primero, oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. El segundo, confesar los pecados mortales al menos una vez al año y en peligro de muerte y si se ha de comulgar. El tercero, comulgar por Pascua de Resurrección. El cuarto, ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. El quinto, ayudar a la Iglesia en sus necesidades.» La Iglesia y sus instrumentos de poder, control y enriquecimiento son lo fundamental, Dios — que no aparece en el texto — viene a ser lo accesorio, la excusa para cumplir con la obligación nuclear de ir a misa.
El Catecismo católico vigente, en su párrafo 2.180, señala: «El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: "El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la misa" (CIC can. 1.247). "Cumple el precepto de participar en la misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde" (CIC can. 1 .248,1).»
No asistir a misa es un pecado grave, ya que la Iglesia, aunque renegó del sábado y de la legislación divina del Antiguo Testamento, no dejó de configurar su domingo con la misma estructura de obligaciones, normas y castigos que caracterizaba al descanso sabatino en la legislación veterotestamentaria.
En resumidas cuentas, el mandato católico de santificar (asistiendo a misa) «todos los domingos y fiestas de guardar», altera y vulnera la ley divina contenida en el Decálogo, pervierte el sentido inicial de este descanso semanal, y contraría abierta y directamente las enseñanzas y comportamientos del Jesús de los Evangelios.                                 
Conviene recordar lo ya mostrado en un capítulo ante-rior cuando citamos la frase de Jesús diciendo a sus discípulos: «Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en pie en las sinagogas y en los ángulos de las plazas, para ser vistos de los hombres. (...) Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. Y orando, no seáis habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar» (Mt 6,5-7).
Esta última frase —que puede traducirse más fielmente por «Y al rezar no os repitáis inútilmente como hacen los gentiles, quienes creen que a fuerza de constantes repeticiones acabarán por ser escuchadlos»— se refiere a la costumbre pagana de ponerse ante el altar de su dios, en el templo, y enfati-zar peticiones e invocaciones repitiendo en voz alta varias veces las mismas palabras. Este mismo comportamiento pagano que criticó Jesús es el que, ni más ni menos, encontramos entre los asistentes a una misa católica (y, en general, entre todos los participantes de los oficios eucarísticos cristianos).
Tomando en cuenta otro aspecto complementario, san Pablo no dejó de advertir que «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ése, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano del hombre, ni por manos humanas es servido, como si necesitase de algo...» (Act 17,24-25). Salvo que las iglesias hayan sido construidas por algo ajeno a las manos del hombre y que los sacerdotes posean manos diferentes a las del común de los mortales, parece obvio que Pablo negó la presencia de Dios en los templos, con lo que resulta inútil el sacrificio dominical de la misa. Aunque también puede suponerse que Pablo —y el Espíritu Santo que le inspiró— se equivocara o que su Dios y el católico no sea el mismo.
En cualquier caso, no cabe duda ninguna de que la Santa Madre Iglesia católica impone a sus creyentes unos preceptos que contradicen la Ley de Dios y, además, obligan a obrar de manera contraria a la aconsejada por Jesús y Pablo.

sábado, 16 de julio de 2011

DRAGON BALL ABRIDGED SUBTITULADO EN ESPAÑOL

Nuevamente publico la primera temporada de esta gran parodia Dragon Ball Abridged debido a que la anterior fue eliminada de quien lo subio y además los subtitulos de youtube no funcionana bien....es genial no se debe dejar de ver esta serie....

Ademas no se deben perder el final de la temporada con la cancion de Ghost Nappa























viernes, 15 de julio de 2011

VIERNES CUCHILLERO: SI AMANECIERA

SI AMANECIERA: SARATOGA



Ahora que mi voz se ha convertido
En apenas un suspiro
Debo descansar
Hoy que en la mitad de mi camino
La evidencia me ha vencido
Y me ha hecho llorar

Sé que el tiempo curará
Aunque nada siga igual
No me quiero resignar
No olvidaré

Yo que hasta el momento ignoraba
En el punto en que se hallaba
Esa enfermedad
Siento que la vida es como un hilo
Que se corta de improviso
Y sin avisar

Y en la oscura habitación
Necesito oír tu voz
Ahora duermes junto a mí
Esperaré

Si amaneciera sin ti
Yo no sé qué sería de mí
Hoy la muerte me ha mostrado ya sus cartas
Y no entiendo la jugada
Trato de salir
No quiero admitir
Mi soledad

Duermo apenas cinco o seis minutos
Suficientes para hundirme
En la tempestad
Los demonios que hay bajo la cama
Esta noche no se callan
No me dejarán

El reloj marca las seis
Lo más duro es el final
Y la luz se posará
En el cristal

Huyo a veces pienso en otra cosa
Mi cerebro reacciona
No me deja en paz
Y de nuevo vuelve a sacudirme
Ese frío incontenible
Que es la realidad

El primer rayo de sol
Me ilumina el corazón
Te distingo junto a mí
Mi salvación

Si amaneciera sin ti
Yo no sé qué sería de mí
Hoy la muerte me ha mostrado ya sus cartas
Y no entiendo la jugada
Trato de salir
No quiero admitir
Mi soledad


Y en la oscura habitación
Necesito oír tu voz
Ahora duermes junto a mí
Esperaré

El primer rayo de sol
Me ilumina el corazón
Te distingo junto a mí
Mi salvación

Si amaneciera sin ti
Yo no sé qué sería de mí
Hoy la muerte me ha mostrado ya sus cartas
Y no entiendo la jugada
Trato de salir
No quiero admitir

Si amaneciera sin ti
Yo no sé qué sería de mí
Hoy la muerte me ha mostrado ya sus cartas
Y no entiendo la jugada
Trato de salir
No quiero admitir
Mi soledad

jueves, 14 de julio de 2011

"HOMENAJE A FACUNDO CABRAL"


El sábado 09 de julio del 2011 fue asesinado una de las mentes más lúcidas de latino américa. Un hombre brillante y humilde; músico y poeta; pobre y al mismo tiempo rico. UN HOMBRE LIBRE. "Facundo Cabral"

Esto no es más que un pequeño homenaje, para este hombre. Cuyo espíritu de libertad nunca se apagará y ahora brilla con más intensidad que antes en el corazón de muchos que al igual que él, fueron capaces de elegir. Es ese espíritu reflexivo que entiende que este sistema está caduco y que simplemente nos lleva por el camino de la muerte y la desgracia. Este homenaje también es para todos aquellos que se han quitado la venda de los ojos y saben que el consumismo solo nos lleva a la autodestrucción. Es para todos aquellos que al igual que yo, no pierden la esperanza de cambiar el mundo; los que no se han dejado cambiar por él. Quizá a la final no consiga cambiar nada, pero al menos moriré de pie con la convicción de que luche por lo que creía.

"LOS QUE LUCHAN POR LO QUE CREEN; NUNCA MUEREN. ESA ES LA ESENCIA DE LA INMORTALIDAD". 
GRACIAS, FACUNDO
Porque no hay fronteras para aquel que simplemente se identifica con la humanidad.


:P@nChO:

domingo, 10 de julio de 2011

LUZ DEL DOMINGO XXIII

 La Iglesia falseó el Decálogo bíblico, eliminando el, segundo
mandamiento, que prohibe la idolatría, para rentabilizar el culto
a las imágenes de Jesús, la Virgen y los santos

                                            
El segundo mandamiento del Decálogo bíblico, dice: «No te harás imagen de escultura, ni de figura alguna de cuanto hay arriba, en los cielos, ni abajo, sobre la tierra, ni de cuanto hay en las aguas abajo de la tierra. No las adorarás ni les darás culto, porque yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos» (Dt 5,8-10), y otro tanto se proscribe en Ex 20,4-6. Y en más de treinta pasajes de las Escrituras se presenta a Dios prohibiendo expresamente el culto a las imágenes.
En los Salmos se es categórico cuando se afirma que «Está nuestro Dios en los cielos, y puede hacer cuanto quiere. Sus ídolos [los de los gentiles] son plata y oro, obra de la mano de los hombres; tienen boca, y no hablan; ojos, y no ven; orejas, y no oyen; narices, y no huelen; sus manos no palpan, sus pies no andan; no sale de su garganta un murmullo. Semejantes a ellos serán los que los hacen y todos los que en ellos confían» (Sal 115,3-8). Y el profeta Jeremías no fue menos explícito al decir que «Todos [los seres divinos representados por imágenes] a una son estúpidos y necios, doctrina de vanidades, (son) un leño; plata laminada venida de Tarsis, oro de Ofir, obra de escultor y de orfebre, vestida de púrpura y jacinto; obra de diestros (artífices) son ellos» (Jer 10,8-9).
San Pablo, cuando se dirigió a los atenienses, fervientes practicantes del culto a las imágenes de divinidades, no sólo les advirtió de que «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ése, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano del hombre» (Act 17,24) sino que añadió: «Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro, o la plata, o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano. Dios, disimulando los tiempos de la ignorancia, intima ahora en todas partes a los hombres que todos se arrepientan...» (Act 17,29-30). Con un lenguaje más familiar, san Juan vendrá a decir lo mismo: «Hijitos guardaros de los ídolos» (I Jn 5,21).
¿Hace falta recordar que la imaginería religiosa católica es la muestra artística fundamental de Occidente? ¿O que todas las iglesias están repletas de imágenes y estatuas de seres divinos? ¿O que el culto popular a las imágenes religiosas es el hecho más común y conocido de la cultura católica? ¿O que el culto a la Virgen es la base sobre la que pivotan las fiestas populares de todos los pueblos de tradición católica? ¿O que sacar en procesión las imágenes de Cristo, la Virgen o los santos es un rito tan arraigado que no deja duda alguna acerca de su vigencia y significado aún en nuestros días? Hoy, tal como viene sucediendo desde hace siglos, nadie, absolutamente nadie, puede imaginarse a la religión católica si no es patrocinando a miríadas de imágenes dichas sagradas.
Pero lo fundamental de la cuestión es que los propios redactores de la Biblia catalogaron las prácticas de dar culto a imágenes como «necedad», «vanidad» e «ignorancia» y el propio Dios en el que creen los católicos las prohibió terminantemente en su segundo mandamiento... ese que, como ya hemos visto, eliminó la Iglesia católica sin pudor alguno.
Ante la evidencia crítica que aportan las mismísimas Escrituras en contra de la práctica católica de dar culto a las imágenes, será oportuno acudir al magisterio de la Iglesia para conocer su versión al respecto. Así que leemos el autorizado criterio del Catecismo de la Iglesia Católica:
«Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el VII Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva "economía" de las imágenes. El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, "el honor dado a una imagen se remonta al modelo original" (san Basilio, spir. 18,45), "el que venera una imagen, venera en ella la persona que en ella está representada" (Cc. de Nicea II: DS 601; cf Cc. de Trento: DS 1821-1825; Cc. Vaticano II: SC 126; LG 67). El honor tributado a las imágenes sagradas es una "veneración respetuosa", no una adoración, que sólo corresponde a Dios: El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen (santo Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 81,3, ad 3).»
Tras leer varias veces esta católica e inspirada opinión, queda absolutamente claro que nada de lo que se dice en ella tiene la más mínima entidad para hacer variar o aminorar ni un ápice la prohibición de las Escrituras de dar culto a imágenes; al menos si pensamos que la palabra de Dios, que se supone es toda la Biblia, tiene —o debería tener— un rango su- perior a la palabra de unos cuantos obispos reunidos para elaborar doctrina (y a los que la Iglesia pone por encima de Dios sin el menor recato). Así que, como mínimo, la Iglesia católica es formalmente idólatra.
Decimos formalmente idólatra porque dada la endiablada sutileza de la teología católica nada es exactamente aquello que parece. Aunque los actos formales de la religiosidad popular católica —y los de bastantes sacerdotes— puedan ser considerados como manifestaciones objetivas de adoración a la Virgen o a los santos, la doctrina oficial, tal como hemos visto dos párrafos más arriba, califica estos actos como de «veneración» y no de «adoración». La Iglesia sitúa a la Virgen en el lugar más elevado del panteón de los santos y por eso la hace acreedora del más alto honor en forma de veneración.                                                                     
Desde la doctrina oficial, por tanto, no se cae, en este punto, en la idolatría, pero basta preguntar a párrocos y fieles católicos practicantes acerca de si hay que «adorar» a la Virgen de manera diferente o inferior a como ellos adoran a Cristo o a Dios para obtener una misma respuesta en la mayoría de los casos: ¡no!
La Iglesia católica —que conoce esto perfectamente y no se toma la menor molestia para aclarar a su grey la sutil diferencia que separa la veneración de la adoración— necesita del poder sugestivo de las imágenes para seguir obteniendo los muchísimos ingresos económicos que la adoración de estatuas le reporta. Y no olvidemos tampoco un proceso público y evidente que, en los últimos años, ha llevado a muchos teólogos católicos a denunciar la papalatría generada —por obra del Opus Dei, principalmente— alrededor del actual papa Juan Pablo II. Así que, aunque la Iglesia católica no sea idólatra formalmente, sí lo es en la práctica.
Si recordamos el proceso histórico —político-social antes que religioso— que condujo hasta la formación de la Iglesia católica en el seno del Imperio romano, quizá comprenderemos mejor el camino que llevó a la antiquísima práctica pagana de la adoración de imágenes hasta el corazón de esta versión del cristianismo. Karlheinz Deschner nos da una pequeña pista del asunto cuando, refiriéndose al emperador Constantino, escribe: «En estas épocas en que incluso ciertos individuos particulares adquirían categoría de semidioses, al emperador se le reconocía naturaleza (casi) divina, como lo indica la ceremonia de la "proskynesis": los que comparecían a su presencia se arrojaban al suelo, de cara a tierra. Estas modas fueron introducidas por los emperadores paganos antes de Nerón, que ostentó los títulos de caesar, divus y soter, osea, emperador, dios y salvador; Augusto se hizo llamar mesías, salvador e hijo de Dios, lo mismo que César y Octaviano, libertadores del mundo. Este culto al soberano ejerció una profunda influencia que se refleja en el Nuevo Testamento, con la divinización de la figura de Cristo. La Iglesia prohibía rendir culto al emperador, pero asumió todos los ritos del mismo, incluyendo la genuflexión y la adoración de las imágenes; recordemos que la figura laureada del emperador recibía culto popular con cirios e incienso.»
Hoy, cuando uno entra en un templo católico y se queda observando a los feligreses —cosa que este autor hace con frecuencia en todas las ciudades del mundo que visita—, se da perfecta cuenta de hasta qué punto la Iglesia se ha olvidado de aquello que dejó escrito su gran teólogo Orígenes: «Si entendemos lo que es la oración acaso no debiéramos orar a nadie nacido (de mujer), ni siquiera al mismo Cristo, sino sólo al Dios y Padre de Todo.»
Pero cuando enriquecemos nuestro espíritu contemplando la extraordinaria belleza artística y riqueza conceptual del arte católico, no puede dejar de sorprendernos el encontrar con frecuencia escenas pictóricas en las que aparece la supuesta imagen humanizada del propio Dios. Desde el espectacular Dios creando el mundo, pintado por Miguel Ángel, en 1508, en la Capilla Sixtina, hasta los modestos murales pintados por artistas anónimos en las parroquias de barrio actuales, son infinitas las imágenes que representan al Dios Padre, al Dios Hijo y al Espíritu Santo, así como también a los ángeles y arcángeles más notables.
Por mucho que se quiera disimular lo obvio, esta muestra de iconografía divina vulnera absolutamente la prohibición del segundo mandamiento del Decálogo cuando ordena: «No te harás imagen de escultura, ni de figura alguna de cuanto hay arriba, en los cielos...» Es evidente que la normativa que la propia Iglesia católica fija en el párrafo 2.079 de su Catecismo —«transgredir un mandamiento es quebrantar toda la Ley»— no reza para ella misma. La Iglesia católica goza de patente de corso para poder pecar contra Dios vulnerando su Ley... no en balde es ella misma quien ha secuestrado en supuesta exclusiva la prerrogativa de perdonar cualquier pecado.
El profeta Jeremías se refirió a las costumbres idólatras de los gentiles —que adoraban con dignidad y fe legítima a sus dioses, representados en imágenes— tachándolas de vanidad pues «leños cortados en el bosque, obra de las manos del artífice con la azuela, se decoran con plata y oro, y los sujetan a martillazos con clavos para que no se muevan. Son como espantajos de melonar, y no hablan; hay que llevarlos, porque no andan; no les tengáis miedo, pues no pueden haceros mal, ni tampoco bien» (Jer 10,3-5).                    
Fue el santo varón Jeremías, inspirado por Dios, no algún ateo masón, quien, desde la propia Biblia, calificó a las imágenes religiosas como «espantajos de melonar» y advirtió acerca de su inutilidad —«no pueden haceros mal, ni tampoco bien»—, así que no seremos nosotros quienes nos atrevamos a desautorizar tan alta y cualificada opinión.

sábado, 9 de julio de 2011

LA LEYENDA DEL HOLANDES ERRANTE



En 1680, un buque que hacía la travesía a las Indias Orientales, mandado por el capitán holandés Hendrik van der Decken, navegaba desde Amsterdam hacia la colonia de Batavia, en las Indias Orientales. El capitán, hábil marino aventurero y fanfarrón que gozaba de mala reputación y pocos escrúpulos, había sido elegido por su experiencia para el mando de la nave. Todo parecía ir bien, pero cuando llegaron cerca del cabo de Buena Esperanza, un repentino temporal les sorprendió, haciendo jirones las velas y destrozando el timón. Los días pasaban y el barco era zarandeado a la altura del cabo, incapaz de avanzar frente al viento que soplaba en dirección sudeste. Según la leyenda, Van der Decken se enfureció cada vez más al ver que ninguna e sus habilidades y conocimientos de navegación le servían para bordear el cabo.

Los pasajeros, aterrorizados, rogaron a Van der Decken que se refugiara en un puerto seguro o que, por lo menos, arriara velas a intentara capear el temporal, pero el enloquecido capitán se rió de sus súplicas y, atándose al timón, comenzó a cantar canciones sacrílegas. Frenético, lanzó un espantoso juramento, gritando potentemente sobre el estruendo de la tempestad:
“Desafío al poder de Dios a detener el curso de mi destino y mi resuelta carrera. Ni el mismo diablo despertará mi temor aunque tenga que surcar los mares hasta el día del juicio”.
La tripulación también se alarmó por la conducta de su capitán e intentó hacerse con el control de la nave, pero el intento de motín fue sofocado cuando Van der Decken arrojó a su líder por la borda, mientras los aterrorizados pasajeros y la tripulación se encomendaban a Dios. En respuesta a sus plegarias las nubes se abrieron y una luz incandescente iluminó el castillo de proa a la vez que surgía una figura gloriosa que, según algunos, era el Espíritu Santo, mientras otros dijeron que era Dios. La figura se enfrentó con Van der Decken y le condenó a recorrer el océano eternamente, “hasta que las trompetas de Dios rasgasen los cielos”, siempre en medio de una tempestad, y provocando la muerte de todos aquellos que le vieran. Su único alimento sería hierro al rojo vivo, su única bebida la hiel, y su única compañía el grumete, a quien le crecerían cuernos en la cabeza y tendría las fauces de un tigre y la piel de una lija. Sin embargo, con estas palabras la visión desapareció, y con ella todos los pasajeros y tripulantes. Van der Decken y el grumete quedaron abandonados a su destino
.







viernes, 8 de julio de 2011

VIERNES CUCHILLERO: ALBORADA

ALBORADA: AVALANCH



Quizá esta vez
Logres comprender
La razón por la que hice esta canción
Hoy tengo que cantarla.
Este humilde corazón
No te olvido
Y aun piensa en ti
Me habla sin cesar
Me cuenta todo aquello
Que me hizo sentir tu amor
Y te echa de menos
Escúchalo
Me habla muy adentro
Siente como yo lo siento
Quiero ascender
Al cielo de tus besos
Al reino de tu amor
Hoy sé que volveremos
Seremos de nuevo tu y yo...

Rompí una vez
Tu armazón de hielo
Y mi voz
Llegó a tu corazón
Le habló en forma de un beso
Mi alma se cegó
Con tu dulce fuego
Con tu calor
Luego todo terminó
Tan solo sus cenizas
Me recuerdan quien soy
Soy solo un soñador
El bufón
De todas tus sonrisas
El morador de tu vida
Que por tu amor
Mi alma es lo que doy
En forma de canción
No ves que aún estoy solo
No ves que aún te quiero...

domingo, 3 de julio de 2011

LUZ DEL DOMINGO XXII

Los Diez Mandamientos de la Iglesia católica presentan graves



e interesadas diferencias respecto al Decálogo bíblico original


Según podernos leer en la Biblia, en Ex 20,1-21 y Dt 5, 1-22, Dios entregó sus diez mandamientos a los hombres por medio de Moisés y bajo la advertencia siguiente: «Oye, Israel, las leyes y los mandamientos que hoy hago resonar en tus oídos; apréndetelos y pon mucho cuidado en guardarlos.»

Los católicos, naturalmente, creen que los mandamientos que figuran en su catecismo son los originales, poco menos que una traducción literal de aquellas tablas de cartón-piedra que nos mostró el cine de Hollywood en manos de Charlton Heston, pero una simple comparación entre el Decálogo del Deuteronomio y el del catecismo católico nos aporta una evidencia curiosa: ¡la Iglesia modificó a su antojo los mandamientos de Dios para poder adaptarlos a sus necesidades! Uno creía que las palabras de Dios eran sagradas e inalterables, pero resulta que todas las que no convienen a la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana pueden ser manipuladas a modo... y a mayor gloria divina, claro está.

Veamos ahora cómo se correlacionan el Decálogo original y el católico:
 
 
 

 
Desde el primer mandamiento podemos apreciar los cambios de sentido tan profundos que la Iglesia ha perpetrado sobre el texto veterotestamentario original. El no tener más Dios que uno solo, Yahveh, ordenado en una época de politeísmos —recordemos que el propio Moisés, tal como ya demostramos en su momento (en referencia a Ex 15,11; 18,11; 20,5), practicó la monolatría, no el monoteísmo—, no tiene absolutamente nada que ver con el mandamiento católico de amar a Dios sobre todas las cosas. La Iglesia ha sobrepasado con mucho la intención y la intensidad que el propio Dios reclamó para sí mediante sus supuestas palabras, ganando así, de forma intencionada o casual, un instrumento psicológico fundamental para poder controlar y culpabilizar a su grey con mayor eficacia.

El segundo mandamiento del Decálogo deuteronómico corrió una suerte bastante peor ya que fue eliminado de cuajo. La razón para una mutilación tan descarada resulta obvia si confrontamos el mandato bíblico de «No te harás imagen de escultura, ni de figura alguna de cuanto hay arriba, en los cielos...» con la práctica nuclear del catolicismo de presentar para su culto y veneración a una legión de imágenes de advocaciones de la Virgen, de santos de todas las épocas y del mismísimo Jesús-Cristo.

A la luz del mandato inapelable del Dios de la Biblia, cuyo cumplimiento fue ratificado por el propio Jesús, el catolicismo es una religión idólatra, por eso la Iglesia —que creció adoptando mitos y ritos paganos y se extendió entre gentes habituadas a la idolatría—, para poder conquistar la devoción de las masas incultas, tuvo que borrar de la memoria de sus creyentes la prohibición divina de adorar imágenes. Esta cuestión tan importante la trataremos específicamente en el primer apartado de este mismo capítulo.

En su cuarto mandamiento el Dios bíblico ordenó: «Guarda el sábado, para santificarlo (...) Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo es sábado de Yavé, tu Dios. No harás en él trabajo alguno...», pero la Iglesia católica lo transformó en «santificarás las fiestas», que no implica ni remotamente la misma cosa, ¿o es que son equivalentes el mandato de no trabajar los sábados y el de ir a misa todos los domingos y demás días de fiesta? De nuevo la Iglesia católica le enmendó la plana a Dios sin miramiento ninguno. En el segundo apartado de este capítulo veremos con detalle la cuestión que aquí tan sólo enunciamos.

El séptimo mandamiento bíblico —«No adulterarás»— contiene una instrucción bien clara y concreta: no cometer adulterio, eso es no violar la fidelidad sexual conyugal. Pero la Iglesia católica quiso ser más exigente que el propio Dios y modificó su voluntad ordenando, en el famoso y patológico sexto mandamiento: «No cometerás actos impuros.» Mientras el Dios bíblico sólo proscribió el mantener relaciones sexuales fuera del propio matrimonio, la Iglesia católica, obsexa hasta la maldad, convirtió en algo horrible todo lo relacionado con la sexualidad humana.

El ejemplo de san Agustín es bien indicativo de la mentalidad católica en materia sexual: este padre de la Iglesia que, según confesó en sus memorias, «en la lascivia y en la prostitución he gastado mis fuerzas», tuvo siempre una gran necesidad de mujeres, vivió mucho tiempo en concubinato, tomando finalmente a una niña de 10 años por novia y a otra mujer más adulta por amante... pero acabó agotado de tanto exceso carnal y reconvirtió sus fuerzas para dedicarlas a una patética cruzada contra el placer sexual, al que tildó de «monstruoso», «diabólico», «enfermedad», «locura», «podredumbre», «pus nauseabundo», etc., con lo que el obispo de Hipona se lanzó a condenar con fanatismo lo que llamó «la concupiscencia en el matrimonio», una sacra labor que, quince siglos después, aún centraliza la mayor parte de la energía de la jerarquía de la Iglesia católica.

Si repasamos la literatura catequista católica del último siglo comprobaremos con estupor que las prescripciones y prohibiciones alrededor del sexo mandamiento han ocupado un lugar preponderante frente a los demás pecados. A los obispos y sacerdotes les pareció siempre más terrible que un adolescente se masturbara —«un pecado mortal que pudre la columna vertebral y condena irremisiblemente al fuego del infierno», se placían en anunciar amenazadoramente a los chavales— o bailara arrimado con su pareja que no la explotación de los obreros, el robo o el asesinato.

En el actual catecismo católico, por ejemplo, se condena sin excepción la masturbación mientras que se justifica la pena de muerte y la guerra y se acepta la posibilidad de matar a otro en defensa del bien común. ¿Qué clase de mente hay que tener para imaginar que Dios pueda sentirse más ofendido por quien se masturba que por quien da muerte a uno o a muchos, por muy en «defensa del bien común» que sea?

En el noveno mandamiento del Decálogo, al «No dirás falso testimonio contra tu prójimo» inicial, la Iglesia católica le añadió de cosecha propia un «ni mentirás», que es totalmente ajeno a la intención y el contexto que dieron origen al mandato bíblico.

El Catecismo católico actualmente vigente señala que: «"La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar" (san Agustín, mend. 4,5). El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica:" Vuestro padre es el diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44)»; «La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error al que tiene el derecho de conocerla. Lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo, la mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el Señor»; y «La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete, y los daños padecidos por los que resultan perjudicados. Si la mentira en sí sólo constituye unpecado venial, sin embargo llega a ser mortal cuando lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad».

Llegados a este punto del libro, con todo lo que ya hemos visto, hay que reconocer a la Iglesia católica una desvergüenza sobrehumana: ¿No es mentir el falsear gravemente las Sagradas Escrituras? ¿No es mentir el mantener en el canon neotestamentario textos que se dan por inspirados y de autoría apostólica cuando ya se ha demostrado sin sombra de duda posible que son documentos pseudoepigráficos? ¿No es mentir el inducir a error a sus creyentes dándoles una interpretación del mensaje evangélico que resulta contraria a la intención de Jesús y de sus apóstoles? ¿No es mentir el haber construido el Estado de la Iglesia católica sobre la falsificación de La Donación de Constantino? ¿No es mentir el comportamiento de la Iglesia que hemos venido documentando en cada página de este trabajo?

Pero para la Iglesia católica, sin embargo, es posible que las mentiras más formidables de la historia humana no sean tales, quizá porque su conciencia descansa sobre la doctrina de la mentira económica o pedagógica basada en el plan divino de la salvación, asentada por su teólogo Orígenes cuando defendió la función cristiana del engaño postulando la necesidad de una mentira como «condimento y medicamento». Definitivamente, los mandamientos de la Ley de Dios no fueron hechos para ser cumplidos por la Iglesia católica, una institución que se ha encumbrado a sí misma muy por encima de todo lo humano y lo divino.

En el cotejo que estamos realizando entre el Decálogo bíblico y el católico llegamos al décimo del primero mientras que todavía estamos en el noveno del segundo; al haber eliminado todo el segundo mandamiento original, a la Iglesia católica le faltaba otro para completar la decena y no despertar sospechas con un decálogo cojo. La solución la encontró transformando el décimo bíblico en el noveno y décimo católicos. .

De esta manera, la Iglesia católica, elaboró su noveno mandamiento subiendo el «no desearás la mujer de tu prójimo» desde el décimo bíblico y fundiéndolo dentro del mismo concepto obsesivo que ya había especificado en su sexto, quedando así el texto de «no consentirás pensamientos ni deseos impuros». El resto del décimo mandamiento bíblico pasó al décimo católico con una significación equivalente.

Un creyente católico honesto y consecuente con su fe debería plantearse al menos estos dos interrogantes:

a) Si la palabra de Dios es Ley, y su Decálogo es sustan-cialmente diferente al que obliga a cumplir la Iglesia católica, ¿cómo puede tomarse la Biblia por palabra divina mientras que se acata y eleva a rango superior una palabra meramente humana que la contradice? ¿Es ése el caso que los católicos le hacen a ese Dios con el que se llenan la boca?

b) Si se recurre a Jesús como arbitro para salir de dudas, ¿a cuál de sus afirmaciones contradictorias deberemos dar más credibilidad? En Mt 5,17-18 declaró: «No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla. Porque en verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará (desapercibida) de la Ley hasta que todo se cumpla»; dado que el cielo y la tierra aún no han desaparecido con la llegada del Juicio Final, y que el Decálogo es una parte fundamental de la Ley, es evidente que Jesús proclamó la necesidad de cumplir íntegros los mandamientos bíblicos, tal como él los conoció —no tal como la Iglesia los ha maquillado—, aún en el día de hoy.

Pero si leemos al Jesús de Mt 19,16-19, nos sorprenderá ver que él mismo parece abrogar parcialmente la Ley que unos versículos antes declaraba obligatoria en su totalidad: «Acercósele uno y le dijo: Maestro, ¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno: si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Díjole él: ¿Cuáles? Jesús respondió: No matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo.»

Si el texto no fue mutilado —o añadido— por algún copista anterior a Nicea, es evidente que Jesús redujo los mandamientos a sólo seis, eliminando —de forma incomprensible e incompatible con su propia prédica, recogida en el resto de los Evangelios— los cuatro primeros del Decálogo mosaico (base del monoteísmo judeocristiano) y cambiando el décimo por el de amar al prójimo. Aunque, un poco más adelante, en Mt 22,36-40, Jesús volvió a dar una nueva versión: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas.»

Dado que Dios no puede obrar mediante actos volitivos contradictorios entre sí —aunque ésa es la conclusión que se saca muy a menudo al leer las Escrituras—, la cuestión radicará en saber cuándo expresó Jesús el mandato de Dios: si lo hizo en Mt 5,17-18, la Iglesia católica traiciona a Dios al imponer un Decálogo ajeno al veterotestamentario; pero si la nueva voluntad de Dios la manifestó el Jesús de Mt 19,16-19, la Iglesia católica traiciona a Dios y a Jesús al mismo tiempo ya que sus mandamientos no son los seis que enumeró el nazareno; y si todo se resume a lo que dijo Jesús en Mt 22,36-40, resulta obvio que sobran ocho mandamientos y que la Iglesia sigue traicionando a alguien que ya no acertamos a saber si es Dios, Jesús o cualquier otro. En cualquier caso, queda patente que la Iglesia ha pervertido los mandamientos que ella misma atribuye a Dios, con todo lo que eso implica.

Por si no fuera ya bastante dramático lo que acabamos de aflorar, resulta que la continuación del pasaje de Mt 19,16-19 conduce a una conclusión que es una bomba de relojería colocada en la propia línea de flotación de la Iglesia católica. Así, en Mt 19,20-26, seguimos leyendo: «Díjole el joven: Todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún? Díjole Jesús: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme. Al oír esto el joven, se fue triste, porque tenía muchos bienes. Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo: ¡qué difícilmente entra un rico en el reino de los cielos! De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos. Oyendo esto, los discípulos se quedaron estupefactos y dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, mas para Dios todo es posible.»

Estupefactos deberían estar también todos los católicos, no ya los ricos, sino todos los que posean algunos bienes y no los hayan empleado en beneficio de los pobres, puesto que, ya se sea rey, papa u obispo, Jesús ya les anunció de antemano su imposibilidad para poder entrar en el «reino de los cielos» (salvo que el tamaño de los camellos y las agujas se haya invertido durante los últimos dos mil años). ¿O es que puede tomarse al pie de la letra una frase de Jesús pero ignorar cualquier otra que no convenga a los intereses personales del creyente o de la Iglesia?

La respuesta a esta última cuestión es afirmativa; y como muestra puede repasarse el Catecismo de la Iglesia Católica, en sus párrafos 2.052 y 2.053, que analizan el texto de Mt 19, y comprobar cómo, ¡oh casualidad!, los versículos que niegan la salvación a los ricos no son tomados en cuenta, con lo que se manipula gravemente lo dicho por Jesús al anular el sentido dialéctico de su discurso; ¿una obra piadosa, quizá, para no asustar innecesariamente las conciencias católicas burguesas?

En el mismo Catecismo podemos leer que «Por su modo de actuar y por su predicación, Jesús ha atestiguado el valor perenne del Decálogo. El don del Decálogo fue concedido en el marco de la alianza establecida por Dios con su pueblo. Los mandamientos de Dios reciben su significado verdadera en y por esta Alianza. Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordial. El Decálogo forma una unidad orgánica en la que cada "palabra" o "mandamiento" remite a todo el conjunto. Transgredir un mandamiento es quebrantar toda la Ley».

Lamentablemente para nuestras dudas, "el Catecismo de la Iglesia Católica, que tan prolijo resulta a la hora de enumerar hechos irrelevantes, no dice una sola palabra acerca de si falsear el Decálogo tal como lo ha hecho la Iglesia es «quebrantar toda la Ley» o sólo mancillarle una puntita sin importancia.





viernes, 1 de julio de 2011

VIERNES CUCHILLERO: DON´T CRY

DON´T CRY: GUNS N´ ROSES



Talk to me softly


There's something in your eyes

Don't hang your head in sorrow

And please don't cry

I know how you feel inside I've

I've been there before

Something's changing inside you

And don't you know



Don't you cry tonight

I still love you baby

Don't you cry tonight

Don't you cry tonight

There's a heaven above you baby

And don't you cry tonight



Give me a whisper

And give me a sigh

Give me a kiss before you tell me goodbye

Don't you take it so hard now

And please don't take it so bad

I'll still be thinking of you

And the times we had...baby



And don't you cry tonight

Don't you cry tonight

Don't you cry tonight

There's a heaven above you baby

And don't you cry tonight



And please remember that I never lied

And please remember how I felt inside now honey

You got to make it your own way

But you'll be alright now sugar

You'll feel better tomorrow

Come the morning light now baby



And don't you cry tonight

And don't you cry tonight

And don't you cry tonight

There's a heaven above you baby

And don't you cry

Don't you ever cry

Don't you cry tonight

Baby maybe someday

Don't you cry

Don't you ever cry

Don't you cry

Tonight

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