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domingo, 29 de enero de 2012

LUZ DEL DOMNGO XLIX

FORZÓ A UNA CASADA A SER SU AMANTE, HIZO MATAR A SU MARIDO Y LOGRÓ SER UNO DE LOS HOMBRES MÁS CELEBRADOS DE LA BIBLIA. FUE EL REY DAVID, EL ELEGIDO POR DIOS PARA GLORIFICAR A SU PUEBLO

Pocos varones bíblicos alcanzaron el lustre del rey David... aunque muchas de sus conductas fuesen deplorables. Ya vimos, en un apartado anterior, su más que inhumano proceder cuando su hijo Amnón violó a su hermana Tamar y el rey no movió ni un dedo.
Ahora veremos como el gran David sí era capaz de mover sus dedos, pero sólo para hacerse llevar hasta su cama a la hermosa Betsabé —esposa de Unías, uno de sus oficiales— y, tras embarazarla y no lograr que su marido se acostase después con ella, ordenar que forzasen la muerte del militar en el frente.
Esta historia de adulterio y asesinato del marido, para quedarse con la esposa de la víctima como amante, viene relatada en el 2 Libro de Samuel, que cuenta lo siguiente:
A vuelta de año, en la época en que los reyes hacen sus campañas, David mandó a Joab con su guardia y todo Israel. Derrotaron completamente a los amonitas y sitiaron Rabbá, mientras David se quedaba en Jerusalén.
Una tarde en que David se había levantado de su siesta y daba un paseo por la terraza, divisó desde lo alto de la terraza a una mujer que se estaba bañando; la mujer era muy hermosa. David preguntó por la mujer y le respondieron: «Es Betsabé, hija de Eliam, la esposa de Urías el hitita».
David mandó a algunos hombres para que se la trajeran. Cuando llegó a la casa de David, éste se acostó con ella justamente después que se había purificado de su regla, luego se volvió a su casa. Al ver que tenía atraso, la mujer le mandó decir a David: «Estoy embarazada».
Entonces David envió este mensaje a Joab: «Mándame a Urías el hitita». Y Joab mandó a Urías donde David. Cuando llegó Urías, David le pidió noticias del ejército y de la guerra, después dijo a Urías: «Anda a tu casa, te has ganado el derecho de lavarte los pies». Apenas salió Urías de la casa del rey, éste despachó detrás de él un presente de su mesa. Pero Urías no entró en su casa, sino que se acostó a la puerta del palacio con todos los guardias de su señor.
Le dijeron a David: «Urías no ha ido a su casa». David preguntó a Urías: «¿No vienes de un viaje? ¿Por qué no has bajado a tu casa?». Urías respondió a David: «El Arca de Dios, Israel y Judá se alojan en tiendas. Mi jefe Joab y la guardia del rey, mi señor, están acampando a pleno campo, y ¿yo voy a entrar a mi casa para comer y beber y para acostarme con mi mujer? Juro por Yavé que vive y por tu vida que nunca haré tal cosa».
Entonces David dijo a Urías: «Quédate por hoy aquí y mañana te irás de vuelta». Urías se quedó pues en Jerusalén aquel día. Al día siguiente David lo invitó a su mesa a comer y a tomar y lo emborrachó. Sin embargo, Urías tampoco bajó a su casa esa noche; se acostó con los sirvientes de su señor.
A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la pasó a Urías para que se la llevara. En la carta escribió esto: «Coloca a Urías en lo más duro de la batalla, luego déjenlo solo para que lo ataquen y muera» (...)
La gente de la ciudad [de Rabbá, que sitiaban] efectuó una salida y atacaron a Joab; hubo varios muertos entre los oficiales de David y uno de ellos fue Urías el hitita. Joab mandó a David noticias de las operaciones, y dio esta orden al mensajero: «Cuando hayas terminado de contar al rey todos los detalles de la batalla, a lo mejor el rey se va a enojar y te dirá: ¿Por qué se acercaron a la ciudad? ¿No saben que les disparan desde lo alto de las murallas? (...) ¿Por qué se acercaron tanto a las murallas? Entonces tú sencillamente le responderás: "Tu servidor Urías el hitita murió también"».
Partió el mensajero y a su arribo le transmitió a David todo el mensaje de Joab. David se enojó (...) «Pero entonces [le relató el mensajero] los arqueros dispararon desde lo alto de las murallas contra tus servidores, murieron varios guardias del rey y entre ellos estaba Urías el hitita.»
David dijo al mensajero: «Dile a Joab que no se preocupe más por este asunto, porque la espada devora tanto aquí como acullá. Dile que refuerce su ataque contra la ciudad hasta que la destruya; que se mantenga firme».
Supo la mujer de Urías que su marido había muerto. Hizo duelo por él, y cuando se terminaron los días de duelo, David la mandó a buscar. La llevó a su casa, la tomó por mujer y ella le dio un hijo; pero lo que David había hecho le pareció pésimo a Yavé (2 Sm 11,1-26)
Gran ejemplo es el que nos dejó David a través de la palabra inspirada de Dios. Veamos:
Mientras su ejército estaba luchando contra los amonitas, el rey se relajaba con una siesta; ya levantado y ocioso, subió a su terraza y se puso a espiar a una mujer mientras se bañaba; y dado que lo que vio le puso a tono, y a pesar de saber que la belleza desnuda era la esposa de uno de sus oficiales, se la hizo traer hasta su cama y le «lavó los pies» con tal esmero que la dejó embarazada.
¿Qué hacer en este caso? Pues llamar al marido, que estaba en la guerra, y darle un breve permiso a fin de que pudiese acostarse con su esposa y luego vaya usted a saber si la criatura era del padre o del vecino. El rey intentó forzar a Urías para que se acostase con Betsabé, incluso emborrachándole, pero el marido no entró al trapo (¿sabría lo de sus cuernos?) y David se quedó sin la coartada que buscaba para camuflar el origen del embarazo. En vista del fracaso, el rey ordenó que Urías regresase a la guerra y que lo situasen en una posición de peligro en la que pudiese ser asesinado (que no muerto). Ultimado el marido, la mujer acudió como un corderillo a la cama de David, en la que se quedó a vivir... aunque, eso sí, «lo que David había hecho le pareció pésimo a Yavé».
El final del versículo le da cierta esperanza al lector; ahora, por fin, Dios afirmaba que veía con malos ojos la canallada de su protegido. A cientos de otros tipos los fulminó por menos, pero aquí David se había jugado el cuello. El propio Dios había establecido la pena de muerte para ambos amantes, sin discusión posible. Pero no, la ley de Dios está para saltársela a la torera y el Señor se la aplica caprichosamente a quien le da su divina gana.
Los adúlteros David y Betsabé no recibieron ese castigo tan varonil y tan bíblico —y que tanto parece complacer a Dios— consistente en ser lapidados hasta morir. No. Dios, muy cuco él, para castigar al rey adúltero y asesino se ensañó personalmente con terceros que eran totalmente inocentes y ajenos a la conducta depravada de David, el ungido de Dios que llevó siempre en su seno «el espíritu de Yavé» (1 Sm 16,13). Así lo cuenta la palabra inspirada de Dios:
Yavé mandó donde David al profeta Natán (...) Entonces Natán dijo a David (...) Esto dice Yavé, el Dios de Israel: «Te consagré como rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te di la casa de tu señor y las mujeres de tu señor, te di la casa de Israel y la de Judá, y por si esto fuera poco, habría hecho mucho más por ti. ¿Por qué pues despreciaste la palabra de Yavé? ¿Por qué hiciste esa cosa tan mala a sus ojos de matar por la espada a Urías el hitita? Te apoderaste de su mujer y lo mataste por la espada de los amonitas. Por eso, la espada ya no se apartará más de tu casa, porque me despreciaste y tomaste a la mujer de Urías el hitita para hacerla tu propia mujer».
Esto dice Yavé: «Haré que te sobrevenga la desgracia desde tu propia casa; tomaré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a tu prójimo, que se acostará con ellas a plena luz del sol. Tú hiciste esto en secreto, pero yo llevaré a cabo eso en presencia de todo Israel, a pleno día».
David dijo a Natán: «¡Pequé contra Yavé!». Y Natán le respondió:
«Yavé te perdona tu pecado, no morirás. Sin embargo, puesto que con esto despreciaste a Yavé, el hijo que te nació morirá». Mientras Natán regresaba a su casa, Yavé hirió al hijo que la mujer de Urías había dado a David, que cayó enfermo. [¡Genial! Tal como es norma en muchos relatos bíblicos, Dios perdona y beneficia al criminal (que es de su cuerda, claro) y se ensaña con los inocentes.]
David pidió a Dios por su hijo, se negaba a comer y cuando regresó a su casa, dormía en el suelo (...) Al séptimo día, el niño murió (...) Entonces David se levantó, se bañó, se perfumó y se cambió de ropa. Entró en la Casa de Yavé, donde se postró; luego regresó a su casa y pidió que le sirvieran algo y comió.
Sus servidores le dijeron: «¿Qué haces? Cuando el niño estaba vivo, ayunabas, llorabas, y ahora que está muerto, te levantas y comes». Respondió: «Mientras el niño estaba aún con vida, ayunaba y lloraba, pues me decía: ¿Quién sabe? A lo mejor Yavé tiene piedad de mí y sana al niño» (...)
David consoló a su mujer Betsabé, la fue a ver y se acostó con ella [otro gran ejemplo de sensibilidad varonil para con una mujer que acababa de perder a su hijo; ¡tranquila, mujer, que ya te hago otro!, debió de decirle para consolarla], quien concibió y dio a luz a un niño, al que le puso el nombre de Salomón. Yavé amó a ese niño, y mandó al profeta Natán, que lo llamó Yedidya, es decir, amado de Yavé, por encargo suyo (2 Sm 12,1-25).
Recapitulemos: David y Betsabé delinquieron gravemente y se hicieron reos de ejecución, según la ley divina dada a su pueblo, pero Dios prefirió dejar sus crímenes impunes, aunque, como alguien tiene que pagar siempre el pato, 'cebó su furia divina en las pobres mujeres de David, a las que, según dice, tomó «ante tus propios ojos [de David] y se las daré a tu prójimo, que se acostará con ellas a plena luz del sol»; ¿qué culpa tenían las mujeres del rey para que Dios, sin causa ni razón, las prostituyese a su antojo y las deshonrase en público? Y la justicia divina alcanzó su cenit al liquidar sin escrúpulos a un niño absolutamente inocente; un crimen con el que Dios, de nuevo, incumplió de forma flagrante su propia ley.
David, tras sus crímenes —y el castigo divino en otras carnes—, siguió gobernando con el amparo de Dios y murió tras haber «reinado cuarenta años en Israel: siete años en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén» (1 Re 2,10). Betsabé, la siempre pronta a la cama de su rey, fue premiada por Dios al permitirle entronizar como sucesor del rey David al segundo hijo de ambos, a Salomón.
Y por si hubiere alguna duda de que las conductas delictivas de David fueron del agrado de Dios, podemos leer como éste, hablando por boca del profeta Ajías, se refiere al ya fallecido rey David elogiosamente «como mi servidor David, quien cumplía mis mandamientos, caminaba con todo su corazón siguiéndome, y hacía lo que es recto a mis ojos» (1 Re 14,8). Todo un modelo de santo varón, sin duda.
Valga ahora un último y breve episodio bíblico para acabar de mostrar qué concepto tenía David y su gente de las mujeres:
El rey David se estaba poniendo viejo, tenía mucha edad; aunque lo tapaban con frazadas, no podía calentarse. Sus servidores le dijeron: «Que vayan a buscar para el rey mi señor a una joven virgen, que esté a su servicio, lo cuide, duerma con él y dé calor al rey mi señor».
Buscaron pues a través de todo el territorio de Israel a una joven hermosa y hallaron a Abisag de Sunam; la llevaron donde el rey. Esa joven era realmente muy hermosa, cuidaba al rey, lo servía, pero éste no tuvo relaciones [sexuales] con ella (1 Re 1,1-4).
En la Biblia, las mujeres no sólo servían para aplacar la calentura hormonal de los muchos y muy santos varones que deambulan por sus páginas, también eran usadas como objeto de abrigo para reyes mujeriegos venidos a menos (o a nada). La palabra de Dios, con la historia de Abisag, aportó un nuevo significado al concepto de mujer objeto. Y, en este caso, también nos permitió descubrir, desde un principio, la catadura moral del que sería considerado como el gran rey Salomón, que asesinó a su hermano por querer casarse con Abisag.
Adonías, hijo mayor de David y, por ello, legítimo heredero al trono, le solicitó a la ya viuda Betsabé que intermediase para que su hijo Salomón le diese en matrimonio a la todavía virgen (se supone) Abisag, pero el ambicioso y nada escrupuloso Salomón, temeroso de perder un trono que no merecía, ordenó asesinar a su hermano (que fue el primero de una larga lista de homicidios preventivos para poder asegurarse la poltrona):
Ella le dijo: «Permite que Abisag la sunamita sea dada como esposa a tu hermano Adonías». El rey Salomón respondió a su madre: «¿Por qué pides a Abisag la sunamita para Adonías? Pide mejor para él la realeza, pues es mi hermano mayor y están con él el sacerdote Ebiatar y Joab, hijo de Seruya». Entonces el rey Salomón juró por Yavé: «¡Que Dios me maldiga una y otra vez si Adonías no paga con su vida esa palabra que ha dicho! Lo juro por Yavé, que ha confirmado mi poder, que me hizo sentar en el trono de David mi padre y que me dio una casa como lo había prometido, que hoy mismo Adonías será ejecutado». El rey Salomón encargó el asunto a Benaías, hijo de Yoyada, quien hirió de muerte a Adonías» (1 Re 2,21-25).
Bendita sea toda esa panda de santos varones elegidos muy expresamente por el Altísimo...
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: los poderosos pueden conculcar e ignorar las leyes a placer... porque siempre habrá inocentes que acaben pagando las culpas por ellos.


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