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domingo, 20 de mayo de 2012

LUZ DEL DOMINGO LXII


EL GRAN SALOMÓN: UN BISOÑO AL QUE DIOS, TRAS HACERLE REY, TUVO QUE DARLE INTELIGENCIA

Si el Dios que todo lo puede fue capaz de darle carrera y fama bíblicas a un tipo como Sansón, no debió de sorprenderse demasiado cuando Salomón, otro de sus maravillosos elegidos a dedo (divino), aprovechó su aparición para solicitarle obtener por la vía del milagro lo que la naturaleza, al parecer, le había negado, esto es, inteligencia para juzgar.

El rey se dirigió a Gabaón para ofrecer allí sacrificios, pues era el principal Lugar Alto. Salomón ofreció muchos sacrificios en ese altar, más de mil holocaustos. Allí en Gabaón Yavé se le apareció en sueños a Salomón durante la noche. Le dijo: «Pídeme lo que quieras y te lo daré».

Salomón le respondió: «Tú has mostrado una bondad muy grande para con tu servidor David, mi padre; es cierto que caminó en tu presencia en la fidelidad, la justicia y la sinceridad. Tú no has puesto fin a esa bondad hacia él, pues has querido que su hijo esté ahora sentado en su trono. Tú me has hecho rey, Yavé, Dios mío, en lugar de mi padre David. Pero yo soy todavía muy joven y no sé aún actuar [Dios se lucía eligiendo a sus ejecutivos]. Tu servidor se las tiene que ver con tu pueblo, al que tú mismo elegiste, y es un pueblo tan numeroso que no se lo puede ni calcular ni contar. Concede pues a tu servidor que sepa juzgar a tu pueblo y pueda distinguir entre el bien y el mal [¿no sabía hacerlo antes de ser rey por voluntad divina? ¿Quién educó tan mal a ese chaval?]. ¿Quién podría en realidad gobernar bien a un pueblo tan importante?

Le agradó al Señor el pedido de Salomón, y Dios le dijo: «No has pedido para ti una larga vida, ni la riqueza ni la muerte de tus enemigos, y en cambio me pediste la inteligencia para ejercer la justicia. Pues bien, te voy a conceder lo que me pediste. Te doy un corazón tan sabio e inteligente como nadie lo ha tenido antes que tú y como nadie lo tendrá después de ti [y así nos ha ido a los humanos desde la desaparición de Salomón]. Y además te daré lo que tú no has pedido: tendrás riquezas y gloria más que ningún otro rey de la tierra durante tu vida. Si andas por mis caminos, si observas mis ordenanzas y mis mandamientos como lo hizo tu padre David, te daré larga vida» (1 Re 3,4-14) [la frase «como lo hizo tu padre» era astuta, ya que David delinquió reiteradamente con el beneplácito de Dios, y Salomón antes de recibir este premio divino ya había transgredido varias leyes de Dios asesinando a su hermano y a otros].

De resultas de tan preclara y divina inteligencia, Salomón saltó a la fama perpetua gracias al conocido juicio de las dos rameras que convivían y que acudieron ante su tribunal para dirimir si, tras la muerte nocturna del bebé de una de ellas, el que quedó vivo era de la una o de la otra.

El rey tomó la palabra: «Tú dices: "Mi hijo está vivo y el tuyo está muerto". Y tú dices: "¡No! porque es tu hijo el que está muerto mientras que el mío está vivo"». El rey ordenó: «Tráiganme una espada». Le llevaron al rey una espada. Entonces el rey dijo: «Corten en dos al niño que está vivo y denle una mitad a una y la otra mitad, a la otra».

Entonces la mujer cuyo hijo estaba vivo dijo al rey, porque se le conmovieron sus entrañas de madre: «No, por favor, señor, denle a ella mejor el niño que está vivo, pero que no lo maten». Pero la otra replicaba: «Pártanlo, así no será ni mío ni tuyo». El rey entonces decidió: «Den el niño que está vivo a la primera, no lo maten, porque ella es su madre».

Todo Israel oyó hablar de la sentencia que había pronunciado el rey; desde entonces hubo un gran respeto por el rey porque se veía que la sabiduría de Dios estaba con él cuando administraba justicia [obvio, sí, claro] (1 Re 3,16-28).

La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: lo importante es llegar a chupar cargo y apoderarse de la poltrona, que la inteligencia para desempeñarlo ya llegará por milagro (o no).

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