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martes, 28 de mayo de 2013

VIGILIA



Se sentó sobre el césped a tomar un respiro. Miró la Luna en el cielo más grande que en otros días. No recordaba cuando fue la última vez que la vio tan detenidamente. Frente a él veía a lo lejos la gran ciudad con sus calles iluminadas y las luces rojas de los autos que circulaban en la noche. A su alrededor sólo estaban los árboles que rodeaban su casa y a varios metros un par de casas vecinales. En ese momento se alegraba de vivir en la colina con tan espectacular panorama.

Era muy tarde ya, el barrio estaba callado y sólo se oía el crujir de las ramas sacudidas por el viento. Volvió a mirar al cielo y fijó su mirada en aquella Luna, le seguía pareciendo diferente, le recordaba algo familiar. Sí, así es, veía en ella el rostro de su amada. ¡Ah, su amada! Aún recordaba cuando la conoció. Fue en un bar de su barrio, ella estaba ahí bebiendo una cerveza sola, llevaba en los ojos las marcas de haber llorado. Estaba sentada y sólo tomaba a ratos un trago  mientras perdía su mirada en la etiqueta de su única botella. 

Todavía no sabe porque o cómo se atrevió acercarse, era obvio que ella quería estar sola y que esas lágrimas y ese rostro correspondían a un corazón roto. Mas el destino al parecer le fue propicio, y a cambio de un par de intentos por hacerla reír fue ella quien le hizo reír haciéndole notar lo ridículo que era. Como sea que haya pasado se conocieron y se siguieron viendo. Recordaba con alegría esos momentos de la conquista, de enamorarla, de llevarla a pasear y de pasar horas hablando de cosas sin mayor interés dichas por el simple hecho de hablar. Eran tiempos felices, y él siempre vio en ella esa sonrisa marcada en su rostro tan blanca como la Luna.

La brisa de la madrugada empezó a sentirse. Tomó su chaqueta y se la colocó para calentarse. Sacó de su bolsillo una caja de cigarrillos y encendió uno. Cada inhalación era más y más relajante, el sabor del cigarro en la madrugada le agradaba. Arrojó lentamente el humo por su boca, y mientras esa nube gris ascendía, él empezó a recordar de nuevo. Esa nube de humo le hacía ver las cosas borrosas, brumosas como su relación se tornó.

Recordó que en un par de años la magia del amor que una vez sintió se apagaba. Las cosas le parecían monótonas, pero tampoco quería dejarla. Después de todo la amaba. Claro que la amaba, sino no hubiese hecho lo que hizo. Pero eso no importaba ya. Recordaba que la falta de emociones le hizo de manera extraña conocer a nueva gente. A aquellos tipos que solían estar reunidos en los terrenos baldíos por las noches, que se apoderaban de la oscuridad para encender una fogata y compartir canciones con letras duras y ritmos repetitivos. Que compartían licor y alguna que otra sustancia no legal. Un grupo de truhanes como decía ella. Él les tenía miedo, por eso no salía de noche, pero a la vez se sentía atraído por las reuniones que veía desde su ventana. Le parecía que eran interesantes, sólo eran chicos que se reunían en la noche, no habían robado a nadie ni matado tampoco o al menos no lo sabía él ni su barrio.

Decidió acercarse una noche, simplemente se dirigió a ellos y los saludó. Ellos lo miraron como a un tipo raro que se había perdido. Él usaba su carisma para hacerles entender que no buscaba problemas, y sacó de su mochila una botella de licor, se la ofreció al grupo y ellos le dejaron quedarse. En poco tiempo ellos y él se dieron cuenta de que tenían mucho en común, que gustaban de pasar su tiempo en grupo y hablar, actuar, cantar, caminar por el barrio en la noche y ser los dueños de las calles. Y claro, de hacer cosas que podrían calificarse como ilegales, aunque para ellos eran travesuras de adolescentes, después de todo nadie iba a morir porque descubriese en la mañana las llantas de su vehículo desinfladas o la pared de su casa decorada con spray.

Quiso sacar otro cigarro de su caja pero se habían terminado. ¡Vaya! ni cuando estaba con su nuevo grupo de amigos había fumado una caja de cigarros sólo. La brisa se sentía cada vez más fuerte, era ya esa hora de la madrugada en la que el frío llega hasta los huesos. Soplaba sus manos para que se calienten. El viento empezaba a hacer sonar las viejas latas que alguna vez fueron el techo de la casa de su perro, el sonido era estridente con cada zarpazo del viento. Y así como los viejos metales se estremecían lo hacía su memoria al seguir recordando.

Recordó que empezó a estar tanto con sus nuevos amigos que la dejó a ella en segundo plano. Ella era después de todo una hija de un hogar tradicional y de buenas costumbres. Él en cambio era un joven casi adulto con sus padres en España y que vivía sólo con el dinero que le enviaban. Como pasa en un barrio pequeño, los rumores de las andanzas de su nuevo grupo y de él llegaron a los oídos de su novia. Ella le recriminó su actitud, pero él no aceptó ser retado por su comportamiento: ¡no te metas en mi vida! ni mis padres se interesan en lo que yo hago, ¿por qué tú podrías hacerlo? -le reprochó. La respuesta fue simplemente un: !porque te amo¡

Pero eso no iba a cambiar su modo de vida, él amaba su forma de ser ahora, la vida nocturna, el grupo de amigos, el alcohol y las canciones de madrugada, las peleas con grupos de otras zonas, y más que todo el sentimiento de tener una familia poco común, pero cercana a una familia. Cada vez se alejaba más de ella, pero no era capaz de dejarla, después de todo la amaba. Se acostumbró a que ella le perdone sus malos hábitos con ciertos detalles o momentos íntimos. A pesar de todo se querían mucho, llevaban cerca de tres años juntos. 

Mientras más pasaba el tiempo, más se perdía en su círculo de amigos. Casi no la veía, sólo le escribía algún mensaje trillado cada día a su teléfono. Pasaba el tiempo y los encuentros personales eran muy pocos, sólo se contactaban por teléfono, para decirse quizá obligadamente que se querían. Ella dejó también de llamarlo, y él sentía que todo era normal.

Una noche llegó de clases y vio a una patrulla llevándose a sus amigos. Corrió tan rápido como pudo hasta que llegó al tumulto de personas observando el arresto. Sus amigos se habían enfrentado a otro grupo de jóvenes, la pelea fue muy seria y uno de sus amigos apuñaló a otro sujeto, la gente asustada llamó a la policía quienes detuvieron a todos los jóvenes que pudieron. Una vecina amiga de sus padres se percató de que él no estaba involucrado y lo sacó del tumulto a la fuerza con ayuda de su esposo para que no lo relacionaran con el hecho. Entre gritos y bullicio lo metieron a su casa mientras se llevaban a sus amigos. Ellos fueron encarcelados y él prometió ayudarlos, pero el dinero que recibía no era suficiente como para hacerlo. Pasaron las semanas y de a poco él se resignaba porque no podría sacarlos.

El viento de la madrugada había pasado, debía ser ya muy temprano, era el momento en que todo quedaba en silencio, ni las ramas de los árboles ni las latas de la perrera hacían el menor ruido. Miraba a la ciudad frente a sí también silenciosa, en las calles que veía desde lejos no había más que un auto recorriéndolas. Era un momento desolador, ¡ay, desolación! pregúntenle a nuestro amigo lo que era sentir desolación, él lo sabía, él lo había sentido ya.

Sin su pandilla para salir de noche, él había perdido el color de su vida. Se pasaba sin dormir, y en clases no atendía. Finalmente abandonó el colegio, no contestaba las llamadas de sus padres del extranjero que se preocupaban por sus actos, y se escondía de sus familiares cada vez que le buscaban para aconsejarlo o ayudarlo. Caminaba sin rumbo por las calles y ni él recuerda si comía. Estaba totalmente desolado, se había autoexiliado, pensaba que la soledad era su destino, al fin y al cabo sus padres lo habían abandonado, sus amigos se le fueron quitados, y su novia... ¡espera!, ella, ella aún estaba ahí, claro. Decidió ir a verla personalmente, y mientras caminaba recordaba como era estar con ella, la última vez que hablaron fue el día en que arrestaron a su grupo, ella le llamó para averiguar si no había caído preso también, él le dijo: no hables huevadas.

Las estrellas del cielo iban desapareciendo, la Luna había recorrido ya casi todo el cielo, de seguro estaba muy cerca el amanecer y en la ciudad muchas luces de casas empezaban a encenderse. Miró a su costado y levantó una botella rota de licor con una etiqueta de letras blancas. Arrojó el cuerpo de la botella sin pico contra el muro y ésta terminó de romperse haciendo que el sonido del vidrio quebrándose le trajese ese último recuerdo.

Recordó como caminaba feliz a casa de su novia, llegó y timbró en la puerta pero nadie salió. Era media tarde así que supuso que ella aún estaría en clases y que no había nadie en casa. No importa, él esperó y esperó. Fue a la tienda del frente un momento a comprar una caja de cigarros y se disponía a abrirla cuando llegó un auto a la casa de su novia. Guardó la caja en su chaqueta y salió de la tienda, cuando se acercó un poco la vio a ella besándose con el hombre que conducía. Pensó en ir a golpear al tipo que le estaba adornando la cabeza pero sintió un gran mareo y un dolor fuerte en su sien. Se acercó de frente al auto y dejó caer sus manos sobre el cofre del vehículo asustando a la pareja con el golpe sobre el metal. Él miraba sostenidamente con odio a su chica mientras ella no podía ocultar el susto ocasionado. Él quiso gritarle todas las palabras ofensivas que se le pueden decir a una dama, pero no pudo decir nada sólo la miró con desdén y se dio media vuelta y empezó a caminar. Mientras se marchaba oía turbiamente los gritos de ella diciéndole que espere, le llamaba por su nombre, pero él aceleró el paso y se marchó.

Tomaba las calles sin rumbo, pasó frente a una tienda y vio una botella de alcohol de letras blancas que compró. Fue directamente a su casa y ahí se encerró y empezó a beber solo. Quería llorar pero no podía, sólo sentía rabia con todo el mundo, y quería que el alcohol lo durmiera para dejar de sentir. Se embriagó y empezaba a quedarse dormido cuando golpearon su puerta.

- ábreme, déjame hablar contigo -reconoció su voz a través de la puerta-
- lárgate, déjame sólo -gritó él-
- ábreme por favor, sólo un momento -ella repitió-
- ¡que te largues! - y arrojó la botella hacia la puerta y ésta se rompió en dos partes, el cuerpo de la botella rodó por la sala mientras el pico quedó cerca de la puerta-
- ¡deja de lastimarte y de lastimar a los demás y ábreme! si tengo que gritar las cosas a través de la puerta lo voy a hacer -dijo ella enérgicamente-

Él se levantó y abrió la puerta, al verla de frente sintió ese deseo de golpearla pero lo apagó. Ella pasó y él cerró la puerta. Ella empezó diciéndole que lamentaba lo que sucedió y que él no merecía enterarse así de lo que pasaba, pero que ella no se arrepentía de lo que hizo. Ella había soportado por muchísimo tiempo la ausencia del hombre del que se enamoró, había aceptado a regañadientes su nueva forma de ser, sus nuevos amigos y consintió equivocadamente en dejar que se convirtiera en lo que se convertía. Él callaba mientras ella desplegaba todos sus remordimientos. Ella le reprochó la falta de amor que le ofrecía en los últimos meses y le recordó que como mujer ella también necesitaba sentirse amada, que hace tiempo no la tocaba peor aún la besaba. Que se cansó de tener un novio por correspondencia y le recordó que él mataba con sus actos el amor que se tenían.

Cada palabra que le decía lo hería, pero no en su corazón, no, le hería la mente, su cabeza le dolía más y más, quería golpearla, quería gritarle, quería llorar, pero sólo callaba. Ella finalmente le recordó que es una mujer que no podía seguir siendo la zuela de su bota, y que así como él la ignoraba había otros que la admiraban, que no la culpe por querer ser querida. Él se sentó y se quedó callado.

- ¿y no vas a decir nada? -dijo ella-
- ¡ya lo has dicho todo! ¿qué más quieres que te diga? -murmuró-
- ¡imbécil yo te amaba! dime algo, lo que sea, insúltame, grítame, pero deja de matarme con tu indiferencia - le gritó ella-
Él sólo la miró.
- cuando te conocí vi en ti una gran persona, ¿cómo lo mataste? ¿es que no te importé nada?
Y él seguía callado con la mirada perdida.
Ella tenía lágrimas en los ojos resultado de la ira y la tristeza.
- así será entonces, quédate aquí y déjate morir. Me voy y espero que puedas cambiar. No nos volveremos a ver -le dijo mientras tomaba la manija de la cerradura para salir-
- ¡espera! -exclamó él- ¿puedo darte un último abrazo?
- está bien -le dijo-
Y él se acercó a ella y la abrazó fuertemente junto a la puerta cerca de aquel pico de la botella.

El cielo de la madrugada aclaraba, el pasto se sentía mojado, aquel mismo pasto donde algunas veces se acostaron a mirar las formas caprichosas de las nubes y hablaron por horas de cosas insensatas sólo por el gusto de hablar y estar juntos. Pero eso igual que la noche ya quedaba atrás, en poco tiempo amanecería y aún tenía mucho que hacer. Cuando amaneciera él debía partir de allí para no volver, el futuro que tenía no le era nada prometedor pero ya qué importaba si estaba muerto en vida. Estrechó su mano por última vez, la besó y se levantó, tomó la pala del jardín, la enterró y se marchó.


HABLANDO DE SUPERAR EL PASADO: JUAN

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