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domingo, 13 de mayo de 2012

LUZ DEL DOMINGO LXI

 SANSÓN, UN JUEZ PRONTO DE BRAGUETA Y MUY CORTO DE ENTENDEDERAS

Son universalmente conocidas las hazañas de Sansón, hijo del danita Manué, un elegido de Dios al que éste dotó de una fuerza sobrehumana a fin de que, tal como éste le anunció a la madre antes de quedar preñada —a pesar de ser estéril—, fuese el primero en liberar a los israelitas del dominio filisteo.

Así pues, Dios dotó a Sansón de una descomunal fuerza, pero le negó la sensatez, convirtiendo al que sería el último héroe carismático del periodo bíblico de los jueces en un energúmeno dominado por las pulsiones de su fuerza bruta y de su bragueta, conformando una mezcla de músculos de Rambo con una querencia al apareamiento propia de James Bond; el diseño de la criatura se completó adjudicándole una necedad tan enorme que, de puro infmita, sólo podía corresponder a un milagro divino.

Veremos a continuación como la palabra de Dios, desde los versículos de Jueces, nos relata las aventuras de uno de los necios más aplaudidos de la historia humana:

Sansón bajó a Timná y allí se encontró una mujer entre las niñas filisteas. Subió para comunicárselo a su padre y a su madre: «He visto a una mujer en Timná —les dijo—, una niña filistea. ¡Consíganmela como esposa!». Su padre y su madre le dijeron: «¿Acaso no hay suficientes jóvenes en nuestro clan y en todo nuestro pueblo para que vayas a buscarte una entre los incircuncisos, entre los filisteos?». Pero Sansón respondió a su padre: «Consíguemela porque me gusta». Su padre y su madre no sabían que eso venía de Yavé, quien quería crear problemas con los filisteos (en ese tiempo Israel estaba sometido a los filisteos) [y vuelta a las andadas: Dios, desde detrás de las bambalinas, se aplica nuevamente en complicar las cosas hasta lo absurdo, a fin de que los versículos bíblicos puedan seguir hablando de muertes sin fin].

Bajó pues Sansón a Timná con su padre y su madre. Cuando venía por las viñas de Timná, le salió al paso un león joven. En ese momento se apoderó de él el espíritu de Yavé, desgarró al leoncito como se desgarra a un cabrito, siendo que nada tenía en las manos. No contó nada de esa hazaña ni a su padre ni a su madre [¿qué culpa tenía el león de que Sansón anduviese con las hormonas revolucionadas? ¿Y qué estaban haciendo sus progenitores para no enterarse de lo que pasó ante sus narices?].

Enseguida bajó y habló con la mujer que le gustaba. Al cabo de un tiempo volvió a Timná para llevársela. Dio un rodeo para ver el cadáver del león: en el cuerpo del león había un enjambre de abejas con miel (...)
Cuando el padre de Sansón bajó a la casa de la mujer, Sansón ofreció un gran banquete según la costumbre de los jóvenes. Como le tenían miedo, le habían buscado treinta jóvenes para que lo acompañaran. Sansón les dijo: «Les voy a proponer una adivinanza. Les doy los siete días del banquete para que la resuelvan, y si la adivinan les daré treinta túnicas y treinta trajes para cambiarse. Pero si no adivinan, me darán treinta túnicas y treinta mudas». Le respondieron: «Dinos la adivinanza, te escuchamos».

Sansón les dijo: «Del que come salió lo que se come, y del más fuerte salió lo dulce». Durante tres días no pudieron resolver la adivinanza. Entonces, al cuarto día, dijeron a la mujer de Sansón: «Hazle arrumacos a tu marido para que te explique la adivinanza. o si no te quemaremos a ti y a la familia de tu padre; ¿o es que nos invitaste para robarnos?» [con este tipo de amigos, a la mujer no le hacían falta enemigos].

La mujer de Sansón se puso a llorar a su lado: «Tú sólo me odias —le decía—, tú no me quieres. Ni siquiera me has explicado esa adivinanza que propusiste a los jóvenes de mi pueblo». Le respondió: «Ni siquiera se la he explicado a mi padre y a mi madre, ¿y quieres que te la explique?». Ella siguió así llorando los siete días que duró el banquete [será, si acaso, los tres últimos, según se desprende del párrafo anterior], y al séptimo día, como él estaba cansado con eso, le dio la solución. Ella, inmediatamente, se la dio a los de su pueblo, y al séptimo día antes de la puesta del sol, la gente de la ciudad dijo a Sansón: «¿Qué más dulce que la miel y qué más fuerte que un león?». Les respondió: «Si no hubiesen arado con mi vaquilla, no habrían acertado con mi adivinanza» [y si Sansón no hubiese sido un necio y un bocazas, tampoco].

El espíritu de Yavé se apoderó de él y bajó a Ascalón. Allí dio muerte a treinta hombres, les quitó la ropa y se la dio a los que habían explicado la adivinanza [ésa es la justicia de Dios, que permite y facilita el asesinato de treinta inocentes para que el cretino que eligió para realizar sus planes pueda pagar la apuesta que perdió por ser un lelo]. Luego, muy enojado, se volvió a la casa de su padre. En vista de eso dieron la mujer de Sansón a uno de los jóvenes que lo habían acompañado [buen ejemplo para un cristiano: el varón de Dios se acostó con ella, tal como deseaba, pero como metió la pata hasta el corvejón ante su mujer, la abandonó y ésta fue adjudicada a uno de sus «amigos»]» (Jue 14,1-20).

Algún tiempo después, en la época de la cosecha del trigo, Sansón fue a ver a su mujer llevándole un cabrito. Dijo: «Quisiera estar con mi mujer en su pieza». Pero su suegro le impidió pasar. Le dijo: «Como pensé que tú ya no la querías, se la di a tu compañero [¿y Sansón no se enteró? ¡Vamos, anda!]. Su hermana menor es más hermosa, ésta será tu esposa en vez de aquélla [vemos aquí a otro buen padre bíblico: un tipo bestia desvirga a su hija, la abandona, asesina a treinta inocentes para pagar la deuda de una apuesta, regresa a por más cama con la hija, y el padre le ofrece a otra, menor y más hermosa ¡¿?!].

Entonces Sansón les dijo a todos: «Esta vez, si hago algún perjuicio a los filisteos, no les deberé nada». Se fue Sansón y atrapó trescientos zorros. Tomó unas antorchas y ató a los zorros de a dos por la cola poniendo una antorcha entremedio. Luego encendió las antorchas y soltó a los zorros en los campos de los filisteos. Así quemó todo: los atados, el trigo en pie y hasta las viñas y los olivares. Los filisteos preguntaron: «¿Quién hizo eso?». Les respondieron: «Sansón, el yerno del hombre de Timná, porque este último le quitó a su mujer y se la dio a su camarada». Subieron entonces los filisteos y quemaron la mujer junto con su padre [¡qué bien se lo pasaría Dios provocando tanta muerte injusta!].

Sansón les dijo: «Ya que ustedes actuaron así, no me detendré hasta que no me haya vengado de ustedes». Les dio una tremenda paliza [obsérvese que Sansón asesinó sin más a treinta inocentes para robarles su ropa y sólo le dio una paliza a quienes quemaron vivos a su mujer y suegro] y después bajó a vivir en una cueva de los Roqueríos de Etam (Jue 15,1-8).

Pero los despropósitos del joven y ardiente Sansón dieron para mucho más dentro de los planes de Dios, que creyeron oportuno proseguir la historia del liberador de su pueblo en un burdel de Gaza.

Sansón bajó a Gaza. Allí se encontró con una prostituta y entró en su casa. Le dijeron a la gente de Gaza: «¡Sansón vino para acá!». Organizaron rondas y se quedaron de guardia toda la noche a la puerta de la ciudad. No se movieron en toda la noche porque decían: «Esperémoslo hasta la mañana y entonces lo mataremos». Sansón estuvo acostado hasta la medianoche. Se levantó a medianoche, tomó las puertas de la ciudad con su marco y las arrancó junto con su tranca. Se las echó a la espalda y se las llevó a la cumbre de la montaña que está frente a Hebrón [otros varones se echan un pitillo tras el coito, pero Sansón andaba imbuido de Dios y sus humos necesitaban mayor gloria].

Después de eso se juntó con una mujer del valle de Sorec que se llamaba Dalila. Los jefes de los filisteos fueron a verla y le dijeron: «Sedúcelo con tus encantos y trata de averiguar de dónde le viene esa fuerza tan grande y cómo podríamos dominarlo, amarrarlo y domarlo. Cada uno de nosotros te dará mil cien siclos de plata».

Dalila [de la que no se aclara si era ramera o sólo voluntariosa] preguntó a Sansón: «Dime, te lo ruego, de dónde proviene tu fuerza extraordinaria. ¿Cómo se podría amarrarte y domarte?» [la pregunta le resultaría sospechosa al más idiota de los humanos, pero no a ese ardiente varón de Dios]. Sansón le dijo: «Si me ataran con siete cuerdas nuevas que todavía no estén secas, perdería mi fuerza y sería como un hombre cualquiera» [¿embustero? ¿bobo? ¿o con ganas de jugar, tal como hacía el galo Obelix sacudiéndole a los romanos tontorrones creados por Albert Uderzo y Reneé Goscinny?].

Los jefes de los filisteos le entregaron siete cuerdas nuevas que no se habían secado todavía y ella lo amarró; había escondido a unos hombres en su pieza [habitación]. Le gritó: «¡Sansón, los filisteos te atacan!». Rompió de un golpe las cuerdas como se rompe la mecha de estopa cuando se la quema: no descubrieron el secreto de su fuerza [ni tampoco nos cuenta la palabra de Dios si a Sansón le iba el sexo sadomasoquista —¿de qué otro modo puede explicarse que se dejase atar en la cama por su amante?—, o qué dijo cuando vio salir a los filisteos de debajo de su cama y qué hizo con ellos].

Dalila dijo a Sansón: «Te burlaste de mí y me contaste mentiras. Dime con qué hay que amarrarte». Le dijo: «Si me atan con cuerdas nuevas que nunca hayan sido usadas, perderé mi fuerza y seré como un hombre cualquiera» [muy encelado debía de andar ese hombre con su amante, o era más bruto que un arado]. Dalila lo amarró con cuerdas nuevas; luego dijo: «¡Sansón, los filisteos te atacan!». Le habían preparado una emboscada en su pieza [habitación], pero él rompió las cuerdas como si fueran hilo [Sansón jugaba a ser Obelix, seguro... o la palabra divina nos gastó una broma de colegial dando por cierta una historia tan boba].

Dalila dijo a Sansón: «¿Cuántas veces más me contarás mentiras? Dime con qué habría que atarte». Respondió: «Si tú entretejieras las siete trenzas de mi cabellera en la urdimbre de un telar, si las apretaras con un peine de tejedor, perdería mi fuerza y sería como un hombre cualquiera». Ella lo durmió [¿cómo? Aunque lo imaginamos], entretejió las siete trenzas de su cabellera con la urdimbre de un telar [¿cómo? Aquí no hay forma de imaginar nada coherente], las apretó con un peine de tejedor y le dijo: «¡Sansón, los filisteos te atacan!». Se despertó de su sueño y arrancó el peine, la lanzadera y la urdimbre [y digo yo, ya que estaba dormido, ¿para qué despertarle? ¿No podían aprovechar los filisteos para darle pasaporte mientras dormía ajeno al estropicio que su amante le hacía con la pelambrera?].

Entonces ella le dijo: «¿Cómo puedes decirme que me amas? Tu corazón no está conmigo, ya que tres veces te has burlado de mí y no me has dicho de dónde proviene tu enorme fuerza» [ni ella, al parecer, le contó de dónde salían los filisteos de su dormitorio].

Como siguiera molestándolo y acosándolo todos los días con la misma pregunta, creyó que se iba a morir [¡¡¡pobre criatura!!!]. Entonces le abrió su corazón. Le dijo: «Estoy consagrado a Dios desde el vientre de mi madre y nunca ha pasado la navaja por mi cabeza. Si me raparan, se me iría la fuerza y quedaría tan débil como cualquiera» [Sansón y bobo deberían ser sinónimos en cualquier diccionario].

Dalila vio que esta vez le había revelado su secreto. Mandó a buscar a los jefes de los filisteos y les dijo: «Vengan ahora porque me ha revelado lo más secreto de su corazón». Los jefes de los filisteos fueron a su casa llevando el dinero en la mano [la dama era perseverante, aunque no idiota; a estas alturas ya parece claro que lo suyo con Sansón no era amor, sino oficio]. Después de haber hecho dormir a Sansón en sus rodillas [¿?], llamó a un hombre para que le cortara las siete trenzas de su cabellera [la habitación de Dalila debía de ser como el camarote de los hermanos Marx] y comenzó a perder sus fuerzas: su fuerza se le había ido.

Entonces ella dijo: «¡Sansón, los filisteos te atacan!». Él se despertó de su sueño y pensó: «Me desataré como las otras veces y me libraré» [esto demuestra que a Sansón, efectivamente, le iba el juego tipo Obelix]. Pero no sabía que Yavé se había retirado lejos de él [aquí comienza un juego muy bíblico, el de la terrible crueldad de Dios para con muchos de sus «protegidos»].

Los filisteos lo apresaron y le sacaron los ojos. Lo hicieron bajar a Gaza, lo ataron con una cadena doble de bronce y lo pusieron a dar vueltas a la piedra de un molino en la prisión. Sin embargo, después que le cortaron el pelo, su cabellera volvió a crecer [resulta que Dios, para gozo de los lectores de esta historia, no sólo creó idiota a Sansón... también los filisteos andaban escasos de masa neuronal].

Los jefes de los filisteos se juntaron para ofrecer un gran sacrificio a Dagón su dios. e hicieron una fiesta. Decían: «Nuestro dios puso en nuestras manos a nuestro enemigo Sansón» (...) Cuando todos se sintieron bien contentos (...) Fueron a buscar a Sansón a la prisión y él dio varias vueltas a la vista de todos, luego lo pusieron entre las columnas. Sansón dijo entonces al joven que lo llevaba de la mano: «Tú guíame, ayúdame a tocar las columnas que sustentan el templo para que pueda apoyarme en ellas» [su lazarillo ocasional, además de un iluso, sería arquitecto, puesto que fue capaz de saber a simple vista cuales eran las ¿dos? columnas que sostenían todo el edificio].

El templo estaba lleno de hombres y mujeres. Allí estaban todos los jefes de los filisteos, y en la terraza había como tres mil hombres y mujeres que se divertían mirando a Sansón [eso sí era una fiesta a lo grande]. Entonces Sansón invocó a Yavé y le dijo: «¡Por favor, Señor Yavé! Acuérdate de mí y dame fuerza por última vez. ¡Quisiera hacerles pagar a los filisteos mis dos ojos de un solo golpe!». Sansón tocó las dos columnas centrales en las que se sostenía el templo y se apoyó en ellas: su brazo derecho en una y su brazo izquierdo en otra [o Sansón tenía unos brazos de más de tres metros o aquel lugar se parecía más a un párking moderno que a un palacio antiguo]. Luego Sansón exclamó: «¡Que muera yo con todos los filisteos!». Se estiró con todas sus fuerzas y se derrumbó el templo encima de los jefes y de todo el pueblo que estaba allí. Los que arrastró consigo a la muerte fueron más numerosos que aquellos a los que había dado muerte durante toda su vida [esto es lo fundamental para el dios bíblico, que hubiese cuantos más muertos mejor] (Jue 16,1-30).

Así acabó la historia de Sansón, que por designio divino «había sido juez de Israel veinte años» (Jue 16,31). Dado que Dios apostó decididamente por ese híbrido de Rambo con bragueta de James Bond y cerebro de mosquito, para liberar a su pueblo, cabe preguntarse si ese sujeto representaba lo mejorcito que el Altísimo podía encontrar entre su grey, o incluso si fue la criatura más excelente que éste fue capaz de crear.

Aunque, viendo que Dios eligió a este fulano expresamente, incluso haciendo posible el embarazo de su madre estéril, y que le acompañó —insuflándole el espíritu divino que le dotaba de superioridad— en todos sus actos, sin importar que fuesen absurdos, injustos, necios o criminales —o todo ello a la vez—, cabe extraer la conclusión de que Dios, cual moderno programador de contenidos televisivos, actuó asentando una máxima que hará furor en el mundo de hoy, esto es, que cuanto peor, mejor.

La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: aunque un tonto útil sea causa de vergüenza pública por sus actos necios, deplorables y hasta criminales, éstos deben ser olvidados o reinterpretados a fin de que quienes se beneficien de ellos puedan ensalzarlos como gloria bendita de heroica memoria.


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