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domingo, 6 de mayo de 2012

LUZ DEL DOMINGO LX

JEHÚ, TRAIDOR, ASESINO SANGUINARIO Y USURPADOR DEL TRONO DE ISRAEL POR VOLUNTAD DE DIOS

Jehú fue uno más entre la amplia gama de varones belicosos, conspiradores y asesinos sin escrúpulos que pueblan la Biblia (el Antiguo Testamento). Dios lo eligió, a través del profeta Eliseo, para exterminar al linaje de la casa del rey Ajab (o Acab), que perdió el favor divino por permitir el culto a Baal en Israel.
De ser un jefe militar al servicio de Joram (o Yoram), rey de Israel, Jehú pasó a usurpar el trono conspirando y asesinando a traición al rey legítimo de Israel y, de paso, al rey de Judá, además de degollar a algunos centenares de inocentes, familiares, amigos y servidores de ambos reyes.
Las diversas, crueles y sangrientas matanzas de inocentes que protagonizó contaron, como veremos, con el total beneplácito de Dios, que justificó la bendición que le otorgó diciéndole:
Ya que has actuado bien, ya que has hecho lo que es justo a mis ojos, y has llevado a cabo todo lo que había decidido en contra de la casa de Ajab (...) (2 Re 10,30).
Reinó en Israel durante 28 años, entre el 842 y el 815 a. C.
La inspirada palabra de Dios tuvo a bien dejar escritas, en el 2 Libro de Reyes, las correrías y crímenes que tan santo varón cometió a fin de realizar los planes específicos que el Altísimo determinó. Veamos:
El profeta Eliseo llamó a uno de los hermanos profetas y le dijo: «Ponte el cinturón, llévate esta alcuza de aceite y parte para Ramot de Galaad. Cuando hayas llegado, busca a Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsi, acércate a él y sácalo de entre sus compañeros. Llévalo a un aposento privado, y luego toma la alcuza de aceite y derrámala sobre su cabeza, diciéndole: "Esto dice Yavé: ¡Te he consagrado como rey de Israel!" Después abre la puerta y sal huyendo sin tardanza» [¿huyendo? Eliseo sabía que enviaba a su discípulo a cometer una felonía].
El joven profeta partió pues para Ramot de Galaad. Cuando Ilegó, los jefes del ejército estaban sentados en una reunión; dijo: «¡Jefe, tengo algo que decirte!». Jehú respondió: «¿A cuál de nosotros?». Le dijo: «¡A ti, jefe!». Jehú se puso en pie y entró en la casa, entonces el hermano profeta derramó aceite sobre su cabeza diciéndole: «Esto dice Yavé, Dios de Israel: Te he consagrado como rey del pueblo de Yavé, de Israel. Tú castigarás a la casa de tu señor Ajab. Haré pagar a Jezabel la sangre de mis servidores los profetas y la sangre de todos los servidores de Yavé. ¡Exterminaré a toda la casa de Ajab; eliminaré a todos los varones de la casa de Ajab, tanto al esclavo como al libre en Israel! ¡Trataré a la casa de Ajab como traté a la casa de Jeroboam, hijo de Nabat, y a la de Basa, hijo de Ajía! [Dios siempre se place en recordar sus pasadas matanzas] ¡Los perros se comerán a Jezabel en el campo de Yizreel y nadie la enterrará!». Luego abrió la puerta y salió huyendo [el profeta júnior].
Cuando Jehú volvió donde los oficiales de su señor, éstos le preguntaron: «¿Qué pasa? ¿Para qué te buscaba ese loco?». Les respondió: «¡Ustedes ya conocen a ese hombre y lo que dice!» (...) «Me dijo esto y aquello, y agregó: "Esto dice Yavé: 'Te he consagrado como rey de Israel"». [Y se lo espetó, sin más, al resto de oficiales de su rey Joram, que, prestos a la traición por mor de dudosas palabras de un «loco», se plegaron ante Jehú.] Entonces, sin esperar más, todos pusieron sus mantos sobre una tarima, y tocaron la trompeta diciendo: «¡Jehú es rey!» [escenografía completa].
Inmediatamente, Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsi, conspiró contra Yoram. Yoram, junto con todo Israel, defendía Ramot de Galaad contra el asedio de Jazael, rey de Aram. Pero el rey Yoram había ido a curarse a Yizreel [palacio real], porque había sido herido por los arameos mientras combatía con Jazael, rey de Aram (...) [¡Fantástico! el elegido de Dios no sólo traicionaba a su rey, sino que lo hacía cuando éste estaba en plena guerra defendiendo a su país y, además, convaleciendo de sus heridas; para mayor barbaridad y felonía, el frente de guerra y el lugar de la conspiración eran el mismo: Ramot de Galaad, una plaza muy estratégica, por su situación en la ruta comercial entre Damasco y el golfo de Elat, comandada por Jehú.]
Jehú subió a su carro y partió para Yizreel. Yoram estaba en cama y Ocozías, rey de Judá, había ido a visitarlo [Ocozías era hijo de Ata-lía, hermana o tía de Yoram.] El vigía que estaba en la torre de Yizreel vio la tropa que venía con Jehú; dijo entonces: «Veo una tropa». Yoram le dijo: «Búscate a un jinete y mándalo a su encuentro para que les pregunte si vienen como amigos o no» (...) [hábil pregunta, vive Dios, pero tras enviar a dos mensajeros que no regresaron, pues se quedaron con Jehú, el rey (herido) tuvo que salir él mismo a ver qué pasaba; en esos días, como hoy, el servicio estaba fatal].
Entonces Yoram dijo: «¡Enganchen los caballos!». Y los engancharon a su carro. Yoram, rey de Israel y Ocozías, rey de Judá, fueron a encontrar a Jehú cada uno en su carro; y se toparon con él en el campo de Nabot de Yizreel [dos reyes solos y a campo descubierto, esos sí que eran estrategas; por cosa del destino, en este caso eran también (unos) primos].
Cuando Yoram vio a Jehú le dijo: «¿Jehú, vienes como amigo?» [inteligente pregunta de un rey a uno de sus jefes militares de más confianza, ¡vaya panda!]. Pero éste le respondió: «¿Puede haber paz mientras perduran las prostituciones de tu madre Jezabel y sus muchas hechicerías?».
Entonces Yoram dio media vuelta y emprendió la fuga, gritándole a Ocozías: «¡Nos han traicionado, Ocozías!» [más vale tarde que nunca, pero...]. Jehú tendió su arco y disparó una flecha a Yoram, que penetró por la espalda y le atravesó el corazón; el rey se desplomó en su carro [otro honorable acto de varón bíblico: asesinar con engaño y por la espalda].
Jehú dijo entonces a su escudero Bidcar: «¡Tómalo y échalo en el campo de Nabot de Yizreel! Acuérdate de la palabra que Yavé pronunció en su contra cuando tú y yo cabalgábamos detrás de su padre Ajab: "Ayer vi la sangre de Nabot y la sangre de sus hijos, oráculo de Yavé; yo te la haré pagar en este campo". Tómalo pues y tíralo en ese campo, como dijo Yavé» [la orden, pues, era de Dios].
Al ver todo eso, Ocozías, rey de Judá, se había dado a la fuga por el camino de Bet-Hagán. Jehú lo persiguió: «¡Maten a ése también!». Lo hirieron en su carro en la subida de Gur, cerca de Jibleam; se refugió en Meguido y allí murió (...)
Jehú entró en Yizreel; Jezabel ya conocía la noticia. Se pintó los ojos, se arregló el cabello y se asomó a la ventana. Cuando Jehú traspasaba la puerta de la ciudad, le dijo: «¿Cómo te va, Zimri, asesino de tu señor?». Él levantó la vista hacia la ventana y exclamó: «¿Quién está conmigo?». Inmediatamente se inclinaron dos o tres sirvientes [en esa época, el servicio era tan poco de fiar como los jefes militares]. Les dijo: «¡Láncenla por la ventana!». Y la lanzaron. Su sangre salpicó el muro y los caballos que pasaban la pisotearon.
Después Jehú entró, comió y bebió; luego dijo: «Preocúpense de esa maldita y denle sepultura, pues es una hija de rey». Fueron los sirvientes a sepultarla, pero sólo encontraron el cráneo, los pies y las manos. Volvieron para decírselo a Jehú, quien exclamó: «Acaba de cumplirse la palabra de Yavé, quien había dicho por medio de su servidor Elías de Tisbé: "Los perros se comerán el cuerpo de Jezabel en el campo de Yizreel. El cadáver de Jezabel será como un abono que se esparce y ni siquiera se podrá decir: Ésta es Jezabel"» (2 Re 9,1-37).
Pero no vaya nadie a pensar que el criminal, y Dios, se dieron por satisfechos. No, ¡qué va!
Vivían en Samaria setenta hijos de Ajab. Jehú escribió unas cartas y las envió a Samaria. Mandaba decir a los jefes de la ciudad, a los ancianos y a los que educaban a los hijos de Ajab (...) elijan al mejor y más valiente de los hijos de su amo, instálenlo en el trono de su padre y prepárense para luchar por la casa de su amo. Quedaron aterrorizados y se dijeron: «Si dos reyes no fueron capaces de hacerle frente, ¿cómo podremos hacerlo nosotros?». El mayordomo del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los que educaban a los hijos del rey dieron a Jehú esta respuesta:
«Somos tus servidores y haremos todo lo que nos pidas. No proclamaremos rey. Haz lo que mejor te parezca».
Jehú les escribió entonces una segunda carta en la que les decía: «Si están conmigo y si están dispuestos a servirme, tomen las cabezas de los hijos de su amo y vengan a verme mañana a la misma hora en Yizreel». Los hijos de los reyes eran setenta y eran educados por los nobles de la ciudad. En cuanto recibieron la carta, apresaron a los hijos del rey, degollaron a los setenta, pusieron sus cabezas en unos canastos y se las enviaron a Yizreel.
Llegó un mensajero a avisarle a Jehú: «¡Acaban de traer las cabezas de los hijos del rey!». Jehú respondió: «Hagan con ellas dos montones a la entrada de la puerta de la ciudad hasta mañana». A la mañana siguiente Jehú salió y se presentó ante el pueblo, diciéndole: «Ustedes no han cometido delito alguno, mientras que yo conspiré contra mi señor y le di muerte... Pero ¿quién dio muerte a todos estos? [vaya, era listo el traidor, ¿o traidor el listo?]. Vean como ninguna de las palabras que pronunció Yavé contra la casa de Ajab ha quedado sin cumplirse. Yavé llevó a cabo todo lo que había anunciado por boca de su servidor Elías». Jehú dio muerte a todos los que aún estaban vivos de la casa de Ajab en Yizreel: a sus consejeros, sirvientes, sacerdotes; no dejó a nadie con vida [¡sangre, venga sangre, que Dios es misericordioso!].
Después se encaminó Jehú a Samaria. Cuando llegó a BetEqued-de los Pastores, se encontró con los hermanos de Ocozías, rey de Judá. Les preguntó: «¿Quiénes son ustedes?». Respondieron: «Somos los hermanos de Ocozías y hemos bajado para saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina». Entonces Jehú dijo: «¡Deténganlos!». Los apresaron y los degollaron en la Cisterna de Bet-Equed. Eran cuarenta y dos, a ninguno de los cuales dejó Jehú con vida [en esa época, al parecer, tener familiares con mando en plaza era de lo más peligroso para la parentela, fundamentalmente a causa de las intrigas del dios bíblico].
Saliendo de allí encontró a Yonadab, hijo de Recab, que le salía al encuentro. Lo saludó y le dijo: «¿Serás leal conmigo como yo quiero serlo contigo?». Yonadab le respondió: «Sí». «Si es sí —le dijo—, dame la mano.» Yonadab le tendió la mano y Jehú lo hizo subir a su carro al lado de él. Lo llevó en su carro diciéndole: «Ven conmigo y verás mi celo por Yavé». Cuando hubo entrado en Samaria, Jehú dio muerte a todos los que quedaban de la familia de Ajab en Samaria; los mató a todos según la palabra de Yavé dicha por Elías [y van ya incontables asesinatos].
Después reunió Jehú a todo el pueblo e hizo esta proclama: «Ajab sirvió sólo un poco a Baal, Jehú lo servirá mucho mejor. Que se reúnan en torno a mí todos los profetas de Baal, todos sus ayudantes, todos sus sacerdotes, que no falte nadie porque tengo que ofrecer un gran sacrificio a Baal. Los que no vengan serán condenados a muerte». Era una trampa, pues así quería Jehú dar muerte a todos los que servían a Baal (...) En cuanto terminó el holocausto, Jehú dijo a los guardias y a sus oficiales: «Entren, maten y que no escape nadie». Los guardias y sus oficiales les dieron muerte a espada; mientras avanzaban hasta el santuario del templo de Baal, iban tirando para afuera los cadáveres (...) Así fue como Jehú hizo que desapareciera el culto a Baal en Israel (2 Re 10,1-28).
Y tanto asesinato, de inocentes, de paganos y de cualquiera que pasase cerca de Jehú, fue muy del agrado de Dios, tal como se lo hizo saber a su disciplinado y eficaz criminal: «Yavé dijo a Jehú: "Ya que has actuado bien, ya que has hecho lo que es justo a mis ojos, y has llevado a cabo todo lo que había decidido en contra de la casa de Ajab, tus hijos reinarán en Israel hasta la cuarta generación"» (2 Re 10,30).
Pero ya se sabe que Dios, aunque bendijo, propició y colaboró en asesinatos sin fin y masacres sin cuento, no perdonaba que su personal fuese permisivo con la competencia divina, así que el criminal de Jehú padeció la consabida reprimenda divina ¡en carne ajena!:
Sin embargo Jehú no se apartó de los pecados a los cuales Jeroboam hijo de Nabat había arrastrado a Israel, a saber, los terneros de oro que estaban en Betel y en Dan (...) Pero Jehú no se preocupó de caminar con todo su corazón según la ley de Yavé, Dios de Israel (...) Por esos días, Yavé comenzó a reducir el territorio de Israel: Jazael derrotó a los israelitas en todo el territorio al este del Jordán, en el territorio de Galaad, en el de Gad, Rubén y Manasés, desde Aroer que está encima del torrente Arnón; en una palabra, en Galaad y en Basán (2 Re 10,29-33).
A pesar de todo, el sanguinario Jehú murió de muerte natural y ensalzado por Dios desde su crónica del 2 Libro de Reyes.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: quien a hierro mata, en la cama, viejo, rico y calentito, muere.


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