LA AFICIÓN DE DIOS A TORTURAR A QUIENES LE GUARDAN FIDELIDAD ABSOLUTA DE MODO BIEN EVIDENTE
Los relatos neotestamentarios, en algunos de sus episodios más notables, reprodujeron lo sustancial de situaciones ya incluidas en el Antiguo Testamento, aunque usando un lenguaje menos pueril y recargado, introduciendo una notable carga alegórica y, sobre todo, evitando recrearse en los detalles de crueldad (tan del agrado del dios veterotestamentario). El famoso episodio de las tentaciones de Jesús, por mucho significado místico que se le dé —y que sin duda puede tener—, entronca perfectamente con la historia veterotestamentaria de Job, destinada, como la de Jesús, a ensalzar la fidelidad a Dios ante la adversidad y la tentación.
El relato de Mateo situó a Jesús en el río Jordán recibiendo el bautismo de manos de Juan:
Una vez bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Al mismo tiempo se oyó una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido» (Mt 3, 16-17).
El Espíritu condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo, y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, al final sintió hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan». Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"».
Después el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso en la parte más alta de la muralla del Templo. Y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues la Escritura dice: "Dios dará ordenes a sus ángeles y te llevarán en sus manos para que tus pies no tropiecen en piedra alguna"». Jesús replicó: «Dice también la Escritura: "No tentarás al Señor tu Dios"».
A continuación lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todas las naciones del mundo con todas sus grandezas y maravillas. Y le dijo: «Te daré todo esto si te arrodillas y me adoras». Jesús le dijo: «Aléjate, Satanás, porque dice la Escritura: "Adorarás al Señor tu Dios, y a Él sólo servirás"». Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles a servirle (Mt 4, 1-11).
Según los exegetas autorizados, Jesús, tras ese breve pulso con el ángel acusador (que no «diablo») —citando ambos versículos del Deuteronomio, aunque quedando a años luz de la profundidad e interés del debate que, a lo largo de cuarenta capítulos, sostuvo Job con sus tres amigos y con el mismo Dios—, logró la plenitud y aval divino para comenzar su misión.
Bien. Pero si Jesús era el hijo de Dios enviado por él mismo a redimir a la humanidad, ¿para qué someterle a tal prueba? ¿No le conocía bien? ¿No estaba seguro el padre de lo que sería capaz de hacer su hijo? ¿Para qué lo envió si desconfiaba?
De nuevo estamos ante la teatralidad de un dios bíblico incapaz de mostrar caminos y ejemplos de conducta sin hacer sufrir a alguien... aunque, claro está, culpando oficialmente de las torturas a terceros —en este caso, a una coautoría entre el «Espíritu de Dios» y su ángel o satán—, que no son más que recursos literarios tramposos para camuflar o suavizar lo que, desde cualquier punto de vista (creyente), no puede ser más que la acción directa de la voluntad de Dios.
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