LAS MALDICIONES DE DIOS A SU PUEBLO... ¡QUE TODAVÍA ESTÁN VIGENTES!
Una de las maneras eficaces para poder conocer la mentalidad de cualquier personaje es analizar la calidad de todo aquello que desea o postula para los demás. En el caso de Dios, este trabajo se simplifica bastante, ya que él mismo tuvo a bien dejarnos para la posteridad un par de listados que detallan los males que infligirá a su pueblo, por propia mano, en caso de que se aparten de la obediencia y sumisión totales a sus designios.
Cualquier lector (creyente), medianamente sensato, se sonreirá al darse cuenta de la dirección por la que le conducirá este apartado. Sin duda pensará que los textos que reproduciremos son una antigualla metafórica, trasnochada y caducada. Razón no le falta, ni mucho menos, pero resulta que quienes le marcan la ortodoxia de lo que debe creerse o no son muy claros y contundentes en este aspecto, tal como ya se dijo en el capítulo 1 y resumimos aquí:
«La santa madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, en todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor (...) En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería (...) los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra (...) El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada».
Si «la Antigua Alianza no ha sido revocada», resulta obvio que todavía siguen vigentes las condiciones que Dios, a modo de cláusulas resolutivas e indemnizatorias, impuso —y Moisés aceptó en nombre de todos— a fin de poder mantenerse apoyando y beneficiando a sus creyentes.
Esas cláusulas indemnizatorias, que penalizan el incumplimiento contractual con Dios mediante la imposición de todo tipo de sufrimientos —limitados a lo personal y terrenal, que Dios, al parecer, desconocía entonces la existencia de una vida eterna tras la muerte ¡y sus excelentes posibilidades para torturar sin límite!—, están a disposición de toda la parroquia en las páginas de dos libros bíblicos fundamentales, Levítico y Deuteronomio.
El catálogo minucioso de las maldiciones de Dios que, a través de su palabra eterna, nos dejó escrito en el Levítico (Lv 26,14-38) es el siguiente:
Pero si no me escuchan, si no cumplen todo eso; si desprecian mis normas y rechazan mis leyes; si no hacen caso de todos mis mandamientos y rompen mi alianza, entonces miren lo que haré yo con ustedes.
Mandaré sobre ustedes el terror, la peste y la fiebre; sus ojos se debilitarán y su salud irá en desmedro. Ustedes sembrarán en vano la semilla, pues se la comerán los enemigos.
Me volveré contra ustedes y serán derrotados ante el enemigo; ustedes no resistirán a sus adversarios y huirán sin que nadie los persiga.
Si ni aun así me obedecen, les devolveré siete veces más por sus pecados.
Quebrantaré su orgullosa fuerza; haré que el cielo sea de hierro para ustedes y la tierra de bronce.
Sus esfuerzos se perderán, su tierra no dará sus productos ni los árboles darán sus frutos.
Y si siguen enfrentándose conmigo en vez de escucharme, les devolveré siete veces más por sus pecados.
Soltaré contra ustedes la fiera salvaje, que les devorará sus hijos, exterminará los ganados y los reducirá a unos pocos, de modo que nadie ya ande por los caminos de su país.
Si aun con esto no cambian su actitud respecto a mí y siguen desafiándome, también yo me enfrentaré con ustedes y les devolveré yo mismo siete veces más por sus pecados; traeré sobre ustedes la espada vengadora de mi alianza. Se refugiarán entonces en sus ciudades, pero yo enviaré la peste en medio de ustedes y serán entregados en manos del enemigo.
Yo les quitaré el pan, hasta el punto que diez mujeres cocerán todo su pan en un solo horno, y se lo darán tan medido que no se podrán saciar.
Si con esto no me obedecen y siguen haciéndome la contra, yo me enfrentaré con ustedes con ira y les devolveré siete veces más por sus pecados: ¡ustedes llegarán a comer la carne de sus hijos e hijas!
Destruiré sus santuarios altos, demoleré sus monumentos, amontonaré sus cadáveres sobre los cadáveres de sus sucios ídolos y les tendré asco.
Reduciré a escombros sus ciudades y devastaré sus santuarios, no me agradará más el perfume de sus sacrificios.
Yo devastaré la tierra de tal modo que sus mismos enemigos quedarán admirados y asombrados cuando vengan a ocuparla.
A ustedes los desparramaré entre las ciudades y naciones; y los perseguiré con la espada. Sus tierras serán arruinadas y quedarán desiertas sus ciudades.
Entonces la tierra gozará de sus descansos sabáticos durante todo el tiempo que sea arruinada, mientras estén ustedes en tierra de enemigos. La tierra descansará y gozará sus sábados; y mientras esté abandonada, descansará por lo que no pudo descansar en sus sábados, cuando ustedes habitaban en ella.
A los que queden de ustedes les infundiré pánico en sus corazones en el país de sus enemigos; el ruido de una hoja que cae los hará huir como quien huye de la espada y caerán sin que nadie los persiga.
Se atropellarán unos a otros como delante de la espada, aunque nadie los persiga. No se podrán tener en pie ante el enemigo.
Perecerán en tierra de paganos y desaparecerán en el país de sus enemigos.
Los que de ustedes sobrevivan se pudrirán en país enemigo por causa de su maldad y por las maldades de sus padres unidas que se les pegaron (...) A pesar de todo, no los despreciaré cuando estén en tierra enemiga; no los aborreceré hasta su total exterminio ni anularé mi alianza con ellos, porque yo soy Yavé, su Dios (...)
Estas son las normas, leyes e instrucciones que Yavé estableció entre Él y los hijos de Israel en el monte Sinaí, por medio de Moisés (Lv 26,14-46).
El catálogo pormenorizado de las maldiciones de Dios que, mediante su palabra sagrada e inmutable, protocolizó el Deuteronomio (Dt 28,15-69) es el siguiente:
Pero si no obedeces la voz de Yavé, tu Dios, y no pones en práctica todos sus mandamientos y normas que hoy te prescribo, vendrán sobre ti todas estas maldiciones:
Maldito serás en la ciudad y en el campo. Maldita será tu canasta de frutos y tu reserva de pan. Maldito el fruto de tus entrañas y el fruto de tus tierras, los partos de tus vacas y las crías de tus ovejas. Maldito serás cuando salgas y maldito también cuando vuelvas.
Yavé mandará la desgracia, la derrota y el susto sobre todo lo que tus manos toquen, hasta que seas exterminado, y perecerás en poco tiempo por las malas acciones que cometiste, traicionando a Yavé.
Él hará que se te pegue la peste hasta que desaparezcas de este país que, hoy, pasa a ser tuyo. Yavé te castigará con tuberculosis, fiebre, inflamación, quemaduras, tizón y roya del trigo, que te perseguirán hasta que mueras. El cielo que te cubre se volverá de bronce, y la tierra que pisas, de hierro. En vez de lluvia, Yavé te mandará cenizas y polvo, que caerán del cielo hasta que te hayan barrido.
Yavé hará que seas derrotado por tus enemigos. Por un camino irás a pelear en su contra y por siete caminos huirás de ellos. Al verte se horrorizarán todos los pueblos de la tierra. Tu cadáver
servirá de comida a todas las aves del cielo y a todas las bestias de la tierra, sin que nadie las corra.
Te herirá Yavé con las úlceras y plagas de Egipto, con tumores, sarna y tiña, de las que no podrás sanar. Te castigará Yavé con la locura, la ceguera y la pérdida de los sentidos. Andarás a tientas en pleno mediodía, como anda el ciego en la oscuridad, y fracasarás en tus empresas. Siempre serás un hombre oprimido y despojado, sin que nadie salga en tu defensa.
Tendrás una prometida y otro hombre la hará suya. Edificarás una casa y no la podrás habitar. Plantarás una viña y no comerás sus uvas. Tu buey será sacrificado delante de ti y no comerás de él. Ante tus ojos te robarán tu burro y no te lo devolverán, tus ovejas serán entregadas a tus enemigos y nadie te defenderá. Tus hijos y tus hijas serán entregados a pueblos extranjeros y enfermarás con tanto mirar hacia ellos, pero no podrás hacer nada. El fruto de tus campos, todos tus esfuerzos, los comerá un pueblo que no conoces y tú no serás más que un explotado y oprimido toda la vida. Te volverás loco por lo que veas.
Yavé te herirá con úlceras malignísimas en las rodillas y en las piernas, de las que no podrás sanar, desde la planta de los pies hasta la coronilla de tu cabeza. Yavé te llevará a ti y al rey que tú hayas elegido a una nación que ni tú ni tus padres conocían, y allí servirás a otros dioses de piedra y de madera. Andarás perdido, siendo el juguete y la burla de todos los pueblos donde Yavé te llevará.
Echarás en tus campos mucha semilla y será muy poco lo que coseches, porque la langosta lo devorará. Plantarás una viña y la cultivarás, pero no beberás vino ni comerás uvas, porque los gusanos la roerán. Tendrás olivos por todo tu territorio, pero no te darán ni siquiera aceite con que ungirte, porque se caerán las aceitunas y se pudrirán. Tendrás hijos e hijas, pero no serán para ti, porque se los llevarán cautivos. Todos los árboles y frutos de tu tierra serán atacados por los insectos. El forastero que vive contigo se hará cada día más rico, y tú cada día serás más pobre. Él te prestará y tú tendrás que pedir prestado; él estará a la cabeza y tú a la cola.
Todas estas maldiciones caerán sobre ti, te perseguirán y oprimirán hasta que hayas sido eliminado, porque no escuchaste la voz de Yavé, tu Dios, ni guardaste sus mandamientos ni las normas que te ordenó. Se apegarán a ti y a tus descendientes para siempre y serán una señal asombrosa a la vista de todos.
Por no haber servido con gozo y alegría de corazón a Yavé, tu Dios, cuando nada te faltaba, servirás con hambre, sed, falta de ropa y toda clase de miseria a los enemigos que Yavé enviará contra ti. Ellos pondrán sobre tu cuello un yugo de hierro hasta que te destruyan del todo.
Yavé hará venir contra ti de un país remoto, como un vuelo de águila, a un pueblo cuya lengua no entenderás. Ese pueblo cruel no tendrá respeto por el anciano ni compasión del niño. Devorará las crías de tus ganados y los frutos de tus cosechas, para que así perezcas, pues no te dejará trigo, ni vino, ni aceite, ni las crías de tus vacas y de tus ovejas, hasta acabar contigo. Te asediarán en todas tus ciudades, hasta que caigan en todo tu país las murallas más altas y fortificadas en las que tú ponías tu confianza. Quedarás sitiado dentro de tus ciudades en todo el país que te da Yavé, tu Dios.
Te comerás el fruto de tus entrañas, la carne de tus hijas e hijos que te haya dado Yavé, en el asedio y angustia a que te reducirá tu enemigo. El hombre más refinado de tu pueblo se esconderá de su hermano e incluso de su esposa y de los hijos que le queden, negándose a compartir con ellos la carne de los hijos que se estará comiendo, porque nada le quedará durante el asedio y la angustia a que tu enemigo te reducirá en todas tus ciudades.
La mujer más tierna y delicada de tu pueblo, tan delicada y tierna que hacía ademanes para posar en tierra la planta de su pie, se esconderá del hombre que se acuesta con ella, e incluso de su hijo o de su hija, mientras come la placenta salida de su seno y a los hijos que dio a luz, por falta de todo otro alimento, cuando tu enemigo te sitie en tus ciudades y te reduzca a la más extrema miseria.
Si no guardas ni pones en práctica las palabras de esta Ley tales como están escritas en este libro, y no temes a ese Nombre
glorioso y terrible, a Yavé, tu Dios, él te castigará, a ti y a tus descendientes, con plagas asombrosas, plagas grandes y duraderas, enfermedades malignas e incurables.
Hará caer sobre ti todas las plagas de Egipto, a las que tanto miedo tenías; y se apegarán a ti. Más todavía, todas las enfermedades y plagas que no se mencionan en este libro de la Ley, te las mandará Yavé hasta aniquilarte.
Por no haber obedecido a la voz de Yavé, tu Dios, no quedarán más que unos pocos de ustedes, que eran tan numerosos como las estrellas del cielo. Sucederá, pues, que de la misma manera que Yavé se complacía en hacerles el bien y en multiplicarlos, así se complacerá en perseguirlos y destruirlos. Serán arrancados de la tierra en la que entran para conquistarla.
Yavé te dispersará entre todos los pueblos, de un extremo a otro de la tierra, y allí servirás a otros dioses, de madera y de piedra, que ni tú ni tus padres han conocido. En aquellas naciones no encontrarás paz ni estabilidad. Yavé te dará allí un corazón cobarde, atemorizado e inquieto de día y de noche. Tu vida estará ante ti como pendiente de un hilo y andarás asustado de noche y de día. Por la mañana dirás: «¡Ojalá fuera ya de noche!», y por la noche dirás: «¡Ojalá estuviéramos ya a la mañana!», a causa del miedo que estremecerá tu corazón, al contemplar lo que verán tus ojos.
Yavé te volverá a llevar a Egipto por tierra y por mar, a pesar de que te dijo: «No volverás a verlos». Allí ustedes querrán venderse a sus enemigos como esclavo y como sirvientas, pero no habrá comprador.
Estas son las palabras de la Alianza que Yavé mandó a Moisés ratificar con los hijos de Israel en el país de Moab, además de la que hizo con ellos en el Horeb (Dt 28,15-69).
Este Dios, que se deleitó perpetrando personalmente y/o dejando cometer lo que en este libro hemos recordado —siguiendo fiel mente las propias palabras del Altísimo fijadas en la Biblia— y que no se priva de anunciar a su parroquia que «se complacerá en perseguirlos y destruirlos» (Dt 28,63), mediante los sufrimientos —terrenales, que no post mórtem— más rebuscados, en caso de desobedecerle, ha sido y sigue siendo el faro que ilumina a buena parte de la humanidad.
Da que pensar, ¿verdad?
El día 10 de septiembre de 2007, en la conferencia que el Dalai Lama ofreció en Barcelona, le escuché afirmar que «todas las religiones y todas las filosofías religiosas presentan el mismo mensaje: amor y compasión».
Tendré que volver a releer la Biblia, no sea que se me haya pasado por alto el mensaje de amor y compasión que, tal como afirmó el Dalai Lama, debe aflorar de unas páginas que fueron y son el crisol de las tres religiones monoteístas más importantes de la historia humana.
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