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domingo, 27 de marzo de 2011

LUZ DEL DOMINGO IX

Jesús nació con dos genealogías,
pero sin ninguna legitimación mesiánica

Los autores de los Evangelios que, como ya vimos, escribieron sus textos muchos años después de muerto Jesús y con una finalidad apologética que pretendía sustanciar la verdad del cristianismo mitificando la figura del Jesús histórico, se vieron obligados a encajar sus narraciones dentro de dos moldes muy ajenos entre sí: el de los mitos paganos que acabamos de repasar y el contexto judío que había acrisolado antiguas profecías bíblicas acerca de la futura llegada de un Mesías salvador de Israel.
Tal como se hizo con la mítica solar pagana, la acomodación de la leyenda de Jesús a las profecías mesiánicas —ya mencionada en el apartado dedicado a los profetas y que volveremos a tratar extensamente en el capítulo 7—, empleada ya por el propio Jesús antes de ser ejecutado, fue exacerbada con descaro en algunos escritos neotestamentarios. Así, desde el mismísimo inicio del primer evangelio canónico se pretende dar por cumplidas las profecías básicas aportando una genealogía de Jesús que, si bien es ingeniosa y parece convincente, tiene los pies de barro.                                          
En el comienzo del Evangelio de Mateo —concretamente en Mt 1,1-16— se lee: «Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac a (...), Jesé engendró al rey David, David a Salomón en la mujer de Urías (...) y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.»
Con este texto, en Mateo se pretende demostrar que Jesús era descendiente directo del linaje de David, tal como exigía la profecía mesiánica más tradicional —la «profecía de consolación» de Is 11 en la que Dios, estando el pueblo de Israel bajo el dominio asirio, promete un retoño del tronco de Jesé sobre el que reposará el espíritu de Yahveh, etc.— y, al mismo tiempo, se quiere dejar sentado que Jesús había sido concebido por una virgen, tal como había anunciado Isaías en su profecía sobre el Emmanuel (Is 7,14 y ss).
El problema que presenta esta genealogía, máxime en una sociedad patriarcal donde el linaje se transmite desde el padre y no a través de la madre, es que si José no tuvo nada que ver con el embarazo de María, Jesús no pudo ser descendiente de la casa de David y, por tanto, tampoco pudo ser jamás el Mesías esperado por los judíos y anunciado por los profetas, puesto que no se había dado la premisa principal de la promesa divina.                                                            
Lucas, por su parte —en Lc 3,23-38—, aporta otra genealogía que, en orden inverso, va de Jesús hasta Dios pasando por David, naturalmente: «Jesús, al empezar [su predicación], tenía unos treinta años, y era, según se creía, hijo de José, hijo de Helí (...), hijo de Leví (...), hijo de David, hijo de Jesé (...), hijo de Abraham (...), hijo de Adán, hijo de Dios.»
Dejando al margen la pueril licencia poética de hacer remontar la ascendencia de Jesús hasta Adán para mostrar así que era «hijo de Dios» —un dato innecesario puesto que en el Antiguo Testamento ya estaban acreditados como tales David (Sal 2,7-8) y otros reyes hebreos—, de esta genealogía destacan dos aspectos muy importantes: es discordante de la aportada por Mateo respecto de los antepasados que llevan hasta David —una discrepancia difícil de justificar sabiendo que ambos autores fueron casi contemporáneos y se basaron en las mismas fuentes históricas judías— y, por otra parte, aunque en unos versículos anteriores Lucas había dejado ya constancia del anuncio del embarazo milagroso de la madre, aún virgen, de Jesús (Lc 1,26-38), la genealogía presenta a éste como hijo de José y no de María; un desliz que quizá puede comprenderse mejor teniendo en cuenta que, como médico que era, Lucas debía tener una noción bastante clara del misterio de la generación humana y, además, al igual que Pablo, del que fue ayudante, no debió creer ni dar importancia a una hipotética encarnación divina de Jesús.                            
El problema planteado por esta genealogía es inverso, aunque complementario, al que ya hemos señalado en Mateo. Ahora, siendo Jesús hijo de José queda claro que desciende del linaje de David y cumple con la profecía; pero si no nació de virgen, tal como sugiere esta segunda genealogía, es evidente que no se cumple el anuncio de Is 7 y tampoco puede ser el «Emmanuel», el Rey Mesías y Salvador. Los otros dos Evangelios, el de Marcos y el de Juan, tampoco nos permiten solucionar tan fundamental cuestión ya que en ellos el Espíritu Santo no sólo no inspiró genealogía alguna sino que tampoco aportó dato ninguno acerca de la presunta virginidad de María.                                                                
No sin cierta perplejidad por nuestra parte, deberemos seguir adentrándonos en la obra mesiánica de Jesús sabiendo que, pese a tener dos amplias genealogías, ninguna de ellas le presenta ni le legitima como el Mesías prometido y esperado por el pueblo de Israel. 

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