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domingo, 15 de julio de 2012

LUZ DEL DOMINGO LXX


YAHVÉ Y ELOHÍM, LOS DOS DIOSES DEL ANTIGUO TESTAMENTO QUE CURIOSAMENTE FUE ESCRITO POR ÉL.

Más de dos mil quinientos años después de la caída de Israel en el 722 a.c, tres de los investigadores dedicados a descubrir quiénes escribieron la Biblia hicieron el mismo descubrimiento independientemente. Uno de ellos fue un ministro de la iglesia, otro un médico y el otro un profesor. El descubrimiento se debió a la combinación de dos pruebas: la existencia de dobletes y los nombres de Dios. 

Comprendieron que se encontraban ante dos versiones, cada una de ellas de un gran número de historias bíblicas: dos narraciones de la creación, dos narraciones de diversas historias sobre los patriarcas Abraham y Jacob, etcétera. Después, observaron que, con cierta frecuencia, una de las dos versiones de una historia se refería a Dios utilizando un nombre, mientras que la otra versión se refería a Dios empleando otro nombre distinto.

En el caso de la creación, por ejemplo, el primer capítulo de la Biblia narra una versión sobre cómo fue creado el mundo, mientras que el segundo capítulo de la Biblia se inicia con una versión diferente de lo que sucedió. Ambas narraciones se duplican entre sí en muy diversas formas, mientras que se contradicen entre sí en varios puntos. 

Por ejemplo, ambas describen los mismos acontecimientos siguiendo un orden diferente. En la primera versión, Dios crea primero las plantas, después los animales, y finalmente al hombre y a la mujer. En la segunda versión, Dios crea primero al hombre. Sólo después crea las plantas. A continuación, y para que el hombre no se sienta solo, Dios crea a los animales. Finalmente, y como el hombre no encuentra un compañero satisfactorio entre los animales, Dios crea a la mujer. 

Así pues, tenemos:

                                           Génesis 1                 Génesis 2
                                              plantas                    hombre
                                             animales                   plantas
                                      hombre y mujer             animales
                                                                             mujer

Las dos historias muestran imágenes diferentes de lo que ocurrió. Ahora bien, los tres investigadores observaron que la primera versión de la historia de la creación siempre se refiere al creador llamándole Dios (El o Elohim , lo que se hace un total de treinta y cinco veces. La segunda versión siempre se refiere a él llamándole por su nombre, Yahvé Dios, lo que hace un total de once veces. La primera versión nunca le llama Yahvé; la segunda versión nunca le llama Dios.

Más tarde, viene la historia del gran diluvio y del arca de Noé, que también puede separarse en dos versiones completas que a veces se duplican, mientras que en otras se contradicen entre sí. Una vez más, una de estas versiones siempre llama Dios a la divinidad, mientras que la otra siempre le llama Yahvé.

También hay dos versiones sobre la alianza entre la divinidad y Abraham. Y, una vez más, en una de ellas se nos presenta la divinidad como Yahvé, mientras que en la otra se nos presenta como Dios. Etcétera. Los investigadores se dieron cuenta de que no se encontraban simplemente ante un libro que se repetía mucho a sí mismo, ni tampoco con una serie de historias más o menos similares. Habían descubierto dos libros separados que alguien había partido y combinado después en uno solo.

La primera de las tres personas que hicieron este descubrimiento fue un ministro de la iglesia alemán, Henning Bernhard Witter, en 1711. El libro que escribió sobre el tema tuvo muy poco impacto y, de hecho, fue olvidado hasta que fue redescubierto dos siglos más tarde, en 1924. La segunda persona en comprender esta cuestión fue Jean Astruc, un profesor francés de medicina y médico de la corte de Luis XV. Publicó anónimamente sus hallazgos, cuando ya tenía setenta años, en Bruselas, y secretamente en París en 1753. Su
libro tampoco ejerció una gran impresión sobre nadie y pasó desapercibido. Algunos lo despreciaron, quizá porque había sido escrito por un doctor en medicina y no por un erudito bíblico.

Pero cuando la tercera persona en cuestión, que era un erudito, hizo el mismo descubrimiento y lo publicó en 1780, el mundo ya no pudo ignorar el hecho. Esta tercera persona fue Johann Gottfried Eichhorn, un conocido y respetado erudito alemán, hijo de un pastor. Al grupo de historias bíblicas que se referían a la divinidad llamándola como Dios, le puso el nombre de documento «E», por la inicial de la palabra hebrea con que se designa a Dios, que es El o Elohim. Al otro grupo de historias, al que se refiere a la divinidad llamándola Yahvé, le puso el nombre de documento «J» (por el nombre antiguo, y erróneo, de Jehová).

La idea de que la primera historia de la Biblia era una combinación de dos obras originalmente separadas, escritas por dos personas diferentes, sólo duró dieciocho años. Prácticamente antes de que nadie tuviera oportunidad de considerar las implicaciones de esta idea para la Biblia y para la religión, los investigadores descubrieron que, en realidad, los cinco primeros libros de la Biblia no eran obra de dos escritores..., sino de cuatro.

Descubrieron que el documento E no tenía una sino dos fuentes. Las dos habían parecido iguales únicamente porque ambas llamaban a la divinidad Elohim, y no Yahvé. Pero, ahora, los investigadores observaron que dentro del grupo de historias que llamaban a la divinidad Elohim, también había dobletes. Y también había diferencias de estilo, de lenguaje y de intereses. 

En resumen, el mismo tipo de pruebas que condujeron al descubrimiento de los documentos J y E, condujeron ahora al descubrimiento de una tercera fuente, oculta hasta entonces en el documento E. Las diferencias de intereses resultaron ser intrigantes. Esta tercera serie de historias parecía interesarse particularmente por los sacerdotes. Contenía historias sobre sacerdotes, leyes sobre sacerdotes, cuestiones relacionadas con el ritual, el sacrificio, la quema de incienso y la pureza, y se preocupaba por otros temas como las fechas, los números y las medidas. En consecuencia, a esta fuente se la conoció como la sacerdotal, o documento P (Priest, sacerdote, en inglés).

Se descubrió igualmente que J, E y P se extendían a lo largo de los cuatro primeros libros del Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico y Números. Sin embargo, no se observaba el menor rastro de ellas en el quinto libro, el Deuteronomio, a excepción de unas pocas líneas que aparecen en los últimos capítulos. El Deuteronomio aparece escrito en un estilo completamente diferente al utilizado en los otros cuatro libros del Pentateuco. 

Las diferencias son evidentes, incluso en la traducción. El vocabulario es diferente. Hay expresiones diferentes y recurrentes, así como frases predilectas que se repiten. Hay dobletes de secciones enteras de los cuatro primeros libros. Hay flagrantes contradicciones de detalle entre esta versión y las otras. Hasta es diferente una parte de las palabras de los diez mandamientos. Por todo ello, el Deuteronomio parecía ser una cuarta fuente independiente, a la que se denominó D.

El descubrimiento de que la Torah de Moisés era en realidad un conjunto de cuatro obras que habían estado previamente separadas, no creaba necesariamente una crisis. Después de todo, el Nuevo Testamento también empezaba con cuatro Evangelios —Mateo, Marcos, Lucas y Juan — , cada uno de los cuales contaba la historia a su manera. ¿Por qué entonces se produjo una reacción tan hostil, tanto entre los judíos como entre los cristianos, ante la idea de que el Antiguo Testamento (o Biblia hebrea) pudiera empezar igualmente con una especie de cuatro «evangelios»?

La diferencia consistía en que las cuatro fuentes de la Biblia hebrea se habían combinado de un modo muy intrincado, y, sobre todo, en el hecho de que durante aproximadamente dos mil años se había aceptado que fueron escritas por Moisés; los nuevos descubrimientos representaban una bofetada para una tradición antigua, aceptada y sagrada. Los investigadores bíblicos estaban descubriendo una envoltura finamente entretejida, y nadie sabía a dónde podían conducir tales investigaciones.

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