La «Inmaculada Concepción», un dogma de fe fundamental de la Iglesia católica...que no fue impuesto a los creyentes como tal hasta el año 1854
El día 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX proclamó el decreto siguiente: «Nos, por la autoridad de Jesucristo, nuestro Señor, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y por la nuestra propia, declaramos, promulgamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santa Virgen María, en el primer instante de su concepción, debido a un privilegio y una gracia singulares de Dios Omnipotente, en consideración a los méritos de Jesucristo, el Salvador de la humanidad, fue preservada libre de toda mancha del pecado original, ha sido revelada por Dios, y por lo tanto ha de ser firme y constantemente creída por todos los fieles.»
Diecinueve siglos después de su parto prodigioso, la honra de María era definitivamente puesta a salvo de dudas y murmuraciones afirmando oficialmente que el hecho de su virginidad no era ninguna suposición teológica sino una revelación de Dios. La tardanza quizá fuese excesiva, pero cabe recordar que a Jesús, base del cristianismo, no le declararon oficialmente como consustancial con Dios hasta el año 325. La religión católica, como el vino, ha ido aumentando su grado de divinidad gracias al paso del tiempo.
Según el Catecismo católico, «para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1,28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios». Parece obvio que estar «llena de gracia» divina debe significar algo notable, pero carece absolutamente de fundamento el deducir de Lc 1,28 que María «fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción».
Desde la pésima traducción de la Vulgata, los católicos reproducen el pasaje de Lc 1,28 como: «Presentándose a ella [el ángel Gabriel], le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo», pero la traducción correcta es la de: «... le dijo: ¡Te saludo, gran favorecida! El Señor esté contigo», que aporta un matiz bien distinto. El sentido claro de lo que la Iglesia ha traducido por «llena de gracia» es el de mujer «muy favorecida» o especialmente escogida para lo que se le anunciará a continuación; y el ángel muestra su deseo cortés —habitual en los saludos hasta el día de hoy— de que el Señor «esté» con María, pero no afirma que ya «es» con ella.
Leyendo todo el relato de la anunciación, no se encuentra en parte alguna que María «estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios». Lucas prosigue: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. (...) El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,30-36). ¿Dónde se dice que concebirá sin mácula ninguna?
De hecho, el propio comportamiento de María después de parir a Jesús denota que ella misma fue la primera en creer que sí tenía mancha o pecado. «Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la Ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la Ley del Señor que "todo varón primogénito sea consagrado al Señor", y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones» (Lc 2,22-24); «al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la Ley» (Lc 2,27) quedó demostrado que María fue al templo a ofrecer un sacrificio expiatorio porque se sentía impura según la Ley de Dios.
Para analizar en su justa medida el personaje de María, hoy fundamental en la Iglesia católica, hay que tener en cuenta que su figura apenas tiene presencia en los textos del Nuevo Testamento. María sólo fue citada por su nombre 18 veces (dos en relatos referidos a la vida pública de Jesús y el resto en los episodios de su infancia) y en 35 ocasiones fue mencionada como «madre» de Jesús. Eso es todo. No hay nada sólido en las Escrituras que permita tari siquiera suponer que la madre del nazareno le concibiese milagrosamente y mantuviese su virginidad perpetuamente ¿Cómo es posible que Dios no inspirase la verdadera importancia y virtud de María a los redactores de los Evangelios?
En este sospechoso silencio de Dios se fundamentó la oposición a la doctrina de la «inmaculada concepción» que mantuvieron, entre otros, padres de la Iglesia tan importantes como san Bernardo, san Agustín, san Pedro Lombardo, san Alberto el Grande, santo Tomás de Aquino y san Antonio, o papas como León I (440), Gelasio(492) o Inocencio III (1216).
La lenta carrera de María hacia la gloria celestial tuvo su más poderoso y fundamental impulso en el siglo V, con la vehemente defensa que el patriarca Cirilo de Alejandría hizo de María como Theotókos —madre de Dios o Dei genitrix—, una proposición que acabó siendo ratificada por la Iglesia católica al proclamarla como Mater Dei. De modo oficial, sin embargo, María no fue «preservada libre de toda mancha del pecado original» hasta el año 1854, como ya señalamos, y no se aseguró su asunción a los cielos ¡hasta 1950!
Casi un siglo después del celebrado pronunciamiento de Pío IX, otro pontífice homónimo, Pío XII, hablando ex cathedra, eso es de modo infalible, decretó, el 1 de noviembre de 1950, que: «Por la autoridad de Jesucristo, nuestro Señor, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y por la nuestra propia declaramos, promulgamos y definimos que es un dogma divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, María siempre virgen, al terminar su vida terrenal, fue elevada a la gloria celestial en cuerpo y alma. Por tanto, si alguno se atreve (Dios no lo permita) a negar voluntariamente o a dudar lo que ha sido definido por nosotros, sepa que ha apostatado completamente la fe divina y católica.» Sin duda resulta chocante que Pedro y Pablo, cuya autoridad invocó Pío XII, no le dedicaran a María ni una sola línea —ya en la tierra como en el cielo— en sus escritos neotestamentarios.
Mircea Eliade y loan P. Couliano, expertos mitólogos, han resumido el proceso evolutivo de la figura de María con estas palabras: «La posición que se impondrá está expresada, en el siglo II, por el Protoevangelio de Santiago: María permaneció virgo in partu y post partum, es decir, fue semper virgo. En el conjunto de los personajes del escenario primordial cristiano, María terminó asumiendo un papel cada vez más sobrenatural. Así, el segundo concilio de Nicea (789) la coloca por encima de los santos, a los cuales se les reserva simplemente la reverencia (douleia), mientras que a María se le debe tributar la "superreverencia" (hyperdouleia). Insensiblemente María se convierte en un personaje de la familia divina: la Madre de Dios. La dormitio virginis se transforma en María in caelis adsumpta; María, a quien los franciscanos excluyen del pecado original, termina convirtiéndose en Mater Ecclesiae, mediatrix e intercesor en favor del género humano ante Dios. De esta manera el cristianismo instaura en el cielo un modelo familiar mucho menos riguroso e inexorable que el patriarcado solitario del Dios bíblico.»
Pero este proceso no fue todo lo lineal ni limpio que parece sugerir el párrafo anterior. En el siglo III los padres de la Iglesia le habían reprochado a María pecados tan graves como «falta de fe en Cristo», «orgullo», «vanidad», etc. Durante el siglo IV se valoró a María por debajo del más insignificante de los mártires; así, por ejemplo, en las oraciones litúrgicas culturales se veneraba a los santos citándolos por su nombre, pero María sólo fue incluida en esas prácticas a partir del siglo V. La primera iglesia dedicada a María no se construyó hasta finales del siglo iv, en Roma —ciudad en la que actualmente hay más de ochenta consagradas a ella—, y no hubo señal alguna de culto mariano hasta pasado el concilio de Éfeso (431), donde el padre de la Iglesia Cirilo de Alejandría logró imponer el dogma de la maternidad divina de María mediante cuantiosos sobornos.
El concilio de Éfeso fue convocado por el emperador Teodosio II, pero, debido a los problemas de desplazamiento y enfermedad (incluso muerte) que afectaron a numerosos obispos, se retrasó quince días su fecha de comienzo. Por fin, aún faltando por llegar obispos importantes y contraviniendo la voluntad gubernamental, Cirilo —a quien Teodosio II acusaba de ser «soberbio» y tener «afán disputador y rencoroso»— decidió inaugurar el sínodo por su cuenta, asegurándose con tal maniobra el tener una mayoría favorable a sus intenciones contrarias a Nestorio.
El documento que salió de la primera sesión de ese sínodo fue una victoria rotunda para Cirilo, ya que se le hizo saber al obispo Nestorio, ausente del plenario, que: «El santo sínodo reunido en la ciudad de Éfeso por la gracia del más pío de los emperadores, santo entre los santos, a Nestorio»_el nuevo Judas: Has de saber que a causa de tus impías manifestaciones y de tu desobediencia frente a los cánones del santo sínodo has sido depuesto este 22 de junio y que ya no posees rango alguno en la Iglesia.» Con la euforia del éxito contra la herejía nestoriana —que se celebró por las calles con gran pompa y alboroto—, los textos conciliares se olvidaron de mencionar lo que les adjudica la Iglesia y no aparece en ellos ninguna definición dogmática de María como Theotókos, como madre de Dios.
Pero el concilio tendría una segunda parte cuando, días después, al llegar por fin a Éfeso los obispos sirios —«los orientales»—, reclamaron la presencia de Candidiano —comisionado imperial y protector del concilio, que había sido imperiose et violenter expulsado del sínodo de Cirilo— y se reunieron, junto con los prelados que se habían opuesto a Cirilo, en legítimo concilio. De sus deliberaciones salió la deposición de Cirilo y del obispo local Memnón (cuyas hordas de monjes fanáticos obligaron a Nestorio a refugiarse bajo la protección militar) y la excomunión de los restantes padres conciliares hasta que no condenasen las doctrinas de Cirilo que habían aprobado, puesto que eran «frontalmente opuestas a la doctrina del Evangelio y de los apóstoles». Este decre-to conciliar, emitido en campo contrario, encrespó los ánimos de las multitudes controladas por Cirilo y Memnón y la situación se volvió caótica.
Inmediatamente se cruzaron decretos de uno y otro concilio en los que se deponían y excomulgaban mutuamente. Finalmente tuvo que intervenir el tesorero imperial y, mediante un decreto del monarca, depuso y arrestó a Cirilo, Memnón y Nestorio. Fue precisamente en esta fase tan virulenta del concilio de Éfeso cuando Cirilo presentó oficialmente su dogma de María como Theotókos madre de Dios.. . aunque, ciertamente, lo hizo después de dilapidar la fortuna de la Iglesia de Alejandría repartiendo eulogias —«donativos»— con el fin de lograr no sólo liberarse de su arresto sino ganarse las sim-patías de la corte imperial hacia su propuesta.
San Cirilo, que fue distinguido como Doctor Ecclesiae—el máximo título dentro de la Iglesia católica— hace apenas un siglo, «untó con gigantescas sumas a altos funcionarios, usando así sus "conocidos recursos de persuasión", como dice Nestorio con sarcasmo —que no le duraría mucho, desde luego—, de sus "dardos dorados". Dinero, mucho dinero: dinero para la mujer del prefecto pretoriano; dinero para camareras y eunucos influyentes, que obtuvieron singularmente hasta 200 libras de oro. Tanto dinero que, aunque rebosante de riqueza, la sede alejandrina hubo de tomar un empréstito de 1.500 libras de oro, sin que ello resultase a la postre suficiente, de modo que hubo que contraer considerables deudas. (...) En una palabra, el doctor de la Iglesia Cirilo se permitió, sin detrimento de su santidad sino, más bien, al contrario, poniéndola cabalmente así de manifiesto, "maniobras de soborno de gran estilo" (Gaspar), pero, al menos, maniobras tales —escribe complacido el jesuíta Grillmeier— "que no erraron en sus objetivos". Disponemos de inventario de aquellas maniobras constatables en las actas originales del concilio. Una carta de Epifanio, archidiácono y secretario (Syncellus) de Cirilo al nuevo patriarca de Constantinopla, Maximiano, menciona los "regalos", una lista adjunta los desglosa exactamente, y el padre de la Iglesia Teodoreto, obispo de Ciro, informa como testigo ocular. El dogma costó lo suyo, no cabe duda. A fin de cuentas ha mantenido su vigencia hasta hoy y el éxito santifica los medios».
En relación con el pasado mítico pagano en el que tanto y tan bien se ha inspirado todo lo que es fundamental en el cristianismo, Karlheinz Deschner señala con razón que «de seguro que también jugó su papel el que el dogma de la maternidad divina de María tomase cuerpo precisamente en Éfeso, es decir, en la sede central de la gran deidad madre pagana, de la Cibeles frigia, de la diosa protectora de la ciudad, Artemisa, cuyo culto, rendido por peregrinos, era algo habitual desde hacía siglos para los efesios. Artemisa, venerada especialmente en mayo, como "intercesora", "salvadora" y por su virginidad perpetua, acabó por fundir su imagen con la de María».
Regina Vírginum. Amén.
El día 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX proclamó el decreto siguiente: «Nos, por la autoridad de Jesucristo, nuestro Señor, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y por la nuestra propia, declaramos, promulgamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santa Virgen María, en el primer instante de su concepción, debido a un privilegio y una gracia singulares de Dios Omnipotente, en consideración a los méritos de Jesucristo, el Salvador de la humanidad, fue preservada libre de toda mancha del pecado original, ha sido revelada por Dios, y por lo tanto ha de ser firme y constantemente creída por todos los fieles.»
Diecinueve siglos después de su parto prodigioso, la honra de María era definitivamente puesta a salvo de dudas y murmuraciones afirmando oficialmente que el hecho de su virginidad no era ninguna suposición teológica sino una revelación de Dios. La tardanza quizá fuese excesiva, pero cabe recordar que a Jesús, base del cristianismo, no le declararon oficialmente como consustancial con Dios hasta el año 325. La religión católica, como el vino, ha ido aumentando su grado de divinidad gracias al paso del tiempo.
Según el Catecismo católico, «para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1,28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios». Parece obvio que estar «llena de gracia» divina debe significar algo notable, pero carece absolutamente de fundamento el deducir de Lc 1,28 que María «fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción».
Desde la pésima traducción de la Vulgata, los católicos reproducen el pasaje de Lc 1,28 como: «Presentándose a ella [el ángel Gabriel], le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo», pero la traducción correcta es la de: «... le dijo: ¡Te saludo, gran favorecida! El Señor esté contigo», que aporta un matiz bien distinto. El sentido claro de lo que la Iglesia ha traducido por «llena de gracia» es el de mujer «muy favorecida» o especialmente escogida para lo que se le anunciará a continuación; y el ángel muestra su deseo cortés —habitual en los saludos hasta el día de hoy— de que el Señor «esté» con María, pero no afirma que ya «es» con ella.
Leyendo todo el relato de la anunciación, no se encuentra en parte alguna que María «estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios». Lucas prosigue: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. (...) El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,30-36). ¿Dónde se dice que concebirá sin mácula ninguna?
De hecho, el propio comportamiento de María después de parir a Jesús denota que ella misma fue la primera en creer que sí tenía mancha o pecado. «Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la Ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la Ley del Señor que "todo varón primogénito sea consagrado al Señor", y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones» (Lc 2,22-24); «al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la Ley» (Lc 2,27) quedó demostrado que María fue al templo a ofrecer un sacrificio expiatorio porque se sentía impura según la Ley de Dios.
Para analizar en su justa medida el personaje de María, hoy fundamental en la Iglesia católica, hay que tener en cuenta que su figura apenas tiene presencia en los textos del Nuevo Testamento. María sólo fue citada por su nombre 18 veces (dos en relatos referidos a la vida pública de Jesús y el resto en los episodios de su infancia) y en 35 ocasiones fue mencionada como «madre» de Jesús. Eso es todo. No hay nada sólido en las Escrituras que permita tari siquiera suponer que la madre del nazareno le concibiese milagrosamente y mantuviese su virginidad perpetuamente ¿Cómo es posible que Dios no inspirase la verdadera importancia y virtud de María a los redactores de los Evangelios?
En este sospechoso silencio de Dios se fundamentó la oposición a la doctrina de la «inmaculada concepción» que mantuvieron, entre otros, padres de la Iglesia tan importantes como san Bernardo, san Agustín, san Pedro Lombardo, san Alberto el Grande, santo Tomás de Aquino y san Antonio, o papas como León I (440), Gelasio(492) o Inocencio III (1216).
La lenta carrera de María hacia la gloria celestial tuvo su más poderoso y fundamental impulso en el siglo V, con la vehemente defensa que el patriarca Cirilo de Alejandría hizo de María como Theotókos —madre de Dios o Dei genitrix—, una proposición que acabó siendo ratificada por la Iglesia católica al proclamarla como Mater Dei. De modo oficial, sin embargo, María no fue «preservada libre de toda mancha del pecado original» hasta el año 1854, como ya señalamos, y no se aseguró su asunción a los cielos ¡hasta 1950!
Casi un siglo después del celebrado pronunciamiento de Pío IX, otro pontífice homónimo, Pío XII, hablando ex cathedra, eso es de modo infalible, decretó, el 1 de noviembre de 1950, que: «Por la autoridad de Jesucristo, nuestro Señor, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y por la nuestra propia declaramos, promulgamos y definimos que es un dogma divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, María siempre virgen, al terminar su vida terrenal, fue elevada a la gloria celestial en cuerpo y alma. Por tanto, si alguno se atreve (Dios no lo permita) a negar voluntariamente o a dudar lo que ha sido definido por nosotros, sepa que ha apostatado completamente la fe divina y católica.» Sin duda resulta chocante que Pedro y Pablo, cuya autoridad invocó Pío XII, no le dedicaran a María ni una sola línea —ya en la tierra como en el cielo— en sus escritos neotestamentarios.
Mircea Eliade y loan P. Couliano, expertos mitólogos, han resumido el proceso evolutivo de la figura de María con estas palabras: «La posición que se impondrá está expresada, en el siglo II, por el Protoevangelio de Santiago: María permaneció virgo in partu y post partum, es decir, fue semper virgo. En el conjunto de los personajes del escenario primordial cristiano, María terminó asumiendo un papel cada vez más sobrenatural. Así, el segundo concilio de Nicea (789) la coloca por encima de los santos, a los cuales se les reserva simplemente la reverencia (douleia), mientras que a María se le debe tributar la "superreverencia" (hyperdouleia). Insensiblemente María se convierte en un personaje de la familia divina: la Madre de Dios. La dormitio virginis se transforma en María in caelis adsumpta; María, a quien los franciscanos excluyen del pecado original, termina convirtiéndose en Mater Ecclesiae, mediatrix e intercesor en favor del género humano ante Dios. De esta manera el cristianismo instaura en el cielo un modelo familiar mucho menos riguroso e inexorable que el patriarcado solitario del Dios bíblico.»
Pero este proceso no fue todo lo lineal ni limpio que parece sugerir el párrafo anterior. En el siglo III los padres de la Iglesia le habían reprochado a María pecados tan graves como «falta de fe en Cristo», «orgullo», «vanidad», etc. Durante el siglo IV se valoró a María por debajo del más insignificante de los mártires; así, por ejemplo, en las oraciones litúrgicas culturales se veneraba a los santos citándolos por su nombre, pero María sólo fue incluida en esas prácticas a partir del siglo V. La primera iglesia dedicada a María no se construyó hasta finales del siglo iv, en Roma —ciudad en la que actualmente hay más de ochenta consagradas a ella—, y no hubo señal alguna de culto mariano hasta pasado el concilio de Éfeso (431), donde el padre de la Iglesia Cirilo de Alejandría logró imponer el dogma de la maternidad divina de María mediante cuantiosos sobornos.
El concilio de Éfeso fue convocado por el emperador Teodosio II, pero, debido a los problemas de desplazamiento y enfermedad (incluso muerte) que afectaron a numerosos obispos, se retrasó quince días su fecha de comienzo. Por fin, aún faltando por llegar obispos importantes y contraviniendo la voluntad gubernamental, Cirilo —a quien Teodosio II acusaba de ser «soberbio» y tener «afán disputador y rencoroso»— decidió inaugurar el sínodo por su cuenta, asegurándose con tal maniobra el tener una mayoría favorable a sus intenciones contrarias a Nestorio.
El documento que salió de la primera sesión de ese sínodo fue una victoria rotunda para Cirilo, ya que se le hizo saber al obispo Nestorio, ausente del plenario, que: «El santo sínodo reunido en la ciudad de Éfeso por la gracia del más pío de los emperadores, santo entre los santos, a Nestorio»_el nuevo Judas: Has de saber que a causa de tus impías manifestaciones y de tu desobediencia frente a los cánones del santo sínodo has sido depuesto este 22 de junio y que ya no posees rango alguno en la Iglesia.» Con la euforia del éxito contra la herejía nestoriana —que se celebró por las calles con gran pompa y alboroto—, los textos conciliares se olvidaron de mencionar lo que les adjudica la Iglesia y no aparece en ellos ninguna definición dogmática de María como Theotókos, como madre de Dios.
Pero el concilio tendría una segunda parte cuando, días después, al llegar por fin a Éfeso los obispos sirios —«los orientales»—, reclamaron la presencia de Candidiano —comisionado imperial y protector del concilio, que había sido imperiose et violenter expulsado del sínodo de Cirilo— y se reunieron, junto con los prelados que se habían opuesto a Cirilo, en legítimo concilio. De sus deliberaciones salió la deposición de Cirilo y del obispo local Memnón (cuyas hordas de monjes fanáticos obligaron a Nestorio a refugiarse bajo la protección militar) y la excomunión de los restantes padres conciliares hasta que no condenasen las doctrinas de Cirilo que habían aprobado, puesto que eran «frontalmente opuestas a la doctrina del Evangelio y de los apóstoles». Este decre-to conciliar, emitido en campo contrario, encrespó los ánimos de las multitudes controladas por Cirilo y Memnón y la situación se volvió caótica.
Inmediatamente se cruzaron decretos de uno y otro concilio en los que se deponían y excomulgaban mutuamente. Finalmente tuvo que intervenir el tesorero imperial y, mediante un decreto del monarca, depuso y arrestó a Cirilo, Memnón y Nestorio. Fue precisamente en esta fase tan virulenta del concilio de Éfeso cuando Cirilo presentó oficialmente su dogma de María como Theotókos madre de Dios.. . aunque, ciertamente, lo hizo después de dilapidar la fortuna de la Iglesia de Alejandría repartiendo eulogias —«donativos»— con el fin de lograr no sólo liberarse de su arresto sino ganarse las sim-patías de la corte imperial hacia su propuesta.
San Cirilo, que fue distinguido como Doctor Ecclesiae—el máximo título dentro de la Iglesia católica— hace apenas un siglo, «untó con gigantescas sumas a altos funcionarios, usando así sus "conocidos recursos de persuasión", como dice Nestorio con sarcasmo —que no le duraría mucho, desde luego—, de sus "dardos dorados". Dinero, mucho dinero: dinero para la mujer del prefecto pretoriano; dinero para camareras y eunucos influyentes, que obtuvieron singularmente hasta 200 libras de oro. Tanto dinero que, aunque rebosante de riqueza, la sede alejandrina hubo de tomar un empréstito de 1.500 libras de oro, sin que ello resultase a la postre suficiente, de modo que hubo que contraer considerables deudas. (...) En una palabra, el doctor de la Iglesia Cirilo se permitió, sin detrimento de su santidad sino, más bien, al contrario, poniéndola cabalmente así de manifiesto, "maniobras de soborno de gran estilo" (Gaspar), pero, al menos, maniobras tales —escribe complacido el jesuíta Grillmeier— "que no erraron en sus objetivos". Disponemos de inventario de aquellas maniobras constatables en las actas originales del concilio. Una carta de Epifanio, archidiácono y secretario (Syncellus) de Cirilo al nuevo patriarca de Constantinopla, Maximiano, menciona los "regalos", una lista adjunta los desglosa exactamente, y el padre de la Iglesia Teodoreto, obispo de Ciro, informa como testigo ocular. El dogma costó lo suyo, no cabe duda. A fin de cuentas ha mantenido su vigencia hasta hoy y el éxito santifica los medios».
En relación con el pasado mítico pagano en el que tanto y tan bien se ha inspirado todo lo que es fundamental en el cristianismo, Karlheinz Deschner señala con razón que «de seguro que también jugó su papel el que el dogma de la maternidad divina de María tomase cuerpo precisamente en Éfeso, es decir, en la sede central de la gran deidad madre pagana, de la Cibeles frigia, de la diosa protectora de la ciudad, Artemisa, cuyo culto, rendido por peregrinos, era algo habitual desde hacía siglos para los efesios. Artemisa, venerada especialmente en mayo, como "intercesora", "salvadora" y por su virginidad perpetua, acabó por fundir su imagen con la de María».
Regina Vírginum. Amén.
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