Dios premió a cobardes, tramposos y ladrones
COBARDÍA QUE ENRIQUECE: ABRAHAM HIZO PASARA SU ESPOSA SARA POR HERMANA Y LA ENTREGÓ AL PLACER DE REYES, LOGRANDO ASÍ UNA FORTUNA... Y EL CASTIGO DIVINO DE MUCHOS INOCENTES
El Libro del Génesis nos cuenta con claridad meridiana algunos episodios de la vida de Abraham en los que éste se comportó como un cobarde y mentiroso, permitiendo que su hermosa esposa fuese carne de cama de reyes. Pero, ante tan deplorable conducta, Dios calló y le premió con parte de las riquezas de aquellos a quienes engañó y que, a pesar de ser completamente inocentes, fueron castigados ferozmente por un Dios cómplice del primer gran patriarca de Israel.
En el país hubo hambre, y Abram [Abraham] bajó a Egipto a pasar allí un tiempo, pues el hambre abrumaba el país.
Estando ya para entrar en Egipto, dijo a Saray [Sara], su esposa: «Estoy pensando que eres una mujer hermosa. Los egipcios al verte dirán: "Es su mujer", y me matarán para llevarte. Di, pues, que eres mi hermana; esto será mucho mejor para mí, y me respetarán en consideración a ti».
Efectivamente, cuando Abram entró en Egipto, los egipcios notaron que la mujer era muy hermosa. Después que la vieron los oficiales de Faraón, le hablaron a éste muy bien de ella; por eso Saray fue conducida al palacio de Faraón, y en atención a ella, Faraón trató bien a Abram, quien recibió ovejas, vacas, burros, siervos y camellos.
Pero Yavé afligió con grandes plagas a Faraón y su gente a causa de Saray.
Entonces Faraón llamó a Abram y le dijo: «¡Mira lo que me has hecho! ¿Por qué no me dijiste que era tu esposa? Y yo la hice mi mujer porque me dijiste que era tu hermana. ¡Ahí tienes a tu esposa! ¡Tómala y márchate!».
Y Faraón ordenó a sus hombres que lo devolvieran a la frontera con su mujer y todo lo suyo (Gn 12,10-20).
Todo un modelo de conducta. Ese primer patriarca de Israel, reverenciado en las tres religiones monoteístas de base bíblica como «el epítome de la fe humana en la voluntad de Dios» y receptor del primer pacto de Dios con el que será «su pueblo elegido», aparece descrito en la Biblia como un cobarde que se aprovechó de su esposa Sara, que mintió gravemente y la obligó a ella a mentir, a fingir y a dar su cuerpo en cama ajena, sacando un gran beneficio tras venderla como concubina al faraón por un muy buen precio, a juzgar por todo lo que Abraham pudo obtener en Egipto «en atención a ella».
A más abundamiento, Abraham incumplió ostentosamente una de las prohibiciones divinas en materia de cama —«No tendrás relaciones con tu hermana, hija de tu padre o de tu madre, nacida en casa o fuera de ella» (Lv 18,9) y «No tendrás relaciones con tu hermana, hija de tu padre aunque de otra madre. Respeta a tu hermana: no tendrás relaciones con ella» (Lv 18,11)—, aunque esa grave transgresión, penada con la muerte, a lo que se ve, a Dios no le importaba en absoluto.
Pero la indecente conducta de este santo varón acabó siendo superada, más allá de toda mesura, por Dios, que no sólo permitió los delitos de Abraham, sino que «afligió con grandes plagas a Faraón y su gente a causa de Saray», y cualquier lector conoce ya cómo se ensañaba Dios a la hora de castigar con plagas a los egipcios (véase Éxodo 7 a 11).
Dios, en una de sus habituales muestras de injusticia, según lo describe la Biblia, no sólo no castigó a Abraham, único culpable de que Sara se allegara al faraón, sino que le propició riquezas y le premió con el más alto honor alcanzado por un varón bíblico... mientras que al pobre faraón (y a su corte), que obró siempre de buena fe y con decencia, Dios le machacó sin la menor piedad.
Para dar un mejor y más completo ejemplo a las futuras generaciones de lectores de la palabra de Dios, Abraham, impune y rico tras su canallada en Egipto, repitió la misma maniobra en Guerar con su rey Abimelec. Así lo cuenta el Génesis:
Abrahán se trasladó de allí al territorio del Negueb y se instaló entre Cadés y Sur; después fue a vivir un tiempo a Guerar. Abrahán decía de su esposa Sara: «Es mi hermana». Oyendo esto, el rey de Guerar, llamado Abimelec, mandó a buscarla para él.
Pero en la noche Dios habló a Abimelec en sueños y le dijo: «Date por muerto a causa de esa mujer que has tomado, porque es casada».
Abimelec no la había tocado aún y dijo: «Pero, Señor mío, ¿vas a dar muerte a un pagano que es inocente?
»Él me dijo que era su hermana, y ella también me dijo: «"Es mi hermano". Yo he actuado con corazón sencillo y con manos limpias».
Dios le dijo: «Yo sé que lo hiciste con corazón sencillo y por eso te he librado de pecar contra mí, y no he permitido que la tocases. Ahora devuelve su mujer a ese hombre, porque es un profeta. Él rogará por ti y vivirás. Pero si no se la devuelves, debes saber que morirás sin remedio, tú y todos los tuyos».
Abimelec se levantó muy de mañana, y llamando a todos sus oficiales, les contó privadamente todo esto. Ellos, al oírlo, quedaron muy asustados.
Llamó entonces Abimelec a Abrahán y le dijo: «¡En qué lío nos metiste! ¿En qué te he ofendido, para que traigas sobre mí y mi país un pecado tan grande? Te has portado como no debe hacerse».
Y Abimelec le preguntó: «¿Por qué has hecho eso?».
Respondió Abrahán: «Pensé que si no había temor de Dios en este lugar, podrían matarme por causa de mi esposa. Pero es verdad que es mi hermana, pues es hija de mi padre, aunque no de mi madre, y ha pasado a ser mi esposa. Desde que los dioses me han hecho caminar de un lado para otro, lejos de mi patria, le dije: "Tú me harás el favor de decir, en cualquier lugar donde lleguemos, que soy tu hermano"».
Abimelec mandó traer ovejas y bueyes, esclavos y esclavas y se los dio a Abrahán, al mismo tiempo que le devolvía su esposa Sara.
Después Abimelec agregó: «Ahí tienes a mi tierra, puedes vivir donde quieras».
Y a Sara le dijo: «Le he dado a tu hermano mil monedas de plata, que serán para ti como un velo que tiendas ante los ojos de todos los que están contigo, y así nadie pensará mal de ti».
Entonces Abrahán oró por Abimelec, y Dios curó a Abimelec, a su esposa y a sus esclavos, a fin de que pudieran tener hijos. Porque Dios había vuelto estériles a todas las mujeres en la casa de Abimelec, a causa de Sara, esposa de Abrahán (Gn 20,1-18).
En esta historia, Dios tuvo al menos el detalle de advertir a Abimelec de que Sara era una mujer casada, evitando una relación sexual que, al parecer, le importaba mucho más a Dios que al marido. Pero, sin embargo, Dios, a pesar de lo que le dice al rey y de reconocer expresamente que no había llegado a pecar, le castigó igualmente con la peor de las maldiciones de esos días: la esterilidad de sus mujeres.
Vemos aquí, como en innumerables y diversos pasajes del Antiguo Testamento, que el dios bíblico es muy proclive a la saña y no le importaba en absoluto si las víctimas de su sagrada ira eran inocentes o culpables a la luz de sus propios y cambiantes criterios divinos.
El faraón o Abimelec quizá hubiesen llegado a comprender las razones divinas para sufrir su injusto y caprichoso castigo si el dios bíblico les hubiese confesado lo que algo más tarde le diría a Moisés: «Pues tengo piedad de quien quiero, y doy mi preferencia a quien la quiero dar» (Ex 33,19). Así es Dios. Abraham le gustaba, Sara también, pero los monarcas egipcio y filisteo y sus familias y pueblos le caían fatal. Qué le vamos a hacer. Dios actúa tal como le dicta su divina gana. Lo tomas o lo dejas.
La enseñanza divina del paso de Abraham por Guerar muestra, de nuevo, como el mentiroso saca muy buena fortuna de su indignidad y el protagonista de la historia, el gran patriarca del pueblo elegido de Dios, se apropia de más riquezas, tierras y dinero como resultado de un engaño que, según reconoce, puso en práctica «en cualquier lugar donde lleguemos», y de los que Egipto y Guerar son tan sólo dos destinos durante su largo peregrinar.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: buena es la cobardía y la mentira si enriquece a un creyente de su cuerda, sin importar ni un ápice que provoque dramáticas e injustas consecuencias en quienes creen en otros dioses.
... pero la cosa no acabó aquí.
Como una de las muchas muestras del desbarajuste total que es la Biblia, con decenas de historias idénticas que se aplican a diferentes personajes, épocas o situaciones, y a menudo con moralejas contradictorias entre sí, veremos ahora una nueva versión de la historia de este capítulo, pero protagonizada por Isaac, hijo de Abraham y, al parecer, tan cobarde como el padre, pero menos listo.
Hubo hambre en el país —ésta no se debe confundir con la primera hambruna que hubo en tiempos de Abrahán—,y fue Isaac a Guerar, hacia Abimelec, rey de los filisteos (...)
Isaac, pues, se estableció en Guerar.
Cuando la gente de aquel país le preguntaba quién era la mujer que iba con él, les decía: «Es mi hermana». Porque tenía miedo a decir que era su esposa, para que no lo fueran a matar por causa de Rebeca, que era muy bonita.
Llevaba ya bastante tiempo allí, cuando Abimelec, rey de los filisteos, mirando por una ventana, sorprendió a Isaac acariciando a Rebeca.
Entonces Abimelec mandó llamar a Isaac y le dijo: «¡No puedes negar que es tu mujer! ¿Por qué has declarado que es tu hermana?». Isaac le contestó: «Es que pensé que por causa de ella me podrían matar».
Abimelec replicó: «¡En qué lío nos metiste! Por poco uno de aquí se acostaba con tu esposa y tú nos cargabas con un delito».
Entonces Abimelec dio la siguiente orden a toda su gente: «El que toque a este hombre o a su esposa, morirá».
Isaac sembró en aquella tierra y cosechó aquel año el ciento por uno. Yavé lo bendijo de manera que se fue enriqueciendo día a día hasta que el hombre llegó a ser muy rico (Gn 26,1-13).
A pesar de ser un mentiroso, Isaac fue bendecido por Dios, que le hizo muy rico... aunque en esta historia no se lucra de Abimelec como hizo su padre, al no ser el rey, sino «uno de aquí», quien «por poco se acostaba con tu esposa».
Los intérpretes autorizados de la Biblia dicen que ese Abimelec no es el mismo a quien Abraham engañó y le sacó una fortuna. Quizá fuese su hijo y, al igual que Isaac, no conociese las batallitas domésticas libradas por su progenitor. También podría ser que esta historia, como cientos de otros relatos bíblicos, fuese mentira, pero entonces ¿cómo seguir asumiendo eso tan hermoso que impone la Iglesia católica —y todas las cristianas— al declarar que «los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra»?
Otra duda: ¿por qué eran tan facilonas y prontas al lecho ajeno las esposas de los primeros patriarcas del pueblo elegido de Dios? La Biblia sólo lo muestra, pero no lo aclara.
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