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domingo, 11 de septiembre de 2011

LUZ DEL DOMINGO XXXII

DIECISÉIS MANDAMIENTOS INMORALES DE DIOS

1. Lo que uno consagre a Yavé por anatema, cualquier cosa que le pertenece, hombre, animal o campo de su herencia, no podrá venderse o rescatarse. Todo anatema es cosa muy sagrada para Yavé. Por esto ningún ser humano consagrado como anatema será rescatado: será muerto (Lv 27,28-29). Éste es uno de los mandatos más salvajes de Dios, ya que él mismo ordenó que decenas de poblaciones enteras, tras ser sometidas a espada por los hebreos, fuesen condenadas al «anatema», esto es, que todos sus habitantes, de cualquier edad, sexo y condición (con excepción de las muchachas vírgenes), así como sus ganados, fuesen asesinados, pasados a cuchillo, sin piedad ninguna, por esas hordas de Dios.

2. Cuando te acerques a una ciudad para sitiarla, le propondrás la paz. Si ella te la acepta y te abre las puertas, toda la gente que en ella se encuentre salvará su vida. Te pagarán impuestos y te servirán. Si no acepta la paz que tú le propones y te declara la guerra, la sitiarás. Y cuando Yavé, tu Dios, la entregue en tus manos pasarás a cuchillo a todos los varones, pero las mujeres y niños, el ganado y las demás cosas que en ella encuentres, serán tu botín y comerás de los despojos de tus enemigos que Yavé te haya entregado. Así harás con todas las ciudades que estén muy distantes de ti, y que no sean de aquellas de las cuales has de tomar posesión. En cambio, no dejarás a nadie con vida en las ciudades que Yavé te da en herencia, sino que las destruirás conforme a la ley del anatema, ya sean he-teas, amorreos, cananeos, fereceos, jeveos y jebuseos. Así te lo tiene mandado Yavé, tu Dios, para que no te enseñen a imitar todas esas cosas malas que ellos hacían en honor de sus dioses, con lo cual tú pecarías contra Yavé, tu Dios (Dt 20,10-18). Palabra de Dios: conquista, somete, expolia, esclaviza, arrasa y mata.

3. Si tu hermano, hijo de tu padre, si tu hijo o tu hija, o la mujer que descansa en tu regazo o el amigo a quien amas tanto como a ti mismo, trata de seducirte en secreto, diciéndote: «Vamos a servir a otros dioses», dioses que no conociste ni tú ni tus padres, dioses de los pueblos próximos o lejanos que te rodean de un extremo a otro de la tierra, no le harás caso ni lo escucharás. No tendrás piedad de él, no lo perdonarás ni lo encubrirás, sino que lo matarás. Tu mano será la primera en caer sobre él, y después lo hará todo el pueblo. Lo apedrearán hasta que muera, porque trató de apartarte de Yavé, tu Dios, el que te sacó del país de Egipto, de la casa de la esclavitud (Dt 13,7-11). Dios, en esos días, no había oído hablar de ecumenismo, ni de libertad de creencias ni de todas esas zarandajas modernas que tanto disgustan, todavía hoy, a una ingente masa de creyentes —de tres religiones— y a sus clérigos. Al que crea distinto, palo y al hoyo, así sea carne de tu carne.

4. Si te dicen respecto de alguna de las ciudades que Yavé te dará para habitar: Allí se han manifestado unos desgraciados, y han pervertido a sus conciudadanos, invitándolos a servir a dioses extranjeros que no son nada para ustedes, infórmate con cuidado, averigua bien la verdad del hecho. Si es cierto el asunto y se comprueba que esta abominación se ha cometido, pasarás a cuchillo a todos los habitantes de aquella ciudad. Echarás la maldición sobre la ciudad y todo lo que hay en ella; pasarás a cuchillo a todos los animales y, luego, amontonarás los despojos en medio de la plaza y prenderás fuego a la ciudad con todos sus despojos para cumplir la maldición de Yavé. Esta ciudad quedará convertida en un montón de ruinas para siempre, y jamás volverá a ser edificada. No guardarás en tu poder ni la cosa más pequeña de esta ciudad, para que Yavé aplaque su cólera y sea misericordioso contigo y te bendiga como tiene jurado a tus padres que lo hará, a condición de que escuches la voz de Yavé, guardando todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, y haciendo lo que es correcto a los ojos de Yavé, tu Dios (Dt 13,13-19). No vaya a quedarse corto el creyente a la hora de masacrar al diferente; nada como un exterminio masivo para conservar la quintaesencia doctrinal.

5. El que hiera a otro y lo mate, morirá. Si causó la muerte del otro sin intención de matarlo, solamente porque Yavé dispuso así el accidente, tendrá que refugiarse en el lugar que yo te señalaré (Ex 21,12-13). Es decir, asesinar se pena siempre con la muerte, excepto cuando Dios propicia o permite que se cometa el homicidio —intervención que en lenguaje penal le convertiría en instigador, cooperador necesario o cómplice del delito—, un caso en el que, además, el asesino gozará de la protección divina encontrando refugio «en el lugar que yo [Dios] te señalaré».

6. Si un hombre golpea a su esclavo o esclava con un palo, si mueren en sus manos, será reo de crimen. Mas si sobreviven uno o dos días no se le culpará, porque le pertenecían (Ex 21,20-21). De una tacada, en un solo mandato, Dios aceptó la existencia de esclavos, permitió que fuesen golpeados hasta el borde de la muerte y declaró impune su asesinato si, tras apalearles, se tenía la precaución de mantenerles agonizantes al menos un día.

7. Si unos hombres, en el curso de una pelea, dan un golpe a una mujer embarazada provocándole un aborto, sin que muera la mujer, serán multados conforme a lo que imponga el marido ante los jueces [según lo legisló el propio Dios, un feto humano no es más que una propiedad material de un varón... y no consta que Dios le haya dicho lo contrario a los movimientos antiabortistas cristianos]. Pero si la mujer muere, pagarán vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe (Ex 21,22-25). La muerte de una mujer en edad reproductiva era, para Dios, una pérdida económica muy superior al aborto de un feto y, por ello, merecía mayor sanción.

8. El que seduce a una joven no casada y se acuesta con ella, la dotará y se casará con ella. Si el padre de la niña no se la quiere dar, el otro pagará en dinero la dote que suelen recibir las esposas (Ex 22,15-16). O sea, que seducir a una jovencita no es pecado ni nada si el varón la toma como esposa o paga al padre una indemnización por desvirgarla.

9. Si un hombre encuentra a una joven virgen, no prometida en matrimonio a otro hombre, y a la fuerza la viola y luego son sorprendidos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata, y la tomará por esposa. Y no podrá repudiarla en toda su vida, ya que la deshonró (Dt 22,2829). Lo que Dios viene a ordenarle aquí al varón es: en caso de que viole (por la fuerza, dice) a cualquier soltera que se encuentre y le apetezca, no hay problema, ya que, ante la eventualidad de que le pillen, y sólo entonces, bastará con comprársela al padre y ya la podrá tener en propiedad para toda la vida. La violada pasará a ser propiedad del violador.

10. Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, puede ser que le encuentre algún defecto y ya no la quiera. En ese caso, escribirá un certificado de divorcio que le entregará antes de despedirla de su casa. Habiendo salido de su casa, puede ser la mujer de otro. Pero si éste también ya no la quiere y la despide con un certificado de divorcio, o bien si llega a morir este otro hombre que la tomó como mujer suya, el primer marido que la repudió no podrá volver a tomarla por esposa, ya que pasó a ser para él como impura. Sería una abominación a los ojos de Yavé que la volviera a tener (Dt 24,1-4). Así veía Dios a la mujer y así reguló el divorcio: un derecho ilimitado para él y una obligación indiscutible para ella.

11. Si dos hombres pelean entre sí y la mujer de uno de ellos se acerca para librar a su marido de los golpes del otro, alarga la mano y agarra a éste por las vergüenzas, harás cortar la mano de la mujer sin piedad (Dt 25,11-12). Ellas siempre acaban pagando el pato, hagan lo que hagan, incluso si actúan en defensa de sus maridos.

12. «No te acostarás con un hombre como se hace con una mujer: esto es una cosa abominable» (Lv 18,22)... «Cualquiera que cometa estas abominaciones, todas esas personas serán eliminadas de su pueblo» (Lv 18,29). «Si un hombre se acuesta con un varón, como se acuesta con una mujer, ambos han cometido una infamia; los dos morirán y serán responsables de su muerte» (Lv 20,13). La homofobia de Dios y de su pueblo casa perfectamente con su brutal misoginia; por regla general, los sujetos o pueblos que consideran a las mujeres como seres inferiores, aunque sexualmente útiles y sometidas al varón, son homófobos.

13. Cuando hagas el censo de los hijos de Israel, cada uno hará una ofrenda a Yavé (...) Cada uno de los que sean empadronados pagará medio siclo (...) Todos los comprendidos en el censo, de veinte años para adelante, pagarán este rescate. El rico no dará más de medio siclo ni el pobre dará menos, pues es una contribución para Yavé, para rescate de su vida (Ex 30,12-15). Pues vaya con la justicia social divina; Dios obliga a pagar rescate por cada vida, pero pide el mismo precio tanto al rico, que se ha visto favorecido con su protección, como al pobre, que lleva una vida miserable por expresa voluntad divina.

14. El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé (Dt 23,2). ¿Y qué tendrá que ver la religión con el estado de revista de salva sea la parte? Pues mucho, claro, que no hay que olvidar que Dios situó en algo tan inútil como el prepucio del varón la señal de su alianza con los humanos (Gn 17,11).

15. Tampoco el mestizo será admitido en la asamblea de Yavé, ni aun en la décima generación (Dt 23,3). Ni hablar, pues, de que todos somos iguales; Dios lo dejó bien claro: deben ser excluidos de entre su pueblo quienes no luzcan pureza de sangre.

16. Al extranjero podrás prestarle con interés, pero a tu hermano, no. Con esto conseguirás que Yavé, tu Dios, te bendiga en todas tus empresas, en la tierra que vas a poseer (Dt 23,21). Es decir, que Dios bendice a quienes vampirizan económicamente a su prójimo... cuando éste sea un desconocido o un extranjero. Estamos ante una previsora regulación divina del capitalismo puro y duro que asentó el funcionamiento de la banca y de otras yerbas similares.

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