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domingo, 4 de diciembre de 2011

LUZ DEL DOMINGO XLIV

JEFTÉ, JUEZ DE ISRAEL, ASESINÓ A SU HIJA ÚNICA PARA CUMPLIR LO PACTADO CON DIOS
Jefté, según se le describe en el Libro de Jueces, fue un tipo turbulento. Expulsado de la casa familiar por ser hijo de una prostituta, se convirtió en jefe de una banda de bandoleros hasta que los amonitas declararon la guerra a Israel y sus antiguos convecinos de Galaad le suplicaron que fuese su caudillo en la guerra (Jue 11,1-11).
Recogemos el relato bíblico cuando las conversaciones entre rey de los amonitas y Jefté ya han fracaso y se va a la guerra:
Pero el rey de los amonitas no hizo caso de las palabras que le dirigió Jefté. El espíritu de Yavé se apoderó de Jefté. Atravesó Galaad y Manasés, luego pasó por Mispá de Galaad y de Mispá de Galaad se fue donde los amonitas. Hizo esta promesa a Yavé: «Si entregas en mis manos a los amonitas, el primero que atraviese la puerta de mi casa para salir a saludarme después de mi victoria sobre los amonitas, será para Yavé y lo sacrificaré por el fuego». ,
Jefté pasó entonces al territorio de los amonitas para atacarlos, y Yavé los puso en sus manos. Los persiguió desde Aroer hasta los alrededores de Minit, apoderándose de veinte pueblos, y hasta Abel-Queramim. Los amonitas sufrieron una derrota muy grande y en adelante quedaron sometidos a los israelitas.
Ahora bien, cuando Jefté regresaba a su casa en Mispá, salió a saludarlo su hija con tamboriles y coros. Era su única hija; fuera de ella no tenía hijos ni hijas [¿y quién esperaba que saliese de su casa a recibirle?, ¿su esposa?, ¿su madre?, ¿algún esclavo idiota y prescindible?].
Cuando la vio, rasgó su ropa y dijo: «¡Ay, hija mía, me has destrozado! ¡Tú llegas para traerme la desgracia! Pues hice una promesa a Yavé, y ahora no puedo echarme atrás».
Ella le respondió: «Padre mío, ya que Yavé hizo que te desquitaras de tus enemigos, los amonitas, aunque te hayas comprometido con Yavé a la ligera, debes actuar conmigo de acuerdo a la palabra que salió de tu boca». Y dijo a su padre: «Concédeme sólo esto: Dame un plazo de dos meses para que vaya por los montes junto con mis compañeras y pueda llorar esa muerte siendo todavía virgen».
Él le respondió: «¡Anda!» y le permitió que se fuera por dos meses. Ella se fue pues con sus compañeras para llorar por los montes esa muerte siendo virgen todavía. Al cabo de dos meses volvió donde su padre y cumplió con ella la promesa que había hecho. No había conocido varón (...)» (Jue 11,28-39).
Pues vaya con Dios y con su protegido.
Algunos autores cristianos y judíos han cuestionado la moralidad del acto de Jefté, que asesinó a su hija para cumplir un voto —pero no critican el mismo hecho en Abraham, que ni siquiera mostró pena cuando preparó el holocausto para Dios con su hijo único como víctima propiciatoria—,aunque, en este caso, quien de verdad fue responsable del asesinato absurdo de la muchacha fue Dios.
La propia palabra divina nos dice desde Eclesiástico:
Las autoridades de un país están en las manos del Señor; él envía en el momento preciso el hombre que conviene. El éxito de quien sea está en las manos del Señor; él reviste a los jefes de su propia autoridad (Eclo 10,4-5). Está claro: Dios hace y deshace siempre lo que quiere y se lo permite a quien él elige expresamente.
Por ello, Dios pudo evitar ese asesinato cruel (inmolada por el fuego) de muchas maneras: pudo no haber apostado por Jefté como caudillo, ya que debería haber conocido su currículo más bien oscuro; pudo haber impedido que Jefté pronunciase ese pacto divino estúpido y vándalo;  pudo haber impedido que la hija saliese al paso del padre; pudo haber detenido la mano asesina de Jefté tal como hizo con Abraham; o pudo permitirle pagar su promesa mediante un sacrificio expiatorio, que el dios bíblico ya había inventado este cambalache.  Pero no. Dios recibió gustoso la vida de la joven como pago de lo pactado por Jefté a fin de lograr una intervención divina favorable en la guerra contra los amonitas.
Jefté, el asesino de su hija, gozó del agrado de Dios y llegó a ser juez de Israel. Y no sólo nadie maldijo su memoria —una costumbre muy corriente en la Biblia—, sino que Dios glosó su persona mediante su inspirada palabra en el Nuevo Testamento, donde, junto a Gedeón, Barac, Sansón, David, Samuel y los profetas, se le saluda como uno de los que gracias a la fe, sometieron a otras naciones, impusieron la justicia, vieron realizarse promesas de Dios, cerraron bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada,' sanaron de enfermedades, se mostraron valientes en la guerra y 1 rechazaron a los invasores extranjeros (Heb 11,33).
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: un hombre que cumple sus pactos honra a Dios y merece su favor... aunque el precio sea el de asesinar a su propia hija.

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