Powered By Blogger

domingo, 27 de noviembre de 2011

lUZ DEL DOMINGO XLIII

LOS HIJOS NO SON NADA: ABRAHAM ACATÓ LA ORDEN DE DIOS DE SACRIFICAR A SU HIJO ISAAC SIN DECIR NI MU Y ENGAÑÁNDOLE PARA LLEVARLO HASTA EL HOLOCAUSTO
Si en el ejemplo anterior Abraham aparecía como el peor modelo de padre posible, en el que veremos seguidamente se superó a sí mismo, demostrando no sólo su perversidad como progenitor, sino, fundamentalmente, cuán arbitrario y cruel es el dios de la Biblia.
Seguimos leyendo en el Génesis:
Tiempo después [se refiere a la discusión y pacto entre Abraham y Abimelec en Berseba], Dios quiso probar a Abrahán y lo llamó: «Abrahán». Respondió él: «Aquí estoy».
Y Dios le dijo: «Toma a tu hijo, al único que tienes y al que amas, Isaac, y vete a la región de Moriah. Allí me lo ofrecerás en holocausto, en un cerro que yo te indicaré».
Se levantó Abrahán de madrugada [parece que siempre madrugaba los días en que debía cometer tropelías contra sus hijos], ensilló su burro, llamó a dos muchachos para que lo acompañaran, y tomó consigo a su hijo Isaac. Partió leña para el sacrificio y se puso en marcha hacia el lugar que Dios le había indicado.
Al tercer día levantó los ojos y divisó desde lejos el lugar. Entonces dijo a los muchachos: «Quédense aquí con el burro. El niño y yo nos vamos allá arriba a adorar, y luego volveremos donde ustedes».
Abrahán tomó la leña para el sacrificio y la cargó sobre su hijo Isaac. Tomó luego en su mano el brasero y el cuchillo y en seguida partieron los dos.
Entonces Isaac dijo a Abrahán: «Padre mío». Le respondió: «¿Qué hay, hijito?». Prosiguió Isaac: «Llevamos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?». Abrahán le respondió: «Dios mismo proveerá el cordero, hijo mío». Y continuaron juntos el camino.
Al llegar al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó un altar y puso la leña sobre él. Luego ató a su hijo Isaac y lo colocó sobre la leña. Extendió después su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo, pero el Ángel de Dios lo llamó desde el cielo y le dijo: «Abrahán, Abrahán». Contestó él: «Aquí estoy».
«No toques al niño, ni le hagas nada, pues ahora veo que temes a Dios, ya que no me has negado a tu hijo, el único que tienes.»
Abrahán miró a su alrededor, y vio cerca de él a un carnero que tenía los cuernos enredados en un zarzal. Fue a buscarlo y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo (...)
Volvió a llamar el Ángel de Dios a Abrahán desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo —palabra de Yavé— que, ya que has hecho esto y no me has negado a tu hijo, el único que tienes, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tanto tus descendientes, que serán tan numerosos como las estrellas del cielo o como la arena que hay a orillas del mar. Tus descendientes se impondrán a sus enemigos. Y porque has obedecido a mi voz, todos los pueblos de la tierra serán bendecidos a través de tu descendencia» (Gn 22,1-18).
Dejando al margen que los diálogos son de pena, que el hijo no tiene más papel en el drama que el de bestia de carga sacrificable y muda, y que el juramento que le hace Dios a Abraham no lo cumplirá ni por casualidad, lo cierto es que el caso debería provocar insomnio y pesadillas en todos los hijos de creyentes que buscan iluminar su camino mediante la palabra de Dios.
Dado que Dios guía a los suyos a través de los ejemplos que inspiró, y éste está tan divinamente avalado como cualquier otro, ¿quién, sin distorsionar o manipular la realidad del texto bíblico, puede explicarle a su progenie que, para Dios, los hijos son bestias prescindibles o, quizá, meros pretextos para torturar a sus padres?
A quien no ha sido dotado de la gracia de la fe a cualquier precio, tal vez le resulte difícil de comprender la persistente, cruel y enfermiza manía que muestra el dios bíblico —a lo largo de toda la colección de libros que conforman la Biblia— de poner a prueba a los suyos. ¿Es que, en su infinita sabiduría, ignora cómo va a reaccionar cada elemento de su creación? A juzgar por lo mucho que demuestra ignorar Dios, según cientos de versículos que contienen su palabra, ésta y no otra podría ser la razón.
Pero tal vez ese dios que alimenta emociones y conductas tan lamentables como las humanas, aunque en su caso sean todopoderosas, se deleite torturando a los suyos y masacrando a quienes se les enfrentan. Ya hemos visto en casos anteriores que Dios es pronto a la ira y de gatillo fácil; y veremos más casos seguidamente... aunque no podremos reproducir los cientos de ejemplos que relata la Biblia con detalles más o menos morbosos.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: los hijos son prescindibles y no merecen el respeto paterno ni la protección de su vida. La obediencia y sumisión son valores de obligado cumplimiento que deben anular hasta la más elemental de las obligaciones parentales.

No hay comentarios:

LinkWithin