LA VIOLACIÓN DE TAMAR POR SU HERMANO AMNÓN, HIJO DE DAVID, LA CARNICERÍA POSTERIOR Y EL SILENCIO ABSOLUTO DE DIOS
Dios, siempre pronto a fulminar in situ a quien se le antojase, como al pobre Onán o a su hermano, no se mostró nada interesado en prevenir o castigar el delito de un violador cuyo acto fue la causa de muchas desgracias y muertes, sin duda evitables.
El 2 Libro de Samuel pormenoriza los hechos:
Poco después aconteció esto: Absalón, hijo de David, tenía una hermana que era muy bella y que se llamaba Tamar; Amnón, otro hijo de David, se enamoró de ella. Amnón se atormentaba de tal forma que hasta se enfermó pensando en su media hermana Tamar; ésta era virgen y Amnón no veía cómo lo podría hacer.
Amnón tenía un amigo que se llamaba Yonadab, hijo de Simea, hermano de David; Yonadab era muy astuto. Le dijo: «¿Qué te pasa, hijo de rey, que tan temprano te ves ya alicaído? ¿Quieres decírmelo?». Amnón le respondió: «Es que quiero a Tamar, la hermana de mi hermano Absalón».
Entonces Yonadab le dijo: «Anda a acostarte, pon cara de enfermo, y cuando vaya tu padre a verte, dile: "Dale permiso a mi hermana Tamar para que venga a servirme la comida. Que prepare un guiso ante mi vista y me lo sirva de su mano"».
Amnón se fue a acostar y se hizo el enfermo. El rey lo fue a ver y Amnón dijo al rey: «Dale permiso a mi hermana Tamar para que venga, prepare unos pastelillos en mi presencia y me los sirva de su mano». David mandó a buscar a Tamar a la casa: «Anda a la casa de tu hermano Amnón y prepárale alguna comida».
Tamar fue a casa de su hermano Amnón, que estaba en cama, preparó la masa, la sobó y ante la vista de él moldeó unos pastelillos que puso a cocer. Tomó después la sartén y la vació delante de él, pero no quiso comer. Amnón dijo entonces: «Manden a todos afuera», y salieron todos.
Amnón dijo entonces a Tamar: «Trae la comida a la pieza para que la reciba de tus manos». Tamar tomó los pastelillos que había preparado y se los llevó a su hermano Amnón a su pieza. Cuando ella se los presentó, la agarró y le dijo: «Hermana mía, ven a acostarte conmigo».
Pero ella le respondió: «No, hermano mío, no me tomes a la fuerza, pues no se actúa así en Israel. No cometas esta falta. ¿A dónde iría con mi vergüenza? Y tú serías como un maldito en Israel. Habla mejor con el rey, que no se negará a darme a ti». Pero él no quiso hacerle caso, la agarró a la fuerza y se acostó con ella.
Pero luego Amnón la detestó. Era un odio más grande aún que el amor que le tenía. Amnón le dijo: «¡Párate y ándate!».
Ella respondió: «¡No, hermano mío, no me eches! Eso sería peor que lo que acabas de hacer». Pero no quiso oírla, sino que llamó a un joven que estaba a su servicio y le dijo: «Échala fuera, lejos de mí, y cuando salga cierra la puerta con candado».
Ella llevaba una túnica con mangas, porque así se vestían las hijas del rey cuando todavía eran vírgenes. El sirviente la echó fuera y cuando salió cerró la puerta con candado. Tamar se echó ceniza en la cabeza, rasgó su túnica con mangas y se puso una mano en la cabeza, luego partió lanzando gritos.
Su hermano Absalón le dijo: «¿Así que tu hermano Amnón se acostó contigo? Escúchame, hermana mía, no digas nada a nadie. ¿No es tu hermano? No tomes tan a pecho lo sucedido» Tamar se quedó desamparada en la casa de su hermano Absalón.
Cuando el rey David se enteró del asunto, se enojó mucho pero no quiso llamarle la atención a su hijo Amnón, porque era su preferido por ser el mayor. Absalón tampoco le dijo nada, ni buenas ni malas palabras, pero sentía odio por él debido a que había violado a su hermana Tamar.
Dos años después, Absalón iba a hacer la esquila en Baal-Jazor, al lado de Efraín. Absalón invitó a ella a todos los hijos del rey (...) Pero Absalón insistió tanto que el rey dio permiso para que fuera Amnón con los demás hijos del rey.
Absalón preparó un banquete real y dio esta orden a sus muchachos: «Cuando Amnón esté borracho, les diré: "¡Denle a Am-non!" E inmediatamente lo matarán. No teman nada, pues yo soy quien se lo ordena. ¡Ánimo, no se acobarden!». Los servidores de Absalón hicieron con Amnón tal como Absalón se lo había ordenado. Al ver eso, todos los demás hijos del rey se levantaron, cada cual ensilló su mula y huyeron [denotando así la nobleza y valor de aquellos príncipes hijos de David].
Todavía estaban en camino cuando llegó la noticia donde David: «Absalón mató a todos los hijos del rey y nadie escapó». El rey se levantó, rasgó su ropa y se acostó en el suelo; todas las personas que estaban con él rasgaron también su ropa.
Yonadab, hijo de Simea, hermano de David, tomó entonces la palabra, diciendo: «Señor, no crea que murieron todos los hijos del rey; sólo murió Amnón, pues era una idea fija en la cabeza de Ab-salón desde el día en que Amnón violó a su hermana Tamar. No tome, mi señor, tan en serio la cosa, ni piense tampoco que murieron todos los hijos del rey. No, sólo murió Amnón, y Absalón seguramente salió huyendo» (...) Todavía estaba hablando cuando entraron los hijos del rey, lanzando exclamaciones y llorando. El rey se puso a llorar también junto con sus servidores.
Mientras tanto Absalón había huido y se había refugiado en casa de Talmai, hijo de Ammijud, rey de Guesur; y allí estuvo tres años. El rey hizo duelo por largos días por su hijo, después se consoló de la muerte de Amnón y se le pasó el enojo con Absalón (2 Sm 13,1-39).
Se le pasó el enojo a David, dicen, pero cuando Absalón regresó al reino de su padre éste tardó dos años en recibirle. Y las cosas acabaron muy mal. Absalón conspiró contra David, encabezó una revuelta, provocó una guerra y, finalmente, perdió la contienda y la vida. Todo muy bíblico, muy del gusto épico de Dios.
Pero ya que debemos aprender de la inspirada palabra divina, cabe preguntarse, por ejemplo, si era necesario para los planes de Dios un relato tan pormenorizado sobre cómo se fraguó la estrategia para que un hermano violase a su hermana. ¿Qué se aprende de semejante salvajada si el Dios que todo lo ve y todo lo castiga, que se entromete en mil cosas sin importancia, no apareció ni una sola vez en medio de esta historia soez y lamentable?
Dado que la violación de Tamar —de quien nada más se dice en la Biblia, claro, ya que a ningún varón bíblico le importaba el destino de una mujer violada y repudiada— fue el desencadenante de un fratricidio y de una guerra posterior, ¿era ése el resultado que deseaba Dios al no interferir? Y no es baladí la sospecha, dado que en otros muchos relatos es el propio Dios, a través de su palabra, quien confiesa sin pudor que obligó a determinados sujetos a obrar mal expresamente para que él pudiera después lucirse castigándoles sin piedad a ellos y a sus pueblos, tal como fue el caso, por citar sólo uno, del faraón egipcio en época de Moisés:
Yavé le dijo [a Moisés], asimismo: «Cuando regreses a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios para los cuales te he dado poder. Pero yo haré que se ponga porfiado y no dejará partir a mi pueblo» (Ex 4,21). Dios personalmente se encargó de que el faraón no hiciese caso ni escarmentase ante ninguna de las diez plagas que asolaron Egipto... y la razón la ofrece el mismísimo dios bíblico al final del terrible castigo que infligió a los egipcios: Así podrás contar a tus hijos y a tus nietos [le dice Dios a Moisés] cuántas veces he destrozado a los egipcios y cuántos prodigios he obrado contra ellos; así conocerán ustedes que yo soy Yavé (Ex 10,2). Esta masacre surgida del capricho divino se analiza en el capítulo 8.2 de este libro.
Pues ¡vaya con la genética de David!; le salió un hijo violador, otro asesino traicionero de su hermano y conspirador contra su padre, y el resto no pasaron de ser unos cobardes que huyeron cuando su hermano Absalón hizo asesinar al heredero de la corona, a su otro hermano, Amnón, que, para mayor bochorno de su verdugo, estaba indefenso debido a su borrachera.
Pero es que el padre, el gran David, tampoco anduvo sobrado de decencia —más adelante se verá hasta qué punto fue inmoral con el aplauso divino— y eso que el propio Dios lo eligió como rey para su pueblo, tras encolerizarse contra Saúl, y le insufló su espíritu divino. Así:
Yavé dijo a Samuel: «¿Hasta cuándo seguirás llorando por Saúl? ¿No fui yo quien lo rechazó para que no reine más en Israel? Llena pues tu cuerno de aceite y anda. Te envío donde Jesé de Belén, porque me escogí un rey entre sus hijos» (1 Sm 16,1).
Fueron pues a buscarlo [a David] y llegó; era rubio con hermosos ojos y una bella apariencia. Yavé dijo entonces: «Párate [Levántate] y conságralo; es él». Samuel tomó su cuerno con aceite y lo consagró en medio de sus hermanos. Desde entonces y en adelante el espíritu de Yavé se apoderó de David (1 Sm 16,12-13).
Ese espíritu de Dios que llevó David «en adelante», y en lo que atañe a este apartado, no le hizo mover ni una sola pestaña para castigar la violación de su hija, así como tampoco le movió, ¡qué menos!, a salvar la honra y futuro de su hija Tamar dándola en matrimonio, tal como un rey podía hacer sin problemas. Pero no, ni David ni Dios se interesaron por el destino de esa mujer violada y repudiada. Ignoro qué le podrá responder un cristiano a su hija cuándo le pregunte por las conductas que la inspiración divina nos dejó en los versículos reproducidos en este apartado.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: el varón puede delinquir con impunidad y ante la complacencia de Dios, mientras que la mujer debe sufrir en silencio y con resignación los atropellos más terribles incluso dentro de su propia familia.
Dios, siempre pronto a fulminar in situ a quien se le antojase, como al pobre Onán o a su hermano, no se mostró nada interesado en prevenir o castigar el delito de un violador cuyo acto fue la causa de muchas desgracias y muertes, sin duda evitables.
El 2 Libro de Samuel pormenoriza los hechos:
Poco después aconteció esto: Absalón, hijo de David, tenía una hermana que era muy bella y que se llamaba Tamar; Amnón, otro hijo de David, se enamoró de ella. Amnón se atormentaba de tal forma que hasta se enfermó pensando en su media hermana Tamar; ésta era virgen y Amnón no veía cómo lo podría hacer.
Amnón tenía un amigo que se llamaba Yonadab, hijo de Simea, hermano de David; Yonadab era muy astuto. Le dijo: «¿Qué te pasa, hijo de rey, que tan temprano te ves ya alicaído? ¿Quieres decírmelo?». Amnón le respondió: «Es que quiero a Tamar, la hermana de mi hermano Absalón».
Entonces Yonadab le dijo: «Anda a acostarte, pon cara de enfermo, y cuando vaya tu padre a verte, dile: "Dale permiso a mi hermana Tamar para que venga a servirme la comida. Que prepare un guiso ante mi vista y me lo sirva de su mano"».
Amnón se fue a acostar y se hizo el enfermo. El rey lo fue a ver y Amnón dijo al rey: «Dale permiso a mi hermana Tamar para que venga, prepare unos pastelillos en mi presencia y me los sirva de su mano». David mandó a buscar a Tamar a la casa: «Anda a la casa de tu hermano Amnón y prepárale alguna comida».
Tamar fue a casa de su hermano Amnón, que estaba en cama, preparó la masa, la sobó y ante la vista de él moldeó unos pastelillos que puso a cocer. Tomó después la sartén y la vació delante de él, pero no quiso comer. Amnón dijo entonces: «Manden a todos afuera», y salieron todos.
Amnón dijo entonces a Tamar: «Trae la comida a la pieza para que la reciba de tus manos». Tamar tomó los pastelillos que había preparado y se los llevó a su hermano Amnón a su pieza. Cuando ella se los presentó, la agarró y le dijo: «Hermana mía, ven a acostarte conmigo».
Pero ella le respondió: «No, hermano mío, no me tomes a la fuerza, pues no se actúa así en Israel. No cometas esta falta. ¿A dónde iría con mi vergüenza? Y tú serías como un maldito en Israel. Habla mejor con el rey, que no se negará a darme a ti». Pero él no quiso hacerle caso, la agarró a la fuerza y se acostó con ella.
Pero luego Amnón la detestó. Era un odio más grande aún que el amor que le tenía. Amnón le dijo: «¡Párate y ándate!».
Ella respondió: «¡No, hermano mío, no me eches! Eso sería peor que lo que acabas de hacer». Pero no quiso oírla, sino que llamó a un joven que estaba a su servicio y le dijo: «Échala fuera, lejos de mí, y cuando salga cierra la puerta con candado».
Ella llevaba una túnica con mangas, porque así se vestían las hijas del rey cuando todavía eran vírgenes. El sirviente la echó fuera y cuando salió cerró la puerta con candado. Tamar se echó ceniza en la cabeza, rasgó su túnica con mangas y se puso una mano en la cabeza, luego partió lanzando gritos.
Su hermano Absalón le dijo: «¿Así que tu hermano Amnón se acostó contigo? Escúchame, hermana mía, no digas nada a nadie. ¿No es tu hermano? No tomes tan a pecho lo sucedido» Tamar se quedó desamparada en la casa de su hermano Absalón.
Cuando el rey David se enteró del asunto, se enojó mucho pero no quiso llamarle la atención a su hijo Amnón, porque era su preferido por ser el mayor. Absalón tampoco le dijo nada, ni buenas ni malas palabras, pero sentía odio por él debido a que había violado a su hermana Tamar.
Dos años después, Absalón iba a hacer la esquila en Baal-Jazor, al lado de Efraín. Absalón invitó a ella a todos los hijos del rey (...) Pero Absalón insistió tanto que el rey dio permiso para que fuera Amnón con los demás hijos del rey.
Absalón preparó un banquete real y dio esta orden a sus muchachos: «Cuando Amnón esté borracho, les diré: "¡Denle a Am-non!" E inmediatamente lo matarán. No teman nada, pues yo soy quien se lo ordena. ¡Ánimo, no se acobarden!». Los servidores de Absalón hicieron con Amnón tal como Absalón se lo había ordenado. Al ver eso, todos los demás hijos del rey se levantaron, cada cual ensilló su mula y huyeron [denotando así la nobleza y valor de aquellos príncipes hijos de David].
Todavía estaban en camino cuando llegó la noticia donde David: «Absalón mató a todos los hijos del rey y nadie escapó». El rey se levantó, rasgó su ropa y se acostó en el suelo; todas las personas que estaban con él rasgaron también su ropa.
Yonadab, hijo de Simea, hermano de David, tomó entonces la palabra, diciendo: «Señor, no crea que murieron todos los hijos del rey; sólo murió Amnón, pues era una idea fija en la cabeza de Ab-salón desde el día en que Amnón violó a su hermana Tamar. No tome, mi señor, tan en serio la cosa, ni piense tampoco que murieron todos los hijos del rey. No, sólo murió Amnón, y Absalón seguramente salió huyendo» (...) Todavía estaba hablando cuando entraron los hijos del rey, lanzando exclamaciones y llorando. El rey se puso a llorar también junto con sus servidores.
Mientras tanto Absalón había huido y se había refugiado en casa de Talmai, hijo de Ammijud, rey de Guesur; y allí estuvo tres años. El rey hizo duelo por largos días por su hijo, después se consoló de la muerte de Amnón y se le pasó el enojo con Absalón (2 Sm 13,1-39).
Se le pasó el enojo a David, dicen, pero cuando Absalón regresó al reino de su padre éste tardó dos años en recibirle. Y las cosas acabaron muy mal. Absalón conspiró contra David, encabezó una revuelta, provocó una guerra y, finalmente, perdió la contienda y la vida. Todo muy bíblico, muy del gusto épico de Dios.
Pero ya que debemos aprender de la inspirada palabra divina, cabe preguntarse, por ejemplo, si era necesario para los planes de Dios un relato tan pormenorizado sobre cómo se fraguó la estrategia para que un hermano violase a su hermana. ¿Qué se aprende de semejante salvajada si el Dios que todo lo ve y todo lo castiga, que se entromete en mil cosas sin importancia, no apareció ni una sola vez en medio de esta historia soez y lamentable?
Dado que la violación de Tamar —de quien nada más se dice en la Biblia, claro, ya que a ningún varón bíblico le importaba el destino de una mujer violada y repudiada— fue el desencadenante de un fratricidio y de una guerra posterior, ¿era ése el resultado que deseaba Dios al no interferir? Y no es baladí la sospecha, dado que en otros muchos relatos es el propio Dios, a través de su palabra, quien confiesa sin pudor que obligó a determinados sujetos a obrar mal expresamente para que él pudiera después lucirse castigándoles sin piedad a ellos y a sus pueblos, tal como fue el caso, por citar sólo uno, del faraón egipcio en época de Moisés:
Yavé le dijo [a Moisés], asimismo: «Cuando regreses a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios para los cuales te he dado poder. Pero yo haré que se ponga porfiado y no dejará partir a mi pueblo» (Ex 4,21). Dios personalmente se encargó de que el faraón no hiciese caso ni escarmentase ante ninguna de las diez plagas que asolaron Egipto... y la razón la ofrece el mismísimo dios bíblico al final del terrible castigo que infligió a los egipcios: Así podrás contar a tus hijos y a tus nietos [le dice Dios a Moisés] cuántas veces he destrozado a los egipcios y cuántos prodigios he obrado contra ellos; así conocerán ustedes que yo soy Yavé (Ex 10,2). Esta masacre surgida del capricho divino se analiza en el capítulo 8.2 de este libro.
Pues ¡vaya con la genética de David!; le salió un hijo violador, otro asesino traicionero de su hermano y conspirador contra su padre, y el resto no pasaron de ser unos cobardes que huyeron cuando su hermano Absalón hizo asesinar al heredero de la corona, a su otro hermano, Amnón, que, para mayor bochorno de su verdugo, estaba indefenso debido a su borrachera.
Pero es que el padre, el gran David, tampoco anduvo sobrado de decencia —más adelante se verá hasta qué punto fue inmoral con el aplauso divino— y eso que el propio Dios lo eligió como rey para su pueblo, tras encolerizarse contra Saúl, y le insufló su espíritu divino. Así:
Yavé dijo a Samuel: «¿Hasta cuándo seguirás llorando por Saúl? ¿No fui yo quien lo rechazó para que no reine más en Israel? Llena pues tu cuerno de aceite y anda. Te envío donde Jesé de Belén, porque me escogí un rey entre sus hijos» (1 Sm 16,1).
Fueron pues a buscarlo [a David] y llegó; era rubio con hermosos ojos y una bella apariencia. Yavé dijo entonces: «Párate [Levántate] y conságralo; es él». Samuel tomó su cuerno con aceite y lo consagró en medio de sus hermanos. Desde entonces y en adelante el espíritu de Yavé se apoderó de David (1 Sm 16,12-13).
Ese espíritu de Dios que llevó David «en adelante», y en lo que atañe a este apartado, no le hizo mover ni una sola pestaña para castigar la violación de su hija, así como tampoco le movió, ¡qué menos!, a salvar la honra y futuro de su hija Tamar dándola en matrimonio, tal como un rey podía hacer sin problemas. Pero no, ni David ni Dios se interesaron por el destino de esa mujer violada y repudiada. Ignoro qué le podrá responder un cristiano a su hija cuándo le pregunte por las conductas que la inspiración divina nos dejó en los versículos reproducidos en este apartado.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: el varón puede delinquir con impunidad y ante la complacencia de Dios, mientras que la mujer debe sufrir en silencio y con resignación los atropellos más terribles incluso dentro de su propia familia.
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