DIOS MATÓ A NABAL PARA FACILITAR QUE DAVID SE VENGASE (SIN ENSUCIARSE LAS MANOS) Y PUDIESE APROPIARSE DE SU ESPOSA Y RIQUEZAS
Tras la muerte de Saúl, David, que hasta entonces era el jefe de un grupo de guerreros prófugos del rey ahora fallecido, se desplazó hasta el desierto de Maón y desde allí mandó contactar con un rico terrateniente, Nabal, para pedirle comida para sus hombres. Pero Nabal se negó a dársela y le despreció a pesar de que David, con anterioridad, había protegido a los pastores y bienes del hacendado. David, tal como corresponde a un varón bíblico, montó en santa cólera y se aprestó a entrar a degüello contra quien osó menospreciarle.
David les dijo: «Tome cada uno su espada». Cada cual tomó su espada y David tomó la suya. Los que subieron tras David eran cuatrocientos, y los que se quedaron custodiando el equipaje, doscientos. Uno de sus mozos [de Nabal] le comunicó a Abigail, la mujer de Nabal, lo que había pasado (...) Abigail juntó rápidamente doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas ya preparadas, cinco bolsas de trigo tostado, cien racimos de uva seca y dos tortas de higo, y lo puso todo en unos burros (...) Pero nada le dijo a su marido Nabal. Montada en su burro bajó por un lado del cerro mientras David y sus hombres bajaban por el otro.
David se decía: «Protegí todo lo que ese hombre tenía en el desierto y cuidé de que nada de lo que le pertenecía desapareciera, pero fue por nada, ya que ahora me devuelve mal por bien. Maldiga Dios a David si de aquí a mañana dejo con vida a uno solo de sus hombres» [los varones de Dios lo hacían todo a lo grande: a David no le bastaba con asesinar a Nabal, claro, y quería matar a todos sus empleados].
Al divisar a David, Abigail saltó del burro, se puso con la cara contra el suelo delante de David y se agachó. Agachada a sus pies le dijo: «Señor, perdona mi audacia. Permítele a tu sirvienta decir una palabra; escucha las palabras de tu sirvienta. No tome en cuenta, señor, a ese bruto de Nabal, pues su nombre quiere decir El Loco, y él se ha dejado llevar por su locura. Yo, tu sirvienta, no pude ver a los muchachos que mandó mi señor. iPor la vida de Yavé y por tu propia vida, que tus enemigos y que todos los que buscan tu mal, señor, conozcan ahora la suerte de Nabal. Pero fíjate: Yavé te ha impedido que te mancharas con sangre haciéndote justicia por ti mismo. Y ahora, mi señor, como vive Yahvé, que te ha preservado Yahvé de derramar sangre y tomar por tu mano la venganza, ojalá que todos tus enemigos y cuantos te persiguen sean como Nabal. Que los jóvenes que acompañan a mi señor tomen los regalos que su sirvienta le trae ahora» (...)
»De ese modo, cuando Yavé haya cumplido contigo todas las promesas que te hizo, cuando te haya establecido como jefe de Israel, tú no podrás sentir remordimiento de haber derramado sangre sin motivo y de haberte hecho justicia por ti mismo. ¡Cuando Yavé colme a mi señor, acuérdese de su sierva!» [¡menuda era la señora! No sólo estaba enterada de los planes de Dios para con David, sino que le enceró el lomo y se postuló para meterse en la cama real, tal como se verá].
David respondió a Abigail: «¡Bendito sea Yavé, Dios de Israel, que te mandó hoy a encontrarme! Bendita seas por tu prudencia, bendita porque me has impedido hoy que me manche con sangre y que haga justicia por mí mismo. Porque, te lo juro por la vida de Yavé, el Dios de Israel, que me impidió hacer el mal, si tú no hubieras venido tan rápido a verme, aun antes de que se levantara el sol no le habría quedado a Nabal un solo hombre con vida» (...)
Cuando regresó Abigail, Nabal estaba sentado a la mesa en su casa para un banquete real. Nabal estaba muy alegre, completamente borracho, pero ella no le contó nada hasta la mañana siguiente. Al día siguiente cuando se le hubo pasado la borrachera, su mujer le contó lo que le había pasado. Le dio un ataque y quedó como piedra. Más o menos diez días después, Yavé hirió a Nabal, quien murió.
Cuando David supo que Nabal había muerto, dijo: «¡Bendito sea Yavé, que hizo pagar a Nabal, quien me había insultado y me ahorró a mí una mala acción! Yavé hizo que recayera sobre la cabeza de Nabal su propia maldad» [lo dicho: Dios liquidó a Nabal para hacerle el trabajo sucio a David, ¡vaya tándem!].
David entonces mandó a decir a Abigail que la tomaría por mujer. Los servidores de David llegaron pues a Carmel a la casa de Abigail, y le dijeron esto: «David nos ha mandado donde ti; quiere que seas su mujer». Ella se levantó, se postró en tierra y dijo: «Tu sirvienta será para ti como una esclava, para lavar los pies de los sirvientes de mi señor». Abigail se decidió inmediatamente y subió a su burro acompañada de cinco sirvientas jóvenes. Salió tras los enviados de David y pasó a ser su mujer (1 Sm 25,1-43) [toda una joyita, la dama; con el cadáver todavía caliente de su marido, partió rauda y sin dudarlo hacia la cama de quien había sido la causa del homicidio; ni duelo, ni luto... cosa harto injustificable —e inverosímil— en esa cultura].
El mosquita muerta de David, a la chita callando y con la complacencia de Dios, comenzó a diversificar su cama con diferentes esposas, que, ya se sabe, el reposo de tamaño guerrero se merecía eso y más:
David había tomado también por mujer a Ajinoam de Jezrael, y ambas [ésta y Abigail] fueron sus esposas. En cuanto a su otra esposa, Micol, hija de Saúl, había sido dada a Paltí, hijo de Lais, del pueblo de Galim (1 Sm 25,43-44).
En fin, resulta bien curiosa la hipocresía bíblica: como quedaba muy impresentable que David, en un ataque de ira, masacrase a Nabal y a su gente, incluida a su esposa Abigail —que, al no ser virgen, no podía salvar la vida para ser convertida en esclava sexual—, Dios tomó sobre sí el trabajo sucio de la operación y espabiló a la mujer —que no dudó en maniobrar a espaldas de su esposo y ofrecerse a David—, para después asesinar a su marido —de un infarto, le justifican los exegetas; pero le dejó frito a propósito— a fin de que David no se manchara las manos de sangre y pudiese llevarse hasta su cama a la viuda... con toda la fortuna de Nabal, el necio de esta historia, el marido asesinado.
La colaboración de Dios en las masacres y maldades que perpetraría David a lo largo de su existencia no había hecho más que empezar.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: la clave para que uno parezca honesto es que otro se ensucie las manos por él... y si el ejecutor en la sombra es Dios, la falsa honorabilidad ganada se convierte en suprema bienaventuranza.
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