DIOS LE DIO COARTADA Y EXCUSA A LOS VARONES CELOSOS PARA HUMILLAR A SUS MUJERES Y HACERLAS ABORTAR
Debe reconocerse que el dios bíblico gustaba del detalle, y nada humano le era ajeno, en especial si beneficiaba al varón en perjuicio de las mujeres.
En los tiempos bíblicos, los varones, por muy pueblo de Dios que fuesen, no parecían fiarse un pelo de sus mujeres —cosa comprensible si cada varón suponía que el resto de su especie se comportaba tal como quería hacerlo él mismo— y, claro, surgían dudas y celos.
Ayer, como hoy, los varones tenían bula para ser depredadores sexuales, pero «sus» legítimas, ni hablar de la cosa; por eso Dios, siempre atento a los menesteres y cavilaciones de alcoba, salió en auxilio del varón y ordenó un ritual para que los maridos celosos, fuesen cornudos o no, obtuviesen una vía divina para poder humillar públicamente a sus mujeres y, de paso, si se terciaba, poder sacárselas de casa para ir a por otra más de su gusto.
Dios iluminó y guió a los maridos celosos, incluso a los que no tenían motivo ninguno para la sospecha, desde los elocuentes e inspirados versículos de Números que transcribimos seguidamente:
Yavé dijo a Moisés: «Habla a los hijos de Israel respecto del caso siguiente. Un hombre tiene una mujer que se porta mal y lo engaña; otro hombre ha tenido relaciones con ella en secreto y ella supo disimular este acto impuro de tal manera que nadie lo ha visto y no hay testigos.
»Puede ser que un espíritu de celos entre en el marido y que tiene sospechas porque, de hecho, se hizo impura. Pero también puede ser que un espíritu de celos le haya entrado y tenga sospechas, siendo que ella le ha sido fiel.
»En estos casos, el hombre llevará a su mujer ante el sacerdote y presentará por ella la ofrenda correspondiente: una décima de medida de harina de cebada. No derramará aceite sobre la ofrenda, ni le pondrá incienso, pues es ofrenda de Celos, o sea, ofrenda para recordar y descubrir una culpa.
»El sacerdote hará que se acerque la mujer ante Yavé, tomará luego agua santa en un vaso de barro y, recogiendo polvo del suelo de la Morada, lo esparcirá en el agua. Así, puesta la mujer delante de Yavé, el sacerdote le descubrirá la cabeza y pondrá en sus manos la ofrenda para recordar la culpa, mientras que él mismo tendrá en sus manos el agua de amargura que trae la maldición.
»Entonces el sacerdote pedirá a la mujer que repita esta maldición: "Si nadie más que tu marido se ha acostado contigo y no te has descarriado con otro hombre, esta agua amarga que trae la maldición manifestará tu inocencia. Pero si te has ido con otro que no es tu marido, y te has manchado teniendo relaciones con otro hombre..."
»Y el sacerdote proseguirá con la fórmula de maldición: "Que Yavé te convierta en maldición y abominación en medio de tu pueblo; que se marchiten tus senos y que se te hinche el vientre. Entren en tus entrañas las aguas que traen la maldición, haciendo que se pudran tus muslos y reviente tu vientre". Y la mujer responderá: "¡Así sea, así sea!".
»Después, el sacerdote escribirá en una hoja estas imprecaciones y las lavará en el agua amarga. Y dará a beber a la mujer estas aguas que traen la maldición. El sacerdote tomará de manos de la mujer la ofrenda por los celos, la llevará a la presencia de Yavé y la pondrá sobre el altar. Luego tomará un puñado de la harina ofrecida en sacrificio y la quemará sobre el altar; finalmente, dará a beber el agua amarga a la mujer.
»Si la mujer fue infiel a su marido y se hizo impura, el agua que bebió se volverá amarga en ella, se le hinchará el vientre y se le marchitarán los senos y será mujer maldita en medio de su pueblo. Pero si la mujer no se hizo impura, sino que ha sido fiel, no sufrirá y podrá tener hijos.
»Éste es el rito de los celos, para cuando una mujer peca con otro hombre y se hace impura; o para cuando a un hombre le entren celos y se ponga celoso de su esposa. Entonces llevará a su esposa en presencia de Yavé y el sacerdote cumplirá todos estos ritos. Con esto el marido estará exento de culpa y ella pagará la pena de su pecado» (Nm 5,11-31).
El dios bíblico copió aquí una costumbre ancestral de otras culturas, como la babilónica o la hitita, que arrojaban al río a la persona cuestionada y si no moría ahogada la declaraban inocente. Es lo que se conoce como ordalía o juicio por ordalía.
Obviando la escasa imaginación de Dios, que tuvo que apropiarse de un ritual procedente de culturas «enemigas», resalta en este ceremonial lo que es una norma bíblica: la mujer no tiene derechos, es siempre susceptible de sospecha y de castigo, mientras que el varón es el depositario de todas las acciones posibles, ya sea en beneficio suyo y/o en contra de las mujeres.
La clave de este nuevo abuso contra la mujer está en esa «agua amarga», de la que nada se especifica, aunque los exegetas apunten que «si ella le había sido infiel, esta bebida le sería para maldición, sufriendo de hidropesía bajo la mano de Dios».
Con hidropesía o sin ella, viendo cómo eran los varones del pueblo elegido de Dios, lo único que cabe suponer es que esa «agua amarga», que actuaba «haciendo que se pudran tus muslos y reviente tu vientre», contenía algunas plantas tóxicas, de uso tradicional desde la más remota antigüedad, adecuadas para provocar el efecto previamente buscado por el marido y pactado (y pagado) con el sacerdote oficiante.
Este efecto buscado por el varón celoso podría ser desde una fuerte diarrea delatadora de la culpa de su mujer (que la haría rea de lapidación por adúltera), hasta un oportuno y discreto aborto forzado por la ingesta de ruda, tarraguillo u otras plantas tóxicas similares que, tras la purificación —esto es, tras el aborto o interrupción voluntaria del embarazo—, permitían asegurarle al varón celoso —de su mujer y de su semen— la paternidad del siguiente embarazo.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: que la mujer aborte no es pecado, si ha sido un varón quien la ha forzado a interrumpir su embarazo.
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