AARÓN Y MIRIAM, HERMANOS DE MOISÉS, MURMURARON DE ÉL, PERO DIOS SÓLO CASTIGÓ CON LA LEPRA A LA MUJER, AL VARÓN NI LE ROZÓ
Nos encontramos de nuevo con un ejemplo magnifico del desprecio que siente Dios por la mujer. En este caso, dos hermanos, el gran Aarón y Miriam (la primera que recibió el título de profetisa), comentaron entre sí que Moisés —que le debía gran parte de su fama al trabajo de sus dos hermanos— quizá se estuviese excediendo por algo que no queda nada claro en el versículo: podía ser por haberse casado con una determinada señora (negra, por cierto), o por acaparar las conversaciones con Dios, pero algo de Moisés no les complacía, según parece.
Y va Dios y los escuchó, claro. Que Dios no se enteraba nunca de cuando violaban o mataban a una mujer, o de cuando sus varones predilectos delinquían a dos manos, pero en esta ocasión sí estuvo al loro, y obró en consecuencia... castigando a la mujer, of course. Veamos:
Miriam y Aarón murmuraban contra Moisés porque había tomado como mujer a una cuchita (del territorio de Cuch) [se refiere a una cusita o etíope, quizá fuese Séfora]. ¿Acaso Yavé, decían, sólo hablará por medio de Moisés? ¿No habló también por nuestro intermedio? Y Yavé lo oyó [parece que Dios sólo oye lo que más le conviene en cada ocasión]. Ahora bien, Moisés era un hombre muy humilde. No había nadie más humilde que él en la faz de la tierra [sin embargo, Dios le castigará terriblemente acusándole justo de lo contrario; véanse Nm 20,9-12 y el capítulo 8.2 de este libro].
De repente Yavé les dijo a Moisés, Aarón y Miriam: «iSalgan los tres del campamento y vayan a la Tienda de las Citas!». Salieron pues los tres. Entonces Yavé bajó en la columna de nube y se puso a la entrada de la Tienda. Llamó a Aarón y a Miriam, quienes se acercaron.
Yavé les dijo entonces: «Oigan bien mis palabras: Si hay en medio de ustedes un profeta me manifiesto a él por medio de visiones y sólo le hablo en sueños. Pero no ocurre lo mismo con mi servidor Moisés; le he confiado toda mi Casa y le hablo cara a cara. Es una visión clara, no son enigmas; él contempla la imagen de Yavé. ¿Cómo, pues, no tienen miedo de hablar en contra de mi servidor, en contra de Moisés?». La cólera de Yavé se encendió contra ellos, y se retiró. Cuando se disipó la nube que estaba encima de la Tienda, Miriam había contraído la lepra: su piel estaba blanca como la nieve. ¡Aarón se volvió hacia ella y se dio cuenta de que estaba leprosa!
Aarón le dijo entonces a Moisés: «Te lo suplico, Señor, no nos hagas pagar este pecado, esta locura de la que estábamos poseídos. Que no sea como el aborto cuyo cuerpo ya está medio destrozado cuando sale del vientre de su madre».
Entonces Moisés suplicó a Yavé: «¡Por favor, detente! ¡Sánala!». Pero Yavé le respondió a Moisés: «Si su padre la hubiera escupido en la cara, habría tenido que esconderse de vergüenza durante siete días. Que sea pues excluida del campamento por siete días, después de lo cual se reintegrará». Miriam quedó pues fuera del campamento por siete días, y mientras ella no regresara el pueblo no se movió (Nm 12,1-15).
A pesar de que «la cólera de Yavé se encendió contra ellos», contra ambos hermanos, la única que recibió el castigo de la lepra fue la mujer, Miriam, mientras que a su hermano, que también reconoció estar «poseído» y haber puesto a caer de un burro a Moisés, Dios no le mandó ni siquiera un poco de caspa. La misoginia divina es más que evidente.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: si tienes a mano a una mujer que puedas maltratar, evita dar ejemplo castigando a un varón.
Nos encontramos de nuevo con un ejemplo magnifico del desprecio que siente Dios por la mujer. En este caso, dos hermanos, el gran Aarón y Miriam (la primera que recibió el título de profetisa), comentaron entre sí que Moisés —que le debía gran parte de su fama al trabajo de sus dos hermanos— quizá se estuviese excediendo por algo que no queda nada claro en el versículo: podía ser por haberse casado con una determinada señora (negra, por cierto), o por acaparar las conversaciones con Dios, pero algo de Moisés no les complacía, según parece.
Y va Dios y los escuchó, claro. Que Dios no se enteraba nunca de cuando violaban o mataban a una mujer, o de cuando sus varones predilectos delinquían a dos manos, pero en esta ocasión sí estuvo al loro, y obró en consecuencia... castigando a la mujer, of course. Veamos:
Miriam y Aarón murmuraban contra Moisés porque había tomado como mujer a una cuchita (del territorio de Cuch) [se refiere a una cusita o etíope, quizá fuese Séfora]. ¿Acaso Yavé, decían, sólo hablará por medio de Moisés? ¿No habló también por nuestro intermedio? Y Yavé lo oyó [parece que Dios sólo oye lo que más le conviene en cada ocasión]. Ahora bien, Moisés era un hombre muy humilde. No había nadie más humilde que él en la faz de la tierra [sin embargo, Dios le castigará terriblemente acusándole justo de lo contrario; véanse Nm 20,9-12 y el capítulo 8.2 de este libro].
De repente Yavé les dijo a Moisés, Aarón y Miriam: «iSalgan los tres del campamento y vayan a la Tienda de las Citas!». Salieron pues los tres. Entonces Yavé bajó en la columna de nube y se puso a la entrada de la Tienda. Llamó a Aarón y a Miriam, quienes se acercaron.
Yavé les dijo entonces: «Oigan bien mis palabras: Si hay en medio de ustedes un profeta me manifiesto a él por medio de visiones y sólo le hablo en sueños. Pero no ocurre lo mismo con mi servidor Moisés; le he confiado toda mi Casa y le hablo cara a cara. Es una visión clara, no son enigmas; él contempla la imagen de Yavé. ¿Cómo, pues, no tienen miedo de hablar en contra de mi servidor, en contra de Moisés?». La cólera de Yavé se encendió contra ellos, y se retiró. Cuando se disipó la nube que estaba encima de la Tienda, Miriam había contraído la lepra: su piel estaba blanca como la nieve. ¡Aarón se volvió hacia ella y se dio cuenta de que estaba leprosa!
Aarón le dijo entonces a Moisés: «Te lo suplico, Señor, no nos hagas pagar este pecado, esta locura de la que estábamos poseídos. Que no sea como el aborto cuyo cuerpo ya está medio destrozado cuando sale del vientre de su madre».
Entonces Moisés suplicó a Yavé: «¡Por favor, detente! ¡Sánala!». Pero Yavé le respondió a Moisés: «Si su padre la hubiera escupido en la cara, habría tenido que esconderse de vergüenza durante siete días. Que sea pues excluida del campamento por siete días, después de lo cual se reintegrará». Miriam quedó pues fuera del campamento por siete días, y mientras ella no regresara el pueblo no se movió (Nm 12,1-15).
A pesar de que «la cólera de Yavé se encendió contra ellos», contra ambos hermanos, la única que recibió el castigo de la lepra fue la mujer, Miriam, mientras que a su hermano, que también reconoció estar «poseído» y haber puesto a caer de un burro a Moisés, Dios no le mandó ni siquiera un poco de caspa. La misoginia divina es más que evidente.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: si tienes a mano a una mujer que puedas maltratar, evita dar ejemplo castigando a un varón.
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