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jueves, 29 de marzo de 2012

NADIE LE GANABA A MI TROMPO DE GUAYACÁN

El otro día pasaba por un parque viendo a los niños de mi barrio (como la canción) jugar, y entre el grupo de mocosos había unos que jugaban a ese gran juego de la vida, a los trompos. No pude evitar añorar aquellos años en que para ser respetado y admirado bastaba tener los mejores trompos y saber hacer la maravilla (si no sabes qué es la maravilla vales harta verga, mejor sigue leyendo).

Cuando surcaba los bellos años de mi infancia, las calles de la JAI eran de tierra y el clima generaba no sólo estaciones del año sino también estaciones de juego, así en el verano volaba cometas, jugaba con coches de madera, en temporada de lluvias jugaba trompos, bolas, planchas y lo que venga. Pero los trompos fueron uno de esos juegos que te embalaban toda la tarde y te comías mierda cuando te llamaban para que hagas tus deberes de la escuela, en fin era una época muy divertida, para jugar trompos había muchas formas:

-    Una manera de jugar era solamente sacarle pinta a tus panas de tus trompos haciéndolos bailar y compitiendo por qué trompo dura más tiempo en el baile, le lamparoseabas tus trompos de plástico y de madera de todos los tamaños, había unos bien del puctas que eran de llaveros y eras el más puctas si lograbas que esas miniaturas bailen, los trucos que hacías como la maravilla, el trencito, el ascensor, recógeme los sueltos, ah no chucha!!! esa última es de otro juego jejeje.

-    Otra forma de jugar era apostar los trompos, para ello los colocábamos dentro de un cuadro que tenía otros cuatro cuadros interiores, se ponía en el centro una cantidad de trompos acordada, mientras por turnos cada uno de los guambras cacas lanzaba su trompo apuntando al montón y los trompos que salían pues te los llevabas.

-    Una versión más popular del tipo anterior era que al trompo que le pegabas con el tuyo le debías coquear (coquear: dícese de la acción de sacarle la pucta al trompo ajeno con golpes sucesivos con la punta de otro trompo), es decir le hacías verga al trompo de alguno de tus panas dándole golpes con la punta de acero de tu trompo.

La coqueada de trompos era la forma más del puctas de pelear con los amigos, pues si tú eras el guambra que debía  coquear al trompo sacabas tu trompo coqueador, que era un trompo enorme con un clavo en lugar de punta CON LA FINALIDAD DE PARTIR EL TROMPO DEL AMIGO, pero por otro lado el coqueado sacaba su trompo recibe coqueadas, este trompo era de plástico o a lo mejor un trompo feo de algún palo seco que no se abollaba, así todos tenían una colección de trompos, los bonitos para sacar pinta, los feos para ser coqueados, los tanques para coquear, los de colección, etc.

Aquí es donde surge mi historia, MI TROMPO DE GUAYACÁN, es un trompo que me regaló mi papá, cuentan las leyendas que lo forjó él mismo de un trompo más grande, de un árbol de Guayacán centenario (a ver antes de que salte algún ecologista, no le dañaron al árbol, solo fue una ramita si), ese trompo es único, mi papá me lo dio y me dijo que era el mejor, porque era un trompo de Guayacán, y pues no mintió.
Para empezar no era muy grande ni muy bonito, tenía como debía ser un clavo en la punta para coquear, más cuando debía ser coqueado no me ahuevaba a poner ese trompo frente a las balas, porque esa madera era muy dura, las coqueadas no le hacían ni cosquillas, con el paso de los años los golpes recibidos eran parte de las molduras del trompo, su peso era ideal para sacar de los cuadros a todos los trompos de un golpe, y cuando bailaba su sonido era una afrenta a Dios.

Mi trompo tenía muy buena fama, siempre me pedían cambiármelo, claro que ni vergas le iba a cambiar ya que éramos invencibles, ese trompo valía su peso en oro, y además no bailaba con cualquier cuerda, piola de albañil debías usar porque la cuerda de algodón que todos usaban no resistía el poder de ese trompo, y hasta servía para romperle la cabeza al alegón del barrio (alegón: tipo que le encanta discutir porque no le gusta perder, es el tipo que siempre reclama los puntos en el volley o no quiere hacer valer los goles en el futbol) y es que a veces no se podía arreglar los problemas del juego más que con puñetes, por cierto perdón por el golpe Andrés pero no fui yo, fue que no pude controlar el poder de mi trompo.

Seguía viendo como jugaban los niños y veía como pasó mi niñez, con los años dejamos de jugar, mis amigos se fueron, se casaron y dejamos los juegos en la memoria, fue que casi había olvidado esos juegos, pero me alegraba un mundo ver como los nuevos niños del barrio aún conservaban la costumbre de coquear los trompos, ya mismo que corría a mi casa a sacar el mío, pero no lo hallaba, durante un tiempo estuve buscándolo e incluso creí que ya lo perdí, pero lo hallé allá en la esquina más sucia de mi cuarto debajo de un par de cadáveres de gatos, estaba ahí esperándome como la armadura de oro de los caballeros del zodiaco esperando a su dueño, y cuando lo hallé lo hice bailar y no había perdido su fuerza y su sonido rompió el silencio de los años que fueron mejores.

Ahí está para que lo vean, humilde y fuerte como su servidor:

Los años no nos han sentado bien ni al trompo ni a mí jajaja, encontré también los demás trompos que me acompañaban pero no tienen relevancia en mi vida.

NADIE LE GANABA A MI TROMPO DE GUAYACÁN: JUAN

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