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domingo, 25 de marzo de 2012

LUZ DEL DOMINGO LVI


DIOS SE APOSTÓ LA FIDELIDAD DE JOB CON UNO DE SUS ÁNGELES... UN JUEGO POR EL QUE MATÓ A MUCHOS INOCENTES Y ARRUINÓ Y TORTURÓ A TAN SANTO Y PACIENTE VARÓN

La paciencia con la que Job soportó las desgracias a las que fue sometido es otro de los relatos bíblicos que todos conocen. Pero la historia que nos han contado y recordamos no es exactamente la que figura en la Biblia.
Aunque es cierto —según cuenta la palabra divina, claro— que Satán puso a prueba la fidelidad de Job hacia Dios, es verdad más importante el recordar que al santo Job se le torturó con saña a causa de la chulería con que se mostró Dios ante su ángel «acusador» —y mal identificado como Satán— y sólo a partir de la instigación y concesión de poderes del primero al segundo para que dañara a Job. Dios cruzó una apuesta con su ángel «acusador» (Satán) para comprobar la resistencia de Job y le dio cartas y poder para jugar esa partida. De resultas, murieron muchos inocentes a causa de la intervención directa de Dios para preparar el escenario de la apuesta, mientras que Job sufrió el dolor de sus carnes llagadas por acción del ángel de Dios en funciones de «acusador». Así pues, ¿quién se comportó peor, Dios o su ángel «acusador»?
El Libro de Job nos lo cuenta así:
Había en el país de Us un hombre llamado Job; era un varón perfecto que temía a Dios y se alejaba del mal. Tuvo siete hijos y tres hijas. Tenía muchos servidores y poseía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas burras. Este hombre era el más famoso entre todos los hijos de oriente. Sus hijos acostumbraban a celebrar banquetes por turno, en casa de cada uno de ellos, e invitaban también a sus tres hermanas a comer y beber con ellos. Una vez terminados los días de esos banquetes, Job los mandaba a llamar para purificarlos; se levantaba muy temprano y ofrecía sacrificios por cada uno de ellos, pues decía: «Puede que mis hijos hayan pecado y ofendido a Dios en su corazón». Así hacía Job.
Un día, cuando los hijos de Dios [esto es, los ángeles] vinieron a presentarse ante Yavé, apareció también entre ellos Satán [otro ángel, aunque éste adscrito al papel de «acusador» o fiscal ante Dios]. Yavé dijo a Satán: «¿De dónde vienes?». Satán respondió: «Vengo de la tierra, donde anduve dando mis vueltas». Yavé dijo a Satán: «¿No te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él en la tierra. Es un hombre bueno y honrado, que teme a Dios y se aparta del mal».
Satán respondió: «¿Acaso Job teme a Dios sin interés? ¿No lo has rodeado de un cerco de protección a él, a su familia y a todo cuanto tiene? Has bendecido el trabajo de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca sus pertenencias. Verás si no te maldice en tu propia cara».
Entonces dijo Yavé a Satán: «Te doy poder sobre todo cuanto tiene, pero a él no lo toques. Y Satán se retiró de la presencia de Yavé» (Job 1,1-12).
Los versículos siguientes son un torrente de desgracias sin fin para el pobre Job...
Vino un mensajero y le dijo a Job: «Tus bueyes estaban arando y las burras pastando cerca de ellos. De repente aparecieron los sabeos y se los llevaron y a los servidores los pasaron a cuchillo» (...) llegó otro que dijo: «Cayó del cielo fuego de Dios y quemó completamente a las ovejas y sus pastores» (...) entró un tercero, diciendo: «Los caldeos, divididos en tres grupos, se lanzaron sobre tus camellos, se los llevaron, dieron muerte a espada a tus mozos» (...) un último lo interrumpió, diciendo: «Tus hijos e hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa del mayor de ellos. De repente sopló un fuerte viento del desierto y sacudió las cuatro esquinas de la casa; ésta se derrumbó sobre los jóvenes y han muerto todos (...)».
Entonces Job se levantó y rasgó su manto. Luego, se cortó el pelo al rape, se tiró al suelo y, echado en tierra, empezó a decir: «Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá volveré. Yavé me lo dio, Yavé me lo ha quitado, ¡que su nombre sea bendito!». En todo esto no pecó Job ni dijo nada insensato en contra de Dios (Job 1,14-22).
El juego entre Dios y su ángel «acusador» (Satán) andaba 1 a 0 a favor del primero, pero el objeto de la apuesta, Job, todavía podía ser peor tratado con tal de dirimir esa disputa de machitos celestiales.
Otro día en que vinieron los hijos de Dios a presentarse ante Yavé, se presentó también con ellos Satán. Yavé dijo a Satán: «¿De dónde vienes?». Satán respondió: «De recorrer la tierra y pasearme por ella». Yavé dijo a Satán: «¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie como él en la tierra; es un hombre bueno y honrado que teme a Dios y se aparta del mal. Aún sigue firme en su perfección y en vano me has incitado contra él para arruinarlo» [esta frase es fundamental, ya que Dios reconoce que él personalmente ha destrozado la vida de Job y matado a sus empleados y a sus hijos según le pidió su ángel «acusador»]
Respondió Satán: «Piel por piel. Todo lo que el hombre posee lo da por su vida. Pero extiende tu mano y toca sus huesos y su carne; verás si no te maldice en tu propia cara». Yavé dijo: «Ahí lo tienes en tus manos, pero respeta su vida». Salió Satán de la presencia de Yavé e hirió a Job con una llaga incurable desde la punta de los pies hasta la coronilla de la cabeza [aquí, al parecer, ya no es Dios, sino su ángel, quien tortura directamente al pobre desgraciado].
Job tomó entonces un pedazo de teja para rascarse y fue a sentarse en medio de las cenizas. Entonces su esposa le dijo: «¿Todavía perseveras en tu fe? ¡Maldice a Dios y muérete!». Pero él le dijo: «Hablas como una tonta cualquiera. Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿por qué no aceptaremos también lo malo?». En todo esto no pecó Job con sus palabras.
Tres amigos de Job: Elifaz de Temán, Bildad de Suaj y Sofar de Naamat se enteraron de todas las desgracias que le habían ocurrido y vinieron cada uno de su país. Acordaron juntos ir a visitarlo y consolarlo (Job 2,1-11).
En los siguientes cuarenta capítulos se suceden varias tandas de diálogos de Job con sus tres amigos y, finalmente, con Dios, representando un drama de lo humano y lo divino que reviste cierta fuerza e interés por su fondo crítico... una virtud que le debe, sin duda alguna, a ser una historia ajena a los clásicos contenidos hebreos bíblicos, puesto que la narración fue plagiada de un relato sumerio y/o egipcio muy popular desde hacía más de un millar de años.
Y Job respondió a Yavé [que se había pasado cuatro capítulos recriminándole su arrogancia por intentar comprender asuntos no aptos para mortales]: «Reconozco que lo puedes todo, y que eres capaz de realizar todos tus proyectos. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores a mí. Yo te conocía sólo de oídas; pero ahora te han visto mis ojos. Por esto, retiro mis palabras y hago penitencia sobre el polvo y la ceniza».
Yavé, después de hablarle así a Job, se dirigió a Elifaz de Temán: «Me siento muy enojado contra ti y contra tus dos amigos, porque no hablaron bien de mí, como lo hizo mi servidor Job. Por lo tanto, consíganse siete becerros y siete carneros y vayan a ver a mi servidor Job. Ofrecerán un sacrificio de holocaustos, mientras que mi servidor Job rogará por ustedes. Ustedes no han hablado bien de mí, como hizo mi servidor Job, pero los perdonaré en consideración a él». (...) Aquí termina la historia del santo Job.
Yavé hizo que la nueva situación de Job superara la anterior, porque había intercedido por sus amigos y aun Yavé aumentó al doble todos los bienes de Job. Éste vio volver a él a todos sus hermanos y hermanas, lo mismo que a los conocidos de antes. Comían con él en su casa, lo compadecían y consolaban por todos los males que Yavé le había mandado. Cada uno de ellos le regaló una moneda de plata y un anillo de oro.
Yavé hizo a Job más rico que antes. Tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil burras. Tuvo siete hijos y tres hijas (...) No se hallaban en el país mujeres tan bellas como las hijas de Job. Y su padre les dio parte de la herencia junto con sus hermanos. Job vivió todavía ciento cuarenta años después de sus pruebas, y vio a sus hijos y a sus nietos hasta la cuarta generación (Job 42,1-17).
Bien está lo que bien acaba, pero de nuevo merece la peor de las críticas esa actitud chulesca de Dios ante su ángel —al que todas las versiones bíblicas, para quitarle hierro a la responsabilidad divina por los daños causados, han hecho pasar, sin serlo, por Satán/Satanás, la personificación del mal absoluto—, presumiendo ostentosa e innecesariamente de la fidelidad a toda prueba de su siervo Job, y accediendo con gusto, presteza y crueldad a matar a los empleados, hijos y ganado del paciente Job con tal de ganar la apuesta cruzada con su ángel.
En esta historia no intervino ningún demonio ni espíritu del mal. Todo el terrible daño infligido a Job, a su familia y colaboradores, y todas las violentas muertes de inocentes, fueron obra exclusiva de Dios y de su ángel por expresa voluntad del primero. Así lo asegura la propia palabra inspirada del Altísimo, aunque la de sus seguidores a lo largo de la historia le haya estado hurtando a esta narración la verdadera autoría del calvario por el que atravesó Job.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: la vida de un hombre, o la de muchos, no tiene la menor importancia cuando se trata de proclamar la preeminencia de la fe ciega sobre cualquier sentimiento o circunstancia humanitaria.

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