DIOS HIZO MORIR A UN PROFETA QUE SE NEGÓ A DARLE UNA PALIZA A OTRO PROFETA
Esta historia parece algo estúpida y kafkiana, pero tal como la inspiró Dios en el 1 Libro de Reyes así la reproducimos:
Esta historia parece algo estúpida y kafkiana, pero tal como la inspiró Dios en el 1 Libro de Reyes así la reproducimos:
En ese mismo momento un hermano profeta decía a su compañero por orden de Yavé: «¡Pégame!». Pero el otro no quiso pegarle. Entonces le dijo: «Ya que no hiciste caso a la voz de Yavé, te atacará un león después que me hayas dejado». Se fue, lo pilló un león y lo mató [los avezados en leer la Biblia ya saben que ese felino justiciero sólo pudo enviarlo Dios, al igual que poco antes había enviado otro león para liquidar a otro profeta (1 Re 13,24) que, en ese caso, había sido engañado por otro colega, que le habló en nombre de Dios —y éste, claro, sólo mató al que fue llevado a engaño, no al que le mintió—,¡vaya panda la de esos profetas!].
El profeta fue a buscar a otro compañero [el clan debía ser numeroso] y le dijo: «¡Pégame!». El hombre comenzó a pegarle y lo dejó herido. Entonces el hermano profeta fue a ponerse por donde debía pasar el rey; se había disfrazado con un pañuelo en los ojos [¿y para qué necesitaba la paliza ese tipo si todo lo que hizo fue disfrazarse con un pañuelo?].
Cuando pasaba el rey, le gritó: «Llegué al campo de batalla justo cuando otro se retiraba. Me encargó a un prisionero diciéndome: "Vigila bien a este hombre, porque si se escapa pagarás con tu vida o me darás un talento de plata". Pues bien, mientras estaba ocupado en una y otra cosa, el prisionero desapareció». El rey de Israel le respondió: «¡Tú mismo has pronunciado tu sentencia!».
Inmediatamente el profeta se quitó el pañuelo que tenía sobre los ojos y el rey de Israel lo reconoció como uno de los profetas [¡acabáramos!, que lo de la paliza debía de ser para aparentar que venía de guerrear; quería sangre de verdad, nada de atrezo y maquillaje]. Entonces dijo al rey: «Escucha esta palabra de Yavé: "Como dejaste que escapara el hombre [el rey de Siria] que yo había condenado al anatema [a ser asesinado], tu vida pagará por la suya, y tu pueblo por su pueblo"». El rey de Israel se fue muy desmoralizado y de muy mal humor [no había para menos]; regresó a su casa en Samaría (1 Re 20,35-43).
Ya en casa, el rey de Israel se encaprichó de la viña de Nabot, pero éste no se la quiso vender y la reina, Jezabel, hizo que le lapidaran para que Ajab se la apropiara. A Dios no le gustó la maniobra, y entró en cólera por enésima vez, aunque ahora a través del profeta Elías.
Ajab dijo a Elías: «¡Me pillaste, enemigo mío!». Elías le respondió: «Sí, te pillé, porque te vendiste para hacer lo que es malo a los ojos de Yavé: "Yo acarrearé sobre ti la desgracia. Barreré todo tras de ti, haré que desaparezcan todos los varones de la casa de Ajab,11 ya sean esclavos o ya sean hombres libres en Israel. Ya que provocaste mi cólera e hiciste pecar a Israel, trataré a tu casa como a la casa de Jeroboam (...)». También hubo una palabra de Yavé respecto a Jezabel: «Los perros se comerán a Jezabel al pie del muro de Jezrael. Aquel de la casa de Ajab que muera en la ciudad será devorado por los perros, y el que muera en el campo será comido por los pájaros del cielo» (...)
Al oír las palabras de Elías, Ajab rasgó su ropa, se vistió de saco y ayunó; dormía con el saco puesto y andaba cabizbajo [muy listo el pájaro este; sin ser católico, ya sabía que aparentando arrepentimiento puede lograrse un buen descuento en el precio a pagar por el pecado].
Entonces se le dirigió a Elías de Tisbé una palabra de Yavé: «¿Te has fijado como Ajab ha hecho penitencia en mi presencia? Ya que ha hecho penitencia ante mí, no le haré sobrevenir la desgracia durante su vida, sino que acarrearé la desgracia a su casa durante la vida de su hijo [¿¡!?]» (1 Re 21,20-29).
Dios, de nuevo, dejó sin sanción al delincuente y reservó el castigo para aplicárselo a su hijo, que nada tenía que ver con el crimen paterno. A estas alturas, ya no queda la menor duda de que la idea que tenía Dios de la justicia era absurda, inicua, terrible e inaceptable.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: la obediencia debe ser ciega e irracional, la hipocresía, muda y alevosa.
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