“No sólo no soy economista sino que ni siquiera
entiendo lo que es la plata”. Héctor Abad Faciolince
Quizá por mi misma ignorancia es por lo que tanto me
fascina que haya ahora tantos expertos que le estén pidiendo al presidente
Obama que acuñe una única moneda de platino y le asigne el inmenso valor de un
millón de millones de dólares (es decir un billón en castellano y un trillion
en lengua inglesa), de tal manera que con esa simple medida se sacuda de la
amenaza de no poder superar el techo de la deuda —como pretenden los
republicanos— y así seguir pagando los gastos aprobados por el mismo Congreso,
y cumpliendo, al menos nominalmente, con dos leyes contradictorias: honrar las
deudas y no superar cierto techo de endeudamiento para pagarlas.
La cosa funcionaría así, según el premio Nobel de
Economía Paul Krugman, que apoya la medida: “El Tesoro acuñaría una moneda de
platino con un valor nominal de un billón de dólares. Esta moneda sería
depositada inmediatamente en la Reserva Federal, la cual acreditaría esa suma a
las cuentas del Gobierno. Y el Gobierno podría entonces hacer cheques contra
esa cuenta, operando normalmente y sin tener que tomar ningún préstamo
adicional”. Parece un truco de magia, pero hay muchos economistas serios que
piensan que la cosa funcionaría sin disparar la inflación y que así Obama se
quitaría de una vez por todas el chantaje de los republicanos que exigen que el
Gobierno disminuya el gasto social, sin tocar, por supuesto, los gastos
militares.
Antes de volver a esta monedita milagrosa quisiera
preguntarme, y preguntarles, qué es el dinero. Si uno piensa en el oro, por
ejemplo, que es quizá la moneda más apetecida y antigua, la respuesta no es
fácil. ¿Por qué vale tanto un metal que es casi inútil? Es verdad que no se degrada,
que sirve para los puentes dentales y para algunos contactos en aparatos
electrónicos, pero su verdadero valor no reside en sus cualidades intrínsecas
sino en su escasez. Si un gran meteorito de oro cayera sobre la tierra y se
pudiera explotar, el oro sería tan barato como el hierro. El cobre o el
petróleo son cosas útiles que se producen y se gastan; el oro, en cambio, es
tan inútil que se extrae y se guarda. Y sin embargo la “sed del oro” podría
destruir todas nuestras montañas.
Nunca he podido saber si el dinero es una cosa real
(antes los pesos estaban respaldados por oro, ya no) o una cosa simbólica. Sé
que llega a nuestras manos y se esfuma en cuentas, en comidas, en remedios, en
regalos; sé que si trabajamos todo el mes nos entregan algunos papeles con
caras de próceres con los que volvemos a pagar el agua. Pero los gobiernos
pueden imprimir esos papeles mágicos, usted y yo no podemos. Por supuesto que
un gobierno serio no puede imprimir sin parar porque entonces se llegaría a lo
que pasaba en Alemania en los años 30, que para pagar el mercado había que
llevar una carretillada de billetes, y la moneda se devaluaba cientos de veces
de la noche a la mañana, con lo que nadie sabía cuánto valían las cosas. Pero
algunos dicen que acuñar esta moneda no sería inflacionario (ni sería hacer
riqueza a partir de aire), sino algo sano para evitar que la economía más
grande de la Tierra se declare en bancarrota y tenga que dejar de pagar, por
ejemplo, los bonos del tesoro, cosa que ocurriría en un par de meses. Con esta
monedita mágica el gobierno gringo no tendría problema de gasto durante un año.
Otra opción, que según otros tampoco es
inflacionaria, sería acuñar monedas de 50 millones de dólares, las cuales
serían compradas como medida de seguridad (y guardadas en cajas fuertes) por
grandes empresarios y compañías, que al no entrar en circulación, no
producirían efectos indeseados. Apenas entiendo esta magia; hay quienes dicen
que es serio y quienes dicen que es una locura crear riqueza de la nada. ¿Pero no
es el oro, en sí mismo, una riqueza que tampoco se basa en nada? El oro no se
come ni se bebe ni se usa ni sirve para nada, y sin embargo vale.
Héctor Abad Faciolince
“El dinero no satisface ninguna
necesidad; las crea”
:Panch0:
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